El tren de los encuentros
En una pequeña estación decorada por los caprichos del otoño se hallaba el tren que silbaba melodías de vapor y tiempo.
Este no era un tren cualquiera; aquellos que se embarcaban en él eran buscadores de destinos entrelazados, de amores y amistades destinadas a ser.
Al pie de uno de sus vagones, esperando que el reloj marcara la salida, estaba Clara, una joven de cabellos como hebras de oro y ojos que reflejaban el infinito cielo azul.
Al otro extremo, un muchacho apoyaba su espalda contra el frío metal del tren.
Se llamaba Hugo y su mirada cargaba la serenidad de las montañas.
A diferencia de Clara, que parecía ansiosa por bordar nuevos recuerdos, Hugo arropaba un libro entre sus manos, buscando en sus páginas la aventura que le sostuviera el alma.
El tren comenzó su travesía y con cada kilómetro, sus vidas se arrastraban más cerca una de la otra.
Clara, rodeada por la bruma del té caliente, bajó su mirada hacia un viejo diario que había pertenecido a su abuela.
En sus páginas, la tinta danzaba y formaba historias de amores pasados, amistades profundas y lecciones de vida.
El camino de Hugo estaba salpicado por los paisajes que observaba a través de la ventana.
Las colinas vestidas de marrón y las copas de los árboles mecidas por el viento componían una sinfonía visual que atesoraba dentro de su quietud.
Así, sin saberlo, Hugo y Clara compartieron el mismo espacio, respiraron el mismo aire y quizá también, soñaron sueños similares, en un tren que parecía conducirles hacia un cruce de caminos invisibles.
Una tarde, mientras el sol comenzaba su descenso, Clara dejó su diario a un lado y decidió explorar el tren.
Sus pasos la llevaron hacia el vagón de lectura donde Hugo, inmerso en sus historias, no notó su presencia.
Clara eligió un libro y se sentó frente a él, abriendo las páginas con un cuidado que sólo conocen los que reverencian las palabras.
Hugo levantó la vista, y en ese momento, el tiempo pareció suspenderse.
Sus ojos se encontraron y en ellos se reflejaron destellos de curiosidad y algo que ninguno de los dos podría definir aún.
Clara sonrió tímida, y Hugo, como respondiendo a un hechizo, correspondió con una sonrisa que iluminó la estancia.
«¿Qué lees?», preguntó Clara con voz suave como una caricia de brisa.
«Un libro sobre las estrellas y sus constelaciones», respondió él. «¿Y tú?»
«La historia de mi abuela, en sus años mozos. Es un diario lleno de sus aventuras.»
Los días que siguieron tejieron hilos invisibles entre Clara y Hugo.
Descubrieron que tenían mucho en común, desde su pasión por los viajes hasta el amor por las pequeñas cosas de la vida.
Por las noches, compartían cuentos y sueños bajo la tenue luz de las estrellas que se colaban por las ventanas del tren.
Un atardecer, mientras compartían té,
Clara mencionó un baile que su abuela solía describir en su diario.
La luz de entusiasmo en sus ojos fue suficiente para inspirar a Hugo a organizar un pequeño baile en el vagón comedor.
La música inundó el aire y las luces se atenuaron. Hugo extendió su mano hacia Clara y, con un gesto lleno de afecto y camaradería, la invitó a bailar.
No necesitaron ser expertos en la danza para moverse al son de la melodía que parecía nacer de sus corazones.
Los pasajeros, testigos de esa unión, observaban con una mezcla de asombro y alegría.
Algunos se animaron a unirse, y el vagón se transformó en un escenario de historias entrecruzadas, de amistades que florecían al compás de la música.
Pronto, el tren se convertiría en leyenda, conocido por todos los habitantes de los pueblos cercanos como el tren de los encuentros, donde las almas errantes encontraban su puerto seguro y los corazones solitarios, compañía.
Clara y Hugo se dieron cuenta de que su amistad había florecido en algo más profundo.
Una noche, mientras la luna iluminaba sus rostros, Hugo tomó las manos de Clara y le dijo:
«Desde que te vi, supe que nuestras vidas habían sido tejidas por el mismo hilo, y ahora, siento que el destino ha conspirado para unirnos. ¿Te atreverías a seguir esta aventura conmigo, no solo en este tren sino en la vida misma?»
La respuesta de Clara fue una sonrisa y un abrazo que simbolizó la unión de dos almas que habían encontrado su correspondencia perfecta en el universo.
El tren continuó su marcha, surcando paisajes y tejiendo más historias de amor y amistad, y Clara y Hugo, entrelazados en brazos y miradas, entendieron que el verdadero viaje no estaba en los kilómetros recorridos, sino en las conexiones forjadas en el camino de la vida.
Muchos años después, un nuevo diario se escribió a bordo de aquel tren de los encuentros.
Esta vez, era la nieta de Clara quien, con ojos curiosos y corazón valiente, leía las páginas que narraban la historia de amor y amistad de sus abuelos.
Y mientras sus dedos pasaban de página en página, en algún lugar del tren, un muchacho de sonrisa serena levantaba la vista de su libro, preguntándose si ese tren especial le traería una aventura como la de aquellos cuentos antiguos.
Moraleja del cuento: El tren de los encuentros
La vida es un tren en marcha repleto de vagones llenos de oportunidades para tejer conexiones significativas.
Cada encuentro, cada mirada compartida es un hilo potencial en la gran tela de nuestra existencia. La historia de Clara y Hugo nos enseña a estar abiertos a las posibilidades, a valorar la amistad como el suelo fértil donde puede florecer un amor verdadero y a no temer subirnos al tren de los encuentros, pues nunca sabemos en qué estación podría estar esperándonos la aventura más grande de nuestras vidas.
Abraham Cuentacuentos.