La noche en la que la araña descubrió la puerta al mundo oculto

La noche en la que la araña descubrió la puerta al mundo oculto

La noche en la que la araña descubrió la puerta al mundo oculto

En el corazón de la pequeña aldea de Villaluz, la noche caía siempre con una serenidad envidiable. Los habitantes, acostumbrados a la tranquilidad del campo, se iban a dormir temprano, dejando alumbradas las calles con las tenues luces de sus ventanas. Sin embargo, aquella noche, algo extraño e inquietante comenzaba a gestarse en un rincón olvidado del granero de la familia Morales.

Entre las vigas de madera y las robustas paredes de piedra, vivía una araña llamada Alba. Era una criatura diminuta, de cuerpo castaño y patas largas y finas como hilos de seda. Su cuerpo peludo se mimetizaba fácilmente con el entorno, pero sus ojos, brillantes y llenos de curiosidad, revelaban una inteligencia poco común. Alba no era una araña ordinaria; sus pensamientos y reflexiones la alejaban de las simples rutinas de tejer telarañas y cazar insectos.

Aquel atardecer, mientras el sol se escondía detrás de las colinas, Alba había notado algo peculiar en una esquina del granero. Una pequeña abertura que nunca antes había visto. La luz de la luna, entrando por un agujero en el techo, iluminaba la entrada de una pequeña puerta hecha de ramas entrelazadas y hojas caídas. Curiosa, la araña decidió acercarse, sus patas se movían con sigilo sobre la madera envejecida.

En el suelo, junto a la puerta, un escarabajo grandote, llamado Torcuato, yacía inmóvil. Alba se acercó y movió sus antenas en señal de saludo, pero Torcuato no respondía. Su cáscara negra brillaba bajo la luna como una armadura de metal.

– «¿Estás bien, Torcuato?» – preguntó la araña con voz suave, intentando no alarmarlo.

El escarabajo se movió lentamente y alzó la cabeza. Sus ojos eran dos abismos oscuros llenos de temor.

– «Alba, no te acerques a esa puerta» – susurró Torcuato con un hilo de voz. – «He oído historias terribles sobre lo que hay al otro lado.»

Pero Alba, más intrigada que asustada, decidió que debía investigar por sí misma. Sabía que su curiosidad la había metido en problemas antes, pero también le habían traído muchos aprendizajes y aventuras inesperadas.

Con mucho cuidado, Alba empujó la puerta con su pata delantera. Ésta se abrió con un ligero rechinar, dejando pasar un aire frío y desconocido. Lo que vio al otro lado le quitó el aliento: un mundo completamente distinto al que ella conocía. Paisajes de colores vibrantes, plantas desconocidas y criaturas que jamás había visto. Todo aquello parecía un sueño.

Pese a las advertencias de Torcuato, Alba sintió una tremenda atracción hacia ese nuevo mundo. Decidió atravesar la puerta, siguiendo los senderos de barro y hierba húmeda. No pasó mucho tiempo antes de que se encontrara con la primera de las muchas sorpresas que aquel lugar escondía.

En una colina cercana, un grupo de insectos se reunía alrededor de un viejo grillo sabio llamado Don Gregorio, quien estaba contando una historia ancestral. Alba, fascinada por la reunión, se acurrucó cerca de una piedra para escuchar sin ser vista.

– «Hubo una vez» – comenzó Don Gregorio con voz grave – «una profecía que hablaba de una pequeña araña que uniría nuestros mundos. Una araña que descubriría los secretos ocultos y traería luz donde hay oscuridad.»

El corazón de Alba latía rápido. ¿Podría ser ella de quien hablaba el grillo? De pronto, todos los insectos se volvieron hacia el sendero donde Alba se escondía. Parecía como si hubieran sentido su presencia y, con un gesto amable, Don Gregorio la invitó a unirse a ellos.

– «No tengas miedo, pequeña» – dijo Don Gregorio. – «Hemos estado esperándote.»

Alba, atónita, salió de su escondite y se acercó al círculo de insectos. En su mente, se arremolinaban miles de preguntas, pero decidió escuchar y comprender primero.

– «Toda nuestra vida hemos esperado que alguien como tú aparezca» – continuó Don Gregorio. – «Eres la clave para unir nuestros mundos y protegernos de la oscuridad creciente.»

A medida que avanzaba la noche, Don Gregorio le explicaba a Alba la compleja relación entre su mundo y el mundo oculto. Los dos espacios coexistían pero estaban separados por esa puerta mágica que ella había descubierto, y la única forma de mantener el equilibrio era que alguien uniera a sus habitantes contra las amenazas comunes.

Mientras tanto, en Villaluz, la familia Morales, especialmente Carla y Jorge, los más pequeños de la casa, notaron la repentina desaparición de Alba. Ellos solían observar a la diminuta araña mientras tejía sus intrincadas redes, y su ausencia les resultaba inquietante. Decidieron aventurarse al granero a buscarla, armados con una linterna y una caja de galletas para el camino.

Cuando Carla y Jorge llegaron al granero, pronto encontraron a Torcuato aún vigilando la puerta. Los hermanos alumbraron con la linterna la pequeña entrada y, superando su nerviosismo, decidieron cruzarla. Al entrar al mundo oculto, sus ojos se abrieron con asombro al ver la belleza del lugar y a Alba conversando con Don Gregorio y los demás insectos.

– «Alba, te encontramos» – exclamó Carla con alegría.

Don Gregorio les explicó a los niños la importancia del descubrimiento de Alba y la colaboración necesaria entre los dos mundos. Carla y Jorge entendieron rápidamente y prometieron ayudar en todo lo que pudieran.

A lo largo de las semanas siguientes, los habitantes de Villaluz y del mundo oculto comenzaron a trabajar juntos. Alba se convirtió en símbolo de unidad y coraje, y bajo su guía, ambos mundos prosperaron y se enriquecieron mutuamente. Carla y Jorge aprendieron valiosas lecciones sobre la naturaleza y la amistad, mientras que Don Gregorio enseñó a muchos sobre la sabiduría y la paciencia.

La final aceptación y comunión entre ambos mundos hizo que la oscuridad que una vez amenazaba se disipara por completo, dejando lugar a un futuro brillante y prometedor. Alba, la pequeña araña curiosa, había encontrado su propósito y se convirtió en una leyenda, recordada por generaciones como la valiente exploradora que unió dos mundos con su valentía y empatía.

– «Gracias, Alba» – susurró Jorge una noche mirando las estrellas desde su ventana. – «Nos has enseñado que la curiosidad y el coraje pueden abrir las puertas a lo inimaginable.»

Y así, la pequeña araña y sus amigos vivieron felices, creciendo y prosperando en un mundo lleno de belleza, misterio y nuevas aventuras por descubrir.

Moraleja del cuento «La noche en la que la araña descubrió la puerta al mundo oculto»

La curiosidad y el valor pueden romper barreras y unir mundos insospechados. Nunca subestimemos el poder de los pequeños actos de coraje, pues son capaces de cambiar el destino de muchos.

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