Cuento: Hermanis para siempre

Dibujo con el reencuentro emotivo entre dos amigas se abrazan en el aeropuerto mientras una de ellas sostiene un cartel que dice "Bienvenida, hermani".

Hermanis para siempre: un cuento de amigas inseparables

Relato dedicado a Paula y Júlia.

En una pequeña ciudad española, donde las callejuelas empedradas contaban historias a cada paso, vivían dos chicas que compartían un lazo tan fuerte como el de hermas.

Paula y Júlia, ambas de 22 años, se conocieron durante su primer año en la ESO.

El destino quiso que se sentaran juntas en la clase de latín, y desde entonces, sus vidas se entrelazaron de una manera especial.

Paula era una chica de cabello castaño y rizado, con ojos verdes que brillaban con entusiasmo y curiosidad.

Su risa era contagiosa, siempre dispuesta a ver el lado positivo de las cosas.

Júlia, por otro lado, tenía el cabello largo y liso, de un color negro azabache, y unos ojos marrones que reflejaban inteligencia y determinación.

Aunque al principio parecía reservada, su humor sarcástico y su lealtad inquebrantable la hacían una amiga inigualable.

El aula de latín, con sus paredes adornadas de carteles de declinaciones y conjugaciones, fue testigo del nacimiento de una amistad entrañable.

Paula y Júlia se unieron por su amor compartido por «Operación Triunfo» (OT), pasaban los recreos hablando de sus concursantes favoritos y planeando asistir a un concierto juntas.

El día del concierto llegó, y fue una noche mágica, llena de música y risas, sellando su amistad con recuerdos inolvidables.

Durante las horas de informática, aprovechaban para jugar y escuchar música, creando un mundo propio donde solo existían ellas dos y sus sueños.

Aunque la vida las llevó por caminos distintos en el bachillerato, nunca dejaron de estar en contacto.

Mensajes, llamadas y encuentros ocasionales mantenían viva su conexión, demostrando que la verdadera amistad supera cualquier distancia.

Al llegar a la universidad, cada una siguió su camino académico.

Paula estudió Medicina, mientras que Júlia se inclinó por la Arquitectura.

Aunque sus horarios y responsabilidades eran diferentes, siempre encontraban tiempo para contarse todo, para apoyarse en los momentos difíciles y celebrar juntas los éxitos.

La graduación marcó el fin de una etapa y el comienzo de otra, pero su amistad seguía siendo tan fuerte como el primer día en la clase de latín.

Las aventuras de Paula y Júlia no eran siempre perfectas; de hecho, tenían una especie de mala suerte juntas, algo que solían llamar “gafe”.

Desde pequeños accidentes hasta situaciones cómicas, siempre había algo inesperado cuando estaban juntas.

Pero lejos de desalentar su amistad, estos momentos reforzaban su lazo, convirtiéndose en anécdotas que reían cada vez que recordaban.

Siempre se llamaron «hermani», una palabra que para ellas significaba mucho más que amigas, eran familia.

Sabían que, pasara lo que pasara, siempre se tendrían la una a la otra.

Y así, entre risas, lágrimas y un sinfín de aventuras, Paula y Júlia demostraron que la verdadera amistad no conoce límites ni obstáculos.

Su historia, aunque llena de altibajos, es un testimonio de la belleza de la amistad verdadera, esa que trasciende el tiempo y la distancia, y que, como un buen libro, siempre deja algo nuevo por descubrir en cada página.

Durante los años de universidad, Paula y Júlia continuaron viviendo experiencias inolvidables.

Paula, en la facultad de Medicina, se dedicaba con pasión a sus estudios, soñando con convertirse en una gran doctora.

Sus noches de estudio eran largas, pero siempre encontraba tiempo para hablar con Júlia, quien, en la facultad de Arquitectura, dibujaba planos y maquetas con la misma dedicación.

Un verano decidieron irse de viaje juntas para celebrar el fin de curso.

Eligieron un destino costero, donde podrían relajarse, disfrutar del sol y recordar viejos tiempos.

La playa, con su arena dorada y el mar azul profundo, fue el escenario perfecto para nuevas aventuras.

Se alojaron en una pequeña casa cerca de la playa, con ventanas que dejaban entrar la brisa marina y el sonido de las olas.

Desde el primer día, Paula y Júlia notaron que su gafe habitual las había seguido hasta allí.

La primera noche, mientras paseaban por el paseo marítimo, Paula tropezó y cayó al agua, provocando risas tanto de Júlia como de los transeúntes.

Sin embargo, la suerte no les quitó la sonrisa, y más tarde, con las ropas aún mojadas, disfrutaron de una cena deliciosa en un restaurante local, donde el camarero, al ver la escena, les regaló un postre.

Durante el viaje, decidieron hacer una excursión en barco para explorar una pequeña isla cercanas.

El mar estaba tranquilo, y el día prometía ser perfecto. Sin embargo, a mitad de camino, el motor del barco se detuvo, dejándolas a la deriva.

Mientras esperaban a ser rescatadas, Paula y Júlia aprovecharon para tomar el sol, charlar y reírse de su suerte.

Finalmente, un barco de pescadores las remolcó de vuelta a la costa, y esa noche tuvieron otra historia para su colección de anécdotas.

Al regresar de las vacaciones, ambas retomaron sus rutinas.

Paula, en sus prácticas en el hospital, y Júlia, en su último año de carrera, donde estaba diseñando su proyecto final.

Aunque los días eran intensos, siempre se apoyaban mutuamente, enviándose mensajes de ánimo y llamadas sorpresa que alegraban sus jornadas.

Uno de los momentos más emocionantes llegó cuando Paula se graduó en Medicina.

Júlia estaba allí, en primera fila, aplaudiendo con orgullo.

La ceremonia fue emotiva, y las dos amigas se abrazaron fuertemente, recordando todos los momentos que las llevaron hasta allí.

«Hermanis para siempre», se susurraron al oído, sintiendo que, aunque el futuro era incierto, su amistad era una constante inquebrantable.

Más tarde, Júlia presentó su proyecto final de Arquitectura, una impresionante maqueta de un edificio sostenible que recibió elogios de sus profesores.

Paula, a su vez, estaba allí para apoyarla, devolviéndole el favor y demostrando que su vínculo era recíproco. Lo celebraron con una cena especial, brindando por el pasado, el presente y el futuro.

A pesar de sus ocupadas vidas profesionales, Paula y Júlia siempre encontraban tiempo para verse.

Los fines de semana se reunían para tomar un café, compartir nuevas historias y planear futuros viajes.

No importaba cuántas cosas cambiaban a su alrededor, ellas seguían siendo las mismas chicas que se conocieron en la clase de latín, riendo y soñando juntas.

La vida, con sus altos y bajos, les enseñó que la verdadera amistad no depende del tiempo ni de la distancia, sino del amor y el respeto mutuo.

Paula y Júlia, con su inquebrantable espíritu y su capacidad para encontrar la alegría en cada situación, demostraron que ser «hermanis» era más que una palabra, era un estilo de vida, una promesa de estar siempre ahí, sin importar lo que sucediera.

Los años pasaron, y Paula y Júlia continuaron creciendo tanto personal como profesionalmente.

Paula se convirtió en una médica respetada en su hospital, y Júlia logró establecerse como una talentosa arquitecta, conocida por sus diseños innovadores y sostenibles.

Aunque sus carreras las mantenían ocupadas, siempre encontraban momentos para reunirse y mantener viva su amistad.

Un fin de semana, decidieron hacer una escapada a la sierra para desconectar de la rutina.

Eligieron una pequeña cabaña en medio del bosque, rodeada de naturaleza y tranquilidad.

El aire fresco y el canto de los pájaros les proporcionaban un respiro necesario de sus vidas ajetreadas.

La cabaña, rústica y acogedora, tenía una chimenea que llenaba el ambiente de calidez, y grandes ventanales que dejaban entrar la luz del sol.

El primer día, decidieron hacer una caminata hasta una cascada cercana.

El sendero era estrecho y a veces empinado, pero las vistas eran espectaculares.

Paula, siempre la más aventurera, lideraba el camino con entusiasmo, mientras Júlia, con su cámara en mano, capturaba cada momento.

Al llegar a la cascada, se quedaron maravilladas por su belleza.

El agua caía con fuerza, creando un arcoíris en la niebla que se formaba a su alrededor.

Después de un rato de disfrutar del paisaje, Paula sugirió que se acercaran más a la cascada.

Sin embargo, al intentar hacerlo, resbalaron en las rocas mojadas y ambas cayeron al agua.

Empapadas y riendo a carcajadas, salieron del río y se tumbaron en la orilla, disfrutando del sol y de su propia torpeza.

Aquel momento, aunque accidental, se convirtió en uno de sus recuerdos más queridos.

Por la noche, encendieron la chimenea y se sentaron frente al fuego con una copa de vino. Hablaron de sus sueños, sus miedos y sus esperanzas para el futuro.

Paula compartió su deseo de trabajar en un proyecto humanitario en África, mientras Júlia hablaba de su ambición de construir un refugio para animales.

Aunque sus caminos podían parecer diferentes, se apoyaban mutuamente en cada decisión.

La mañana siguiente, decidieron explorar un poco más el bosque.

Sin embargo, como era de esperar, su mala suerte les jugó otra broma.

En medio del sendero, se encontraron con un grupo de cabras montesas que, curiosas y juguetonas, decidieron seguirlas.

Aunque al principio les parecieron adorables, las cabras pronto se convirtieron en una molestia, robando su comida y tirando sus mochilas al suelo.

Finalmente, lograron despistar a las traviesas cabras y regresaron a la cabaña, agotadas, pero riendo de la absurda situación.

Esa noche, mientras miraban las estrellas desde el porche de la cabaña, Paula y Júlia se dieron cuenta de lo afortunadas que eran por tenerse la una a la otra.

A pesar de los años, las distancias y las dificultades, su amistad había perdurado y se había fortalecido.

Sabían que, pasara lo que pasara, siempre tendrían a su «hermani» para compartir las risas, las lágrimas y todas las aventuras que la vida les ofreciera.

Al regresar a la ciudad, renovadas y llenas de energía, Paula y Júlia se despidieron con un abrazo.

Sabían que pronto volverían a encontrarse para la próxima aventura, y hasta entonces, llevarían consigo los recuerdos de aquel fin de semana en la sierra, un recordatorio de que la verdadera amistad es un tesoro que vale la pena cuidar y celebrar.

Y así, su historia continuaba, llena de nuevos capítulos, siempre con la certeza de que, sin importar lo que el futuro les deparara, su lazo seguiría siendo tan fuerte como el primer día que se conocieron en aquella clase de latín.

Los años pasaban y, aunque Paula y Júlia seguían sus caminos, su amistad continuaba siendo el pilar más sólido de sus vidas.

Las cenas y las escapadas seguían siendo una tradición sagrada, y cada vez que algo importante ocurría en sus vidas, siempre se aseguraban de estar ahí la una para la otra.

Un día, Paula recibió una oferta para trabajar en una misión humanitaria en África.

Era la oportunidad de su vida, pero también implicaba estar lejos durante varios meses.

Emocionada y nerviosa, decidió contárselo a Júlia.

Se encontraron en su cafetería favorita, un pequeño rincón acogedor con mesas de madera y paredes cubiertas de libros antiguos.

Júlia la escuchó con atención, y aunque sabía que la extrañaría enormemente, no pudo evitar sentir orgullo y felicidad por su amiga.

«Es una oportunidad increíble, Paula. Estoy tan orgullosa de ti. Y sabes que siempre estaré aquí, esperándote», le dijo con una sonrisa, aunque sus ojos reflejaban un toque de tristeza.

Los meses previos a la partida de Paula fueron una mezcla de preparativos y despedidas.

Júlia la ayudó a preparar las maletas, investigó sobre el país al que iría y le hizo una lista de cosas esenciales para llevar.

Organizaron una fiesta de despedida con todos sus amigos, una noche llena de risas, recuerdos y promesas de mantener el contacto a pesar de la distancia.

El día del vuelo, Júlia acompañó a Paula al aeropuerto.

El ambiente estaba cargado de emociones. «Te voy a extrañar muchísimo, hermani», dijo Paula, abrazándola con fuerza.

«Yo también, Paula. Pero sé qué harás un trabajo increíble. Y cuando regreses, tendremos muchas historias que contarnos», respondió Júlia, intentando contener las lágrimas.

Los meses siguientes fueron un desafío para ambas.

Paula se adaptó rápidamente a su nuevo entorno, trabajando arduamente en el hospital y haciendo amigos entre los voluntarios y locales.

Júlia, por su parte, se sumergió en su trabajo, diseñando un proyecto ambicioso para un centro comunitario en su ciudad.

Mantuvieron el contacto a través de mensajes y videollamadas.

Paula compartía sus experiencias, las dificultades y las alegrías de su trabajo, mientras Júlia le contaba sobre los progresos en su proyecto y las novedades en casa.

Aunque la distancia era grande, sentían que su amistad seguía siendo tan fuerte como siempre.

Un día, Paula recibió una noticia que la llenó de alegría.

Su proyecto en África estaba teniendo un impacto positivo en la comunidad, y la organización le ofreció quedarse por más tiempo.

Sin embargo, también significaba estar lejos de Júlia y de su vida en España por un período aún más prolongado.

Decidió consultarlo con Júlia antes de tomar una decisión.

«¿Qué piensas, Júlia? ¿Debería quedarme?», le preguntó en una videollamada, su rostro iluminado por la pantalla del ordenador.

Júlia se tomó un momento para responder. «Paula, lo que estás haciendo es increíble. Si sientes que puedes aportar mucho a esas personas y que esto es lo que quieres, deberías quedarte. Yo siempre estaré aquí, y nuestra amistad no se mide por la distancia. Te apoyaré en cualquier decisión que tomes».

Con esas palabras, Paula supo que Júlia tenía razón.

Decidió quedarse y seguir contribuyendo a la causa que tanto le apasionaba.

Los meses se convirtieron en un año, y aunque la distancia era dura, su amistad se mantenía inquebrantable.

Finalmente, llegó el día en que Paula regresó a España. Júlia la esperó en el aeropuerto con un cartel que decía «Bienvenida, hermani».

Al verla aparecer por las puertas de llegada, corrió a abrazarla con todas sus fuerzas.

«Te he echado tanto de menos», dijo Paula, con lágrimas en los ojos. «Y yo a ti», respondió Júlia, sonriendo.

Aquella noche, celebraron el regreso de Paula con una cena especial.

Hablaron sin parar, poniéndose al día y compartiendo las historias que habían acumulado durante el tiempo que estuvieron separadas.

Aunque habían estado lejos, sentían que nada había cambiado; su amistad era tan fuerte y viva como siempre.

«¿Sabes? He estado pensando», dijo Júlia, mientras brindaban con una copa de vino. «Quizás deberíamos planear un viaje juntas, algo que hemos soñado desde hace tiempo. Podríamos ir a algún lugar nuevo y crear más recuerdos».

Paula asintió entusiasmada. «Me parece una idea fantástica. Un viaje para celebrar nuestra amistad y todas las aventuras que aún nos esperan».

Y así, Paula y Júlia continuaron su historia, sabiendo que, sin importar cuán lejos llegaran o cuántos obstáculos enfrentaran, siempre se tendrían la una a la otra.

Porque eran más que amigas, eran hermanis, unidas por un lazo irrompible que el tiempo y la distancia solo fortalecían.

Moraleja del cuento: “Hermanis para siempre”

La verdadera amistad no se mide por la cercanía física sino por el amor, el apoyo y la comprensión mutua. Aunque la vida nos lleve por diferentes caminos, los lazos construidos con cariño y lealtad perduran para siempre.

Abraham Cuentacuentos.

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