Cuento: «El murmullo del río encantado» – Viaje místico a un mundo oculto

Cuento: "El murmullo del río encantado" - Viaje místico a un mundo oculto 1

El ´murmullo del río encantado

En un valle tapizado de verde césped y flores multicolores, atravesado por un río de aguar cristalinas, vivían criaturas mágicas de bondadoso corazón.

Sus nombres eran secretos, pues en aquel valle, dar a conocer tu nombre era regalar un pedazo de tu alma.

Una de estas criaturas era Alisio, un fauno de pelo color ébano y suave como la brisa primaveral.

Sus ojos eran dos luceros púrpura que reflejaban la sabiduría de los bosques.

Siempre llevaba consigo una flauta de caña con la que tocaba melodías tan dulces que incluso las flores se inclinaban para escuchar mejor.

Cerca de donde Alisio danzaba, vivía Lilén, una ninfa cuya belleza solo era superada por la compasión que albergaba en su corazón.

Sus cabellos de oro parecían haces de luz solar atrapados en hebras finas y sus ojos, de un verde claro, eran tan profundos como el propio río.

Alisio y Lilén eran amigos desde tiempos inmemoriales y juntos cuidaban del río y de la vida que en él habitaba.

Conocían cada pez, cada guijarro y cada corriente que serpenteaba a través del valle.

Un atardecer, mientras la luz del sol en declive teñía de oro el horizonte, Alisio notó que el murmullo del río sonaba diferente.

Era un lamento suave, una melodía melancólica que impregnaba el aire con una suavidad inusual.

«Lilén, ¿has escuchado al río?» preguntó Alisio con voz suave. «Hay algo en su canto que no entiendo, una tristeza que antes no estaba.»

«Sí,» respondió Lilén, su mirada reflejando la preocupación, «algo ha cambiado. Debemos descubrir qué aflige al río que nos ha nutrido desde siempre.»

Decididos, Alisio y Lilén iniciaron un viaje río arriba, siguiendo el curso serpenteante del agua.

Mientras avanzaban, los árboles susurraban palabras de ánimo y las pequeñas criaturas del bosque les seguían en silencio.

El viaje era largo y calmado, y el cielo se adornaba con estrellas que parecían guiar su camino.

Los animales nocturnos les obsequiaban melodías reconfortantes que acompañaban la marcha.

Tras muchos meandros del río, llegaron a un claro donde el agua formaba una pequeña cascada.

Allí encontraron a un anciano sauce que lloraba lágrimas de savia.

Su tronco estaba hendido y a través de su corteza fluía el dolor en cada gota.

«Venerable sauce, ¿por qué lloras así?» preguntó Lilén con un hilo de voz tan suave como el aleteo de una mariposa.

El sauce entreabrió su corteza y con una voz que parecía venir de la tierra misma, dijo: «He perdido mi joya más preciada, un zafiro que alberga la esencia de mi vida. Sin él, mi canto es dolor y mi dolor contagia al río.»

Alisio, con la determinación reflejada en su semblante, dijo: «Nosotros te ayudaremos a buscarla, noble sauce. No permitiremos que tu canto se convierta en un lamento eterno.»

Y así, Alisio y Lilén buscaron bajo la luz de la luna llena que bañaba el bosque en un velo de plata.

Revisaron cada rincón, cada sombra, cada eco que pudiera haber capturado la joya perdida.

Después de horas de búsqueda, fue Lilén quien escuchó un débil tintineo.

Siguiendo el sonido, encontró el zafiro oculto entre las raíces de un joven abedul.

Brillaba con la fuerza de mil estrellas capturadas, palpitando con la vida del propio bosque.

«¡Lo hemos encontrado!» exclamó Lilén, alzando el zafiro hacia el cielo para que Alisio pudiera ver su destello. «Vamos, debemos devolverlo antes de que el alba traiga el nuevo día.»

Regresaron junto al sauce y con sumo cuidado, Lilén colocó el zafiro en la herida abierta del árbol.

Instantáneamente, una luz cálida surgió del interior del sauce y las lágrimas de savia se transformaron en perlas de rocío que resplandecían con la esperanza de un nuevo comienzo.

El río, sintiendo el alivio del sauce, cambió su canción.

El lamento se desvaneció dando paso a un murmullo alegre y vivaz, y toda la vida en el valle celebró la restauración de la armonía.

Alisio y Lilén, exhaustos pero rebosantes de felicidad, se sentaron a orillas del río, escuchando el renacer de su melodía.

La paz se extendió como un manto protector, y el valle una vez más era un remanso de tranquilidad.

«Gracias, queridos guardianes,» dijo el sauce con una voz ahora llena de vigor, «habéis devuelto la música a mis ramas y la serenidad al río. Por siempre estaré en deuda con vosotros.»

«No hay deuda entre amigos,» respondió Alisio sonriendo, «el río es parte de nosotros, y nosotros somos parte de él. Hoy, y todos los días, cuidaremos de esta tierra que tanto nos ha dado.»

El sol comenzaba a asomarse por el horizonte, coloreando el cielo con tonos rosados y anaranjados. El valle se desperezaba ante el nuevo día y todos sus habitantes se unían en una sinfonía de gratitud y vida.

Lilén miró hacia Alisio y dijo, «ahora el río vuelve a fluir como debe, y con él, nuestros sueños y esperanzas.

Que cada amanecer nos encuentre unidos y fuertes, protegiendo la magia de nuestro hogar.»

Alisio asintió, su corazón pleno de alegría. Tomó su flauta y comenzó a tocar una melodía que acompañaba el canto del río, un himno a la vida y al amor incondicional que ambos sentían por el valle.

Y así, mientras el sol ascendía, el murmullo del río narraba historias de valor y amistad, de criaturas que, con corazones nobles, se convirtieron en leyendas, tejiendo un tapiz eterno de encuentros y despedidas, siempre bajo la atenta mirada de las aguas que lo veían todo.

El Murmullo del Río Encantado se convirtió en una canción de cuna para todos en el valle, y cada noche, su sonido sereno inducía el sueño en los más pequeños, llevándoles en viajes de sueños mágicos y tranquilos.

Moraleja del cuento «El murmullo del río encantado»

El murmullo del agua nos enseña que incluso en los momentos de tristeza, la unión y la amistad pueden devolver la armonía perdida.

Así como Alisio y Lilén cuidaron del río, nosotros debemos cuidar de nuestros vínculos y de nuestro entorno, pues todo está conectado en el delicado ciclo de la vida.

Abraham Cuentacuentos.

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