El campamento de verano y las noches de terror bajo la luna llena

El campamento de verano y las noches de terror bajo la luna llena

El campamento de verano y las noches de terror bajo la luna llena

Era una cálida noche de verano cuando el autobús repleto de adolescentes llegó al campamento “La Luz de la Luna”. El grupo estaba encabezado por Daniela, una chica de pelo negro y ojos expresivos, quien solía tomar el liderazgo de manera natural, y por su mejor amigo, Javier, un joven de mediana estatura con un ingenio agudo y una sonrisa permanente en el rostro.

El campamento, rodeado de altos pinos y un lago cristalino, parecía el lugar perfecto para unas vacaciones. Sin embargo, los viejos letreros de madera advertían sobre una antigua leyenda local. Según se decía, cada cierto tiempo, la luna llena traía consigo más que solo su brillante luz; traía también seres de otro mundo.

Poco después de llegar, Javier reunió a todos en una fogata improvisada. “He escuchado una historia sobre este lugar,” comenzó con misterio en su voz. “Dicen que en noches como esta, cuando la luna está en su punto más alto, los espíritus de los antiguos habitantes del bosque salen a buscar venganza.”

Todos se rieron al principio, pero la sombra de duda no tardó en hacerse presente. La noche avanzó y los murmullos se hicieron más frecuentes. Vania, una chica de rizos dorados y una risa contagiosa, observó el cielo. “Sabéis, siempre he sido escéptica, pero esta noche parece diferente”, comentó con un tono reflexivo.

Horas después, cuando todos ya estaban en sus cabañas, un grito rompió el silencio. Daniela se levantó de un salto, su corazón palpitando con fuerza. “¡Vania! ¿Eres tú?” gritó, recibiendo en respuesta un silencio ensordecedor. Junto con Javier, corrieron hacia donde creían que había venido el grito.

Lo que encontraron les dejó helados. Vania estaba de pie, temblando, señalando un sendero oscuro que se adentraba en el bosque. “He visto algo, algo que no puedo explicar”, susurró Vania con ojos desorbitados, su voz quebrada por el miedo.

Sin otra opción, el grupo decidió investigar. Armados con linternas y toda la valentía que podían reunir, se adentraron en el bosque. Los árboles parecían cerrarse a su alrededor, y el crujir de las ramas rotas les hacía mirar constantemente a sus espaldas.

“Esto es una locura,” murmuró Luis, un chico corpulento de ojos verdes y voz ronca. “Deberíamos volver.” Pero nadie le escuchó. Todos estaban demasiado concentrados en el camino que tenían por delante.

De repente, una figura se movió entre las sombras. Daniela apuntó con su linterna, revelando a una anciana de cabellos blancos y mirada profunda. “¿Qué hacéis aquí, niños?” preguntó con una voz tan suave y aterradora a la vez que les hizo estremecerse.

“Estamos buscando a alguien,” respondió Daniela con valentía aunque su voz temblara. La anciana sonrió, pero no era una sonrisa amable. “Ese alguien no desea ser encontrado. Idos ahora, antes de que sea tarde.”

Sin embargo, el grupo no retrocedió. Siguiendo su instinto, siguieron explorando hasta que encontraron una vieja cabaña, medio escondida entre la maleza. Con gran cautela, abrieron la puerta que chirrió ominosamente para revelar un interior cubierto de polvo y telarañas.

“Mirad, aquí,” dijo Javier, señalando una vieja fotografía en la pared. En ella se veía a un grupo de niños junto a la misma anciana. “Parece como si esta casa hubiera pertenecido a un antiguo campamento,” observó Alonso, otro de los chicos del grupo, alto y atlético, quien siempre tenía una explicación lógica para todo.

La observación de Alonso era correcta. Entre los restos de la cabaña encontraron diarios y notas que detallaban la historia del campamento, mencionando eventos misteriosos y desapariciones. “Esto es increíble,” murmuró Ana, una joven observadora y de mente aguda, sin perder detalle de cada palabra escrita.

De pronto, un fuerte golpe resonó en la puerta, haciéndoles soltar gritos de susto. Era la anciana. “Os lo advertí,” susurró. El terror en sus ojos era genuino. “Algo en este bosque está despertando. Debéis marcharos ahora.” Su tono no admitía réplica, pero Daniela, mirando la determinación en los ojos de sus amigos, no se movió.

Fue entonces cuando, un fuerte viento sopló, apagando todas las linternas. Entre la penumbra, todos sintieron una presencia extraña. “¡Allí, cerca del lago!” gritó Javier, señalando una luz que había aparecido repentinamente a lo lejos.

Corrieron hacia el lugar, guiados por la instintiva necesidad de resolver el misterio. Lo que encontraron fue aún más perturbador. Un círculo de piedras rodeaba una figura que parecía suspendida en el aire. Se trataba de un niño de apariencia antigua, con ojos vacíos, quien extendió una mano hacia ellos.

Al principio, nadie se atrevía a moverse, pero finalmente, con más valor del que sabían que tenían, Daniela dio un paso adelante. “¿Qué quieres?” preguntó con suavidad. El niño señaló una tumba casi oculta por la maleza y tan antigua que casi no podía leerse el nombre.

De repente, la anciana apareció de nuevo, con lágrimas en los ojos. “Ese era mi hijo,” confesó. “Fue atrapado en este lugar hace muchos años. Solo desea descansar en paz.” Sus palabras llenaron el aire con tristeza, pero también con esperanza.

Javier fue el primero en romper el hechizo de la parálisis. “Tenemos que ayudarles,” dijo, y todos asintieron. Comenzaron a limpiar la tumba, devolviéndole su dignidad perdida. El niño esbozó una sonrisa triste y, poco a poco, comenzó a desvanecerse.

La anciana les agradeció con voz quebrada pero sincera. “Gracias, su alma ahora puede descansar.” Desapareció con la primera luz del amanecer, y el bosque pareció recuperar su paz.

Los adolescentes volvieron al campamento, exhaustos pero aliviados. Aquel día, y durante el resto del campamento, disfrutaron de las actividades con un nuevo sentido de unidad y valentía.

A medida que el autobús los conducía de vuelta a casa, Vania rompió el silencio que todos habían mantenido. “Nunca creí que algo así pudiera ser real, pero me alegra haberlo vivido con vosotros.” Todos sonrieron, aprendiendo una valiosa lección sobre la amistad y el coraje.

Moraleja del cuento “El campamento de verano y las noches de terror bajo la luna llena”

Nunca subestimes el poder de la amistad y el valor. Incluso en los momentos de mayor miedo, estos sentimientos pueden ayudarnos a enfrentar y superar cualquier misterio o desafío. La verdadera fortaleza reside en no retroceder ante lo desconocido y en apoyarse mutuamente para transformar el terror en una historia de redención y paz.

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