El bosque oscuro y la criatura de los ojos rojos

El bosque oscuro y la criatura de los ojos rojos

El bosque oscuro y la criatura de los ojos rojos

Una fría noche de otoño, en un pequeño pueblo llamado Villanueva, cuatro adolescentes decidieron explorar el bosque oscuro que bordeaba su hogar. Laura, Juan, Marisol y Diego eran amigos inseparables: curiosos y valientes. Llegaron al límite del bosque con linternas y mochilas llenas de provisiones y, sin titubear, se adentraron entre los árboles.

Laura, una chica de cabellos castaños y ojos verdes, lideraba el grupo. Era la más intrépida, con un espíritu aventurero que a veces la llevaba a situaciones complicadas. Juan, su opuesto, era meticuloso y siempre analizaba los riesgos. Alto y esbelto, con gafas que reflejaban su aguda inteligencia. Marisol, la mediadora, mantenía un equilibrio con su cabellera rubia y su sonrisa pacífica. Y Diego, el bromista, trataba siempre de camuflar el miedo con una broma oportuna.

A medida que se adentraban más en el bosque, los ruidos exteriores del pueblo se desvanecían. Los grillos y búhos habían reemplazado el bullicio humano. “Da un poco de miedo, ¿no?”, comentó Marisol, tratando de sonar casual.

“Ah, no es para tanto”, respondió Diego con una risa nerviosa, aunque sus ojos de color avellana delataban otra cosa. Laura alzó la mano para que todos se detuvieran.

“¿Escucharon eso?”, preguntó ella, aguzando el oído.

Un susurro, como un viento lejano, se deslizó entre los árboles. “Creo que viene de esa dirección”, señaló Juan, inquieto. Sin embargo, impulsada por la curiosidad, Laura avanzó hacia el sonido.

De pronto, se toparon con un viejo caserón abandonado. Las ventanas rotas y las puertas colgantes creaban una imagen espectral bajo la luz de la luna. “Vaya, parece sacado de una película de terror”, bromeó Diego, aunque nadie rió. La atmósfera era espesa, como si un manto invisible los envolviera.

“Deberíamos entrar”, sugirió Laura con un brillo en los ojos. Juan quiso protestar, pero sabía que sería en vano. Sin más opciones, empujaron la puerta chirriante y entraron.

El interior estaba lleno de polvo y telarañas. El aire olía a humedad y a algo metálico, un aroma que ninguno pudo identificar. De repente, un estruendo rompió el silencio. “¿Qué demonios fue eso?”, exclamó Marisol, asustada.

“Probablemente solo el viento”, intentó tranquilizar Diego. Pero otro sonido, esta vez más cercano y gutural, les indicó lo contrario.

“Vamos a investigar”, dijo Laura, y todos la siguieron, aunque sus corazones latían al mismo ritmo acelerado. Subieron las escaleras, que crujieron bajo sus pies, hasta llegar al pasillo del segundo piso. Frente a ellos se extendía un corredor largo y tenebroso.

Al final del pasillo, una puerta estaba entreabierta. De su interior emergía una débil luz roja. “¿Será un reflejo?”, se preguntó Juan en voz alta.

“Solo hay una forma de averiguarlo”, contestó Laura y, antes de que nadie pudiera detenerla, se adentró en la habitación. Los demás la siguieron a regañadientes. La escena que encontraron era desconcertante: una mesa cubierta de velas rojas, todas encendidas, y un espejo de cuerpo entero al fondo de la sala.

“Esto no puede ser casualidad”, dijo Marisol, susurrando por miedo a romper algún hechizo invisible.

De repente, unos ojos rojos aparecieron en el espejo, centelleantes y malévolos. Todos retrocedieron, excepto Laura, quien parecía hipnotizada. “No tengas miedo”, resonó una voz profunda y gutural. «Estamos aquí para ayudarte».

“¿Quién eres?”, preguntó Laura con una mezcla de valentía y temor. El reflejo sonrió y, en un parpadeo, salió del espejo. La criatura era alta y esquelética, con una piel grisácea que parecía absorber la luz.

“Soy un guardián de este bosque. Durante siglos, he protegido este lugar de aquellos que buscan dañarlo”, respondió la criatura con voz serena.

De repente, el aire se tornó frío y los amigos sintieron un escalofrío recorrer sus espinas dorsales. “¿Por qué nos has traído aquí?”, preguntó Juan, reuniendo valor.

“Hay una fuerza maligna en este bosque, algo que despierta con la llegada del otoño. Necesito vuestra ayuda para mantenerlo retenido”, contestó el guardián. “Solo con vuestro valor se podrá lograr”.

La criatura les explicó que un antiguo espíritu maligno, conocido como El Sombra, había escapado de su prisión mágica. Iba sembrando el terror entre los habitantes del bosque, y su malévola influencia se extendía hasta el pueblo.

“¿Y cómo podemos ayudar?”, preguntó Diego, quien había perdido su actitud bromista. El guardián les entregó un mapa antiguo que señalaba el lugar de la prisión del espíritu.

“Debéis llevar esta piedra encantada al centro del círculo druidico y recitar estas palabras”, les indicó el guardián, entregándoles una joya que brillaba con intensidad.

Con la misión clara, el grupo partió hacia el corazón del bosque. A medida que avanzaban, los árboles parecían cerrar filas a su alrededor, como si el bosque mismo estuviera consciente de su presencia.

Finalmente, llegaron al círculo de piedras, un claro rodeado de monolitos antiguos cubiertos de runas. Colocaron la piedra en el centro y comenzaron a recitar las palabras mágicas que el guardián les había enseñado.

De repente, un fuerte viento empezó a soplar y una figura oscura emergió de la sombra de las piedras. “¡Detenedlo!”, gritó Marisol, mientras sus amigos continuaban recitando con determinación.

En un torbellino de luces y sombras, la figura gritó y desapareció entre rayos de energía. El aire se calmó repentinamente y el silencio reinó en el claro. “¿Lo hemos logrado?”, preguntó Diego, con la respiración entrecortada.

“Así parece”, murmuró Juan, todavía incrédulo. Cuando regresaron al caserón, la criatura les esperó con una sonrisa. “Habéis demostrado gran valentía. El bosque y el pueblo ahora están seguros gracias a vosotros”.

La sensación de alivio les rodeó, y lo que había comenzado como una noche de miedo se transformó en una aventura inolvidable. A partir de ese día, sabrían que el valor y la amistad podrían superar hasta las sombras más oscuras.

Moraleja del cuento «El bosque oscuro y la criatura de los ojos rojos»

La verdadera valentía no es la ausencia de miedo, sino la capacidad de enfrentarlo junto a quienes confías. Enfrentar nuestros temores con la fuerza de la amistad y la determinación puede guiarnos incluso en las situaciones más oscuras.

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