Cuento: Bajo la luna de París y los encuentros románticos en la ciudad de la luz
Bajo la luna de París y los encuentros románticos en la ciudad de la luz
En una París vestida de gala por los destellos del atardecer, caminaba Suzette, una mujer cuya belleza radicaba en la sutileza de su sonrisa y en el enigma que encerraban sus ojos color café.
Pequeña y de figura esbelta, cada paso que daba parecía seguir el compás de un viejo vals que aún resonaba en los adoquines de la ciudad.
La brisa de marzo ondeaba contra su cabello corto y castaño mientras pasaba junto a los pintores que, como cada tarde, se diseminaban por Montmartre buscando capturar la luz única de la ciudad.
Suzette, experta en antigüedades, admiraba las pinceladas en el lienzo como quien reconoce fragmentos de historia en los objetos que restaura.
Entretanto, en la terraza de un café cercano, Alexandre, un escritor de mirada inquieta y cabello rebelde ensortijado, observaba a la multitud con curiosidad perspicaz.
Su corazón, fiel a la tinta y al papel, había eludido compromisos profundos por temor a que encadenaran su alma soñadora.
Esa noche, el destino urdiría sus hilos bajo la luna de París. Alexandre vio a Suzette y un susurro de inspiración rozó su mente.
La siguió con la mirada, grabando cada detalle de su presencia.
Trazó mentalmente frases, descripciones, diálogos…
Solo cuando ella se perdió de vista, regresó a su libreta y escribió furiosamente.
Días después, en una taquilla inaugurada por veladas literarias, se encontraron frente a frente.
Suzette, atraída por aquel anuncio de una nueva novela, y Alexandre, esperando nervioso la reacción del público.
Cuando sus ojos se cruzaron, algo vibró en el aire como una cuerda tensa que finalmente cede.
—Tu mirada me resulta familiar. ¿Nos hemos visto antes? —preguntó Suzette, sintiéndose inexplicablemente cautivada por aquel hombre de mirada intensa.
—Solo en mis sueños, que tienden a adelantarse a la realidad —respondió Alexandre con una sonrisa cautelosa—. Mi nombre es Alexandre, un placer.
Conversaron casualmente, pero cada palabra tejía una conexión más profunda.
Suzette encontró en Alexandre una sensibilidad que resonaba con su amor por lo antiguo y lo olvidado.
Alexandre, por su parte, se descubrió imaginando historias donde Suzette no era solo un personaje, sino una co-autora.
Según las hojas de los árboles comenzaron a reverdecer, sus encuentros se hicieron habituales.
Paseaban por los jardines del Luxemburgo, compartían veladas donde la música de Edith Piaf les envolvía y el vino añejo desataba confesiones.
—¿Crees en el destino, Alexandre? —preguntó Suzette una noche, contemplando el reflejo de la luna sobre el Sena.
—Creo en un destino que se escribe con las decisiones que tomamos —respondió él, tomando su mano con delicadeza.
Los pétalos de los cerezos caían como copos de nieve rosada y París, una vez más, ejercía de testigo de amores nacientes.
Suzette y Alexandre descubrían en cada conversación, en cada silencio cómplice, a una persona con quien deseaban compartir más que meras casualidades.
Cierto atardecer, mientras recorrían un mercadillo de libros usados, Suzette halló un ejemplar de “Le Petit Prince”. Lo abrió y leyó en voz baja:
—”Lo esencial es invisible a los ojos”. Alexandre, ¿y si eso que no se ve es lo que nos ha unido?
—Entonces estamos viendo con el corazón —susurró Alexandre, mirándola con ternura.
A medida que el otoño llegaba, pintando de ocres y dorados el lienzo de París, la relación entre Suzette y Alexandre florecía, arraigando su amor más allá de la efervescencia de una pasión pasajera.
Una fría noche de noviembre, abrigados por sus abrazos y los vapores del café caliente, Alexandre se armó de valor:
—Suzette, he recorrido incontables páginas, pero solo en ti he encontrado el capítulo que no quiero terminar. ¿Serías la co-autora de mi vida?
La respuesta de Suzette fue un beso que sellaba promesas y sueños compartidos mientras la luna los cobijaba con su luz mágica.
El invierno trajo consigo la nieve, y bajo su manto blanco, Alexandre y Suzette cruzaron la puerta de una nueva etapa.
Una boda íntima en una pequeña librería de la Rue de l’Abreuvoir, rodeados de libros y del cálido resplandor de las velas.
Y así, mientras las estaciones cambiaban y París continuaba su danza incesante de luces y sombras, dos almas encontraron el ritmo perfecto para sus corazones.
Moraleja del cuento Bajo la luna de París: romance en la ciudad de la luz
En la narrativa de la existencia, hay encuentros que parecen simples azarosas anécdotas, pero que al cruzar las miradas y alinear los corazones, se convierten en historias eternas que el tiempo no puede erosionar.
Siempre hay que leer entre líneas, porque entre los espacios vacíos se dibujan los más hermosos cuentos de amor.
Abraham Cuentacuentos.
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