La ciudad flotante y el secreto de las plantas que brillaban en la oscuridad

La ciudad flotante y el secreto de las plantas que brillaban en la oscuridad
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La ciudad flotante y el secreto de las plantas que brillaban en la oscuridad

En un rincón perdido del universo, en un planeta llamado Lumina, se encontraba una ciudad flotante muy peculiar. Esta ciudad, llamada Altaplata, parecía reclamar el cielo entre torres brillantes y pasadizos aéreos. Los niños, fascinados por su misterio, soñaban con explorar sus rincones escondidos. Entre ellos estaban Lucía, una niña de grandes ojos curiosos y cabello rizado que parecía bailar con el viento, y su amigo Diego, un niño de sonrisa traviesa y un corazón valiente.

Una noche, mientras las estrellas susurraban secretos al oído de los soñadores, Lucía se asomó al balcón de su casa en Altaplata y distinguió un destello inusual en el horizonte. “Diego, mira eso”, susurró emocionada. “¿Qué será?”, preguntó él, con los ojos brillando de anticipación. Ambos sabían que debían investigar.

En un santiamén, Lucía y Diego se equiparon con sus mochilas llenas de provisiones y mapas. “¡Vamos a descubrir el secreto!”, exclamaron al unísono antes de salir, sus pasos ligeros resonando por las pasarelas aéreas. Al llegar a la periferia de la ciudad, encontraron un sendero hecho de luminiscencia azul tenue, como un riachuelo de estrellas. Sin dudarlo, lo siguieron.

El sendero les condujo a una cueva secreta, su entrada oculta por enredaderas que emitían una luz verde esmeralda. “Nunca había visto plantas así”, dijo Diego, maravillado. “¡Súper raro!”, añadió Lucía mientras apartaba las enredaderas. La cueva se abría ante ellos como un cuento en el que apenas se había escrito el primer capítulo.

Al adentrarse, descubrieron un jardín secreto lleno de plantas que brillaban en distintos colores: azul, púrpura, dorado y más. Era un espectáculo inigualable. “Todo es tan… mágico”, murmuró Lucía, tocando suavemente una hoja dorada. Diego, sin embargo, encontró algo aún más sorprendente: una piedra con inscripciones antiguas descansaba en el centro del jardín. “Mira esto, Lucía. ¡Parece un mensaje!”, exclamó.

De repente, una voz melodiosa llenó la cueva: “Bienvenidos, niños. Soy Kiana, la guardiana de este jardín”. Ante ellos apareció una hermosa figura luminiscente, sus ojos irradiando sabiduría y su sonrisa transmitiendo paz. Sus cabellos plateados flotaban con una gracia etérea, como si estuviese en un constante baile con la gravedad.

“Kiana, ¿qué es este lugar?”, preguntó Lucía, fascinada. Kiana sonrió y explicó: “Este jardín es el corazón de Altaplata. Estas plantas son la fuente de energía que mantiene la ciudad flotante. Las cuido desde hace siglos”. Ante esta revelación, los ojos de los niños se abrieron como platos, llenos de asombro y admiración.

“Pero, ¿por qué nunca nadie nos falou sobre ti o las plantas?” preguntó Diego, con una chispa de curiosidad insaciable. “Porque este jardín debe ser protegido. Si caen en manos equivocadas, Altaplata podría perecer”, respondió Kiana, su expresión tornándose seria.

Kiana llevó a los niños más profundo en la cueva, revelándoles secretos y la historia de Altaplata. “Hace mucho tiempo, un sabio anciano descubrió estas plantas mágicas. Les otorgó sus poderes para mantener la ciudad. Es nuestro deber protegerlas”, explicó Kiana. Mientras hablaba, emanaba una serenidad que conectaba con el alma de los niños.

De repente, temblores sacudieron la cueva, interrumpiendo la conversación. “¡El jardín está en peligro!”, exclamó Kiana. “Debemos actuar rápidamente”. Lucía y Diego intercambiaron una mirada decidida. “Te ayudaremos, Kiana”, dijeron al unísono.

Guiados por Kiana, los niños se adentraron en las profundidades de la cueva hasta llegar a una cámara onde se encontraba un misterioso aparato brillaba con una luz roja intermitente. “Este es el núcleo de energía. Algo lo está desestabilizando”, dijo Kiana, su voz convirtiéndose en un susurro de preocupación.

Lucía observó las pulsaciones del aparato y dijo: “Parece que necesita más energía de las plantas”. Diego, con su ingenio, agregó: “¡Podemos combinar diferentes plantas para estabilizarlo!”. Kiana asintió, sorprendida por la astucia de los niños. “Rápido, recojan las plantas que brillan en azul y en dorado”, ordenó.

Corriendo entre las plantas, los niños recolectaron las hojas necesarias. Una vez regresaron, las colocaron alrededor del núcleo, siguiendo las instrucciones de Kiana. Lentamente, la luz roja se desvaneció, reemplazada por un brillo dorado y calmado. “¡Funcionó!”, exclamó Lucía, con el corazón rebosante de alegría.

Kiana sonrió con gratitud. “Gracias, niños. Han salvado Altaplata. Su valentía y sabiduría son dignas de admirar”, dijo con una reverencia leve. Lucía y Diego se abrazaron, emocionados por la aventura y el impacto que habían tenido en su ciudad.

“¿Podremos volver?”, preguntó Diego, todavía fascinado por el jardín secreto. Kiana asintió, sonriendo con calidez. “Siempre serán bienvenidos. Pero recuerden, este secreto debe ser cuidado con gran responsabilidad”.

Los niños comenzaron su regreso a la ciudad, cansados pero con los corazones llenos de satisfacción. Los pasajes aéreos de Altaplata brillaban con más intensidad, como si agradecieran a sus jóvenes héroes. “Ha sido la mejor aventura de nuestras vidas”, dijo Lucía mientras sol hacia su casa.

Diego asintió, sonriendo. “Y solo es el principio. ¡Quién sabe qué otros secretos guarda Altaplata!”. Con esa esperanza, los amigos se despidieron, ansiosos por lo que vendría.

Moraleja del cuento “La ciudad flotante y el secreto de las plantas que brillaban en la oscuridad”

La valentía, la curiosidad y el trabajo en equipo pueden llevarnos a descubrir y proteger los mayores tesoros de nuestro entorno. Al cuidar y valorar lo que tenemos, aseguramos un futuro brillante y lleno de maravillas inesperadas.

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