La tortuga que salvó a su familia de la inundación

La tortuga que salvó a su familia de la inundación

La tortuga que salvó a su familia de la inundación

En un paraje alejado de la civilización, hubo una vez una tortuga que se llamaba Tomás. Vivía en una pradera verde y frondosa, en donde los días transcurrían apacibles y las noches eran un cielo estrellado. Tomás era una tortuga de caparazón fuerte color olivo, con un brillo que parecía contar historias de tiempos antiguos. Sus ojos eran pequeños y de un tono ámbar profundo, que podían reflejar tanto la más sincera tranquilidad como el más intenso coraje.

Tomás no era una tortuga cualquiera. Poseía una sabiduría transmitida de generaciones en generaciones, anidada en su tranquilo y observador carácter. A diferencia de sus hermanos y hermanas, Tomás prefería explorar el bosque cercano y conocer los secretos que la Madre Naturaleza escondía. Un día, durante una de sus habituales caminatas por el bosque, conoció a Martina, una joven y enérgica tortuga que acababa de llegar al paraje.

«Hola, soy Martina,» dijo con un entusiasmo que parecía llenar el aire. Su caparazón tenía patrones dorados, brillantes como el sol. «Acabo de mudarme con mi familia. Nos gustaría conocerte y saber más de este lugar.»

Tomás, con una sonrisa amable, aceptó la compañía de Martina y ambos comenzaron a forjar una amistad inseparable. Juntos exploraron rincones ocultos del bosque, desde claros cubiertos de flores exóticas hasta riachuelos de agua cristalina.

Una tarde, mientras descansaban bajo la sombra de un árbol milenario, el cielo comenzó a oscurecerse de manera inesperada. Nubes densas y grises se formaban rápidamente, y un viento gélido anunciaba una tormenta inminente.

«Debemos regresar rápidamente, Martina. Esto no pinta bien,» dijo Tomás, notando la inquietud en sus propios pensamientos.

«Sí, Tomás. Pero, ¿has visto a nuestros hermanos y hermanas? No sé si han vuelto a casa,» respondió Martina, preocupada.

El instinto protector de Tomás se activó de inmediato. Sabía que debía asegurarse de que todos estuvieran a salvo. Las primeras gotas de lluvia comenzaron a caer, como advertencias suaves, pero pronto se intensificaron en una cortina de agua inquebrantable.

Mientras Tomás y Martina buscaban a su familia, se dieron cuenta de que los ríos comenzaban a desbordarse y el agua amenazaba con inundar el prado. Con la vista nublada por la lluvia, encontraron a un grupo de jóvenes tortugas que intentaban refugiarse bajo una roca.

«Rápido, debemos llevarlas a un lugar seguro,» dijo Tomás con decisión. Con gran esfuerzo, lograron llevar a las jóvenes tortugas colina arriba, hacia una cueva que Tomás conocía bien.

Sin embargo, todavía faltaban algunos miembros de la familia. La preocupación se apoderó de Martina. «Tomás, mis padres no están aquí. Tienen que estar en algún lugar del prado, debemos encontrarlos.»

Tomás, empapado y sin aliento, asintió. «Confía en mí, Martina. Los encontraremos.» Bajaron nuevamente, desafiando la corriente cada vez más fuerte y el lodazal que se iba formando. Finalmente, divisaron a los padres de Martina aferrados a un tronco, luchando por no ser arrastrados.

«¡Aquí estamos! ¡Agárrenlos!» gritó Tomás mientras, junto a Martina, lograban acercarse y ofrecer su ayuda. Todos juntos, con un esfuerzo monumental, regresaron a la cueva, donde las demás tortugas ya estaban a salvo.

La tormenta rugía con toda su furia afuera, pero la cueva era un refugio seguro. Mientras las horas pasaban, el grupo comenzó a relajarse y a encontrar consuelo en la compañía mutua. Tomás, agotado pero aliviado, suspiró profundamente y se apoyó contra una pared rocosa.

«Gracias, Tomás. No sé qué hubiéramos hecho sin ti,» dijo el padre de Martina, con una expresión de gratitud sincera en sus ojos.

Tomás solo respondió con una sonrisa cansada. «Esto es lo que hacemos por los nuestros. Nos cuidamos unos a otros.»

La tormenta cesó al amanecer, y cuando Tomás salió a explorar, vio que el sol volvía a brillar, y el prado, aunque aún inundado en algunas partes, comenzaba a mostrar signos de recuperación. Su familia había sobrevivido a la prueba más difícil, y lo había hecho unida.

Con el tiempo, la pradera volvió a florecer, más verde y vibrante que nunca. La historia de cómo Tomás salvó a su familia se convirtió en una leyenda que inspiró a muchas generaciones venideras. La vida siguió su apacible curso, y las tortugas, con enseñanzas grabadas en sus corazones, vivieron felices por siempre.

Moraleja del cuento «La tortuga que salvó a su familia de la inundación»

En la vida, enfrentaremos tempestades inesperadas, pero con coraje, unidad y un corazón dispuesto a proteger a los nuestros, cualquier adversidad puede ser superada. La verdadera fuerza radica en la solidaridad y el amor por aquellos que consideramos nuestra familia.

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