La araña que tenía pereza y el descubrimiento del árbol mágico de los sueños
La araña que tenía pereza y el descubrimiento del árbol mágico de los sueños
En un profundo y misterioso bosque, donde la bruma se enredaba con las ramas de los altos árboles, vivía una araña llamada Valeria. Valeria era conocida en todo el bosque por su singular característica: era una araña tremendamente perezosa. Mientras sus compañeras hilaban telas intrincadas y robustas, Valeria prefería descansar en un rincón escondido, sumida en sus sueños y en su dilatada pereza.
Valeria poseía un cuerpo elegante y firme, de un negro azabache que brillaba bajo la luz del sol. Sus pequeños ojos, siempre adormecidos, reflejaban la pereza de su alma, pero también un brillo de sabiduría oculta. Sus largos y finos hilos, que apenas tejía, se movían suavemente con la brisa, como si tuvieran vida propia.
Una tarde, mientras Valeria se balanceaba en su tela inacabada, escuchó una conversación entre dos ardillas, Marta y Diego, que trepaban por los árboles. “Dicen que hay un árbol mágico que concede sueños a quienes lo encuentran,” comentó Marta entusiasmada. Diego, con una mirada intrigada, preguntó, “¿Y sabes dónde está ese árbol, Marta?” Pero Marta solo pudo encogerse de hombros. “No estoy segura, pero algunos bichos del bosque dicen que está más allá del claro encantado.”
Las palabras de Marta resonaron en la mente de Valeria. Un árbol que concedía sueños era justamente lo que ella necesitaba para seguir viviendo su placentera vida sin tener que trabajar. Con un decidido pero lento movimiento, Valeria decidió buscar ese árbol mágico. Comenzó su viaje al atardecer, cuando el sol teñía el cielo de purpúreos y naranjas, y las sombras comenzaban a alargarse.
En su travesía, Valeria topó con diferentes personajes que la ayudaron, a pesar de sus reticencias iniciales. Primero encontró a Sebastián, un saltamontes anciano con una voz rasposa. “¿Te diriges al árbol mágico?” preguntó Sebastian, al ver la determinación somnolienta en los ojos de Valeria. “Sí, he decidido encontrarlo,” respondió Valeria con una mezcla de pereza y sincera determinación. “Debes cruzar el río Espejado, es la única forma de llegar al claro encantado,” le indicó el saltamontes, señalando con una de sus delgadas patas hacia el este.
Valeria agradeció al anciano y continuó su lento camino hacia el río. Al llegar, se encontró con Abril, una jovial libélula cuyos colores irisados brillaban incluso en el ocaso. “Hola, pequeña araña. ¿Qué te trae por aquí?” preguntó Abril, revoloteando a su alrededor. Valeria le explicó su misión y Abril, sin pensarlo dos veces, decidió ayudarla. “Yo puedo guiarte de modo seguro a través del río,” dijo Abril, y así lo hizo, volando sobre el agua mientras Valeria seguía su reflejo en la superficie.
Cruzado el río, encontraron una densa y oscura foresta. Valeria, aunque perezosa, tenía una curiosa perseverancia y no se dejó caer en la tentación de abandonar su búsqueda. Entre las sombras, surgió una figura imponente, un búho llamado Raúl, cuyos ojos dorados observaban todos los movimientos del bosque. “Nadie pasa sin mi permiso,” declaró Raúl, pero al escuchar las intenciones de Valeria, el búho quedó pensativo. “Es una ardua tarea para una araña perezosa, pero confío en tu deseo de encontrar ese árbol. Sigue recto hasta hallar los hongos luminiscentes, entonces sabrás que estás cerca,” indicó Raúl antes de despedirse.
Siguiendo las instrucciones del búho, Valeria llegó a un claro cubierto por hongos que brillaban con una extraña luz azulada. En medio del claro, se alzaba un árbol que destacaba sobre todos los demás. Su tronco parecía hecho de cristal y sus hojas reflejaban todos los colores del arco iris. Valeria sabía que había encontrado el árbol mágico, y sintió una satisfacción interna que pocas veces había experimentado.
Mientras Valeria se aproximaba al árbol, escuchó una voz suave pero firme que provenía de su interior. “¿Qué deseas, pequeña Valeria?” La araña, sorprendida pero serena, respondió, “Quiero seguir soñando y descansando sin preocupaciones.” El árbol susurró, “Para concederte tu deseo, debes primero entender el verdadero sueño. Relájate bajo sus ramas, y desvelarás tu respuesta.”
Valeria, encontrando un sitio cómodo en la base del árbol, cerró sus ojos y dejó que el sueño la envolviera. En sus sueños, vio las interminables telas de sus compañeras y las intrincadas labores que realizaban. Comprendió que el verdadero sueño no era solo descansar, sino encontrar una misión y vivirla plenamente. Al despertar, Valeria se sintió diferente, como si en su interior algo hubiera cambiado para siempre.
El árbol, percibiendo el cambio en Valeria, le ofreció una última instrucción. “Ahora que comprendes, usa este conocimiento. Te concedo la habilidad de tejer los sueños de los demás. Ayuda a quienes te rodean y encontrarás tu propio sueño hecho realidad.”
De regreso en el bosque, Valeria empezó a tejer con una destreza que jamás había mostrado antes. Sus telas eran hermosas, llenas de matices y detalles únicos. Sus compañeras, sorprendidas, no podían creer el cambio en Valeria. Ahora, todos acudían a ella no solo por su compañía sino para que tejiera sus sueños en sus telas. Valeria, una araña llena de pereza, se convirtió en una visionaria que comprendía y conectaba los sueños de los demás.
Y así, Valeria encontró satisfacción en ayudar a quienes la rodeaban, tejiendo sueños y contribuyendo al bienestar del bosque. Cada mañana, cuando el sol se alzaba, Valeria sonreía sabiendo que había encontrado no solo el árbol mágico, sino también la verdadera esencia de su existencia. Y con esto, su vida se llenó de los colores y matices de los sueños que había aprendido a tejer.
Moraleja del cuento “La araña que tenía pereza y el descubrimiento del árbol mágico de los sueños”
A través de esta historia, aprendemos que a veces lo que parece pereza puede ser una búsqueda más profunda de entendimiento y propósito. Valeria descubrió que su verdadero sueño no era solo descansar, sino encontrar una misión significativa, que no solo la beneficiara a ella sino a todos los que la rodeaban. Todos tenemos un potencial oculto que puede florecer si encontramos el propósito correcto y la motivación adecuada. Detrás de la aparente inactividad, puede esconderse un deseo latente de hacer algo extraordinario.
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