El viaje de la gallina y el lago de las estrellas danzantes

El viaje de la gallina y el lago de las estrellas danzantes

El viaje de la gallina y el lago de las estrellas danzantes

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En un rincón apartado de un valle verde y fértil, se hallaba una pequeña aldea llamada Tranquilina. En ella, como en cualquier aldea pintoresca, vivían todo tipo de animales, pero las verdaderas protagonistas eran las gallinas. Entre ellas, destacaba una gallina aventurera llamada Clarisa. No era una gallina común; de plumas blancas como la nieve y ojos de un azul profundo, tenía siempre un brillo especial en la mirada que delataba una inquietud interior. Clarisa escuchaba siempre con atención las historias que contaban los ancianos del corral. Había una en particular que le fascinaba: la del lago de las estrellas danzantes.

Según la leyenda, en una noche de primavera, los ancianos habían visto un lago mágico donde las estrellas bajaban a danzar sobre el agua. Clarisa escuchaba cada detalle con el corazón palpitante y una sensación de propósito desconocido. Así fue como, una mañana bañada por los primeros rayos del sol, Clarisa decidió emprender su travesía. Se despidió de sus amigas, Carmen y Rosalía, quienes le dieron un par de plumas sueltas como amuleto de buena suerte, y con esto, comenzó su aventura.

El camino no sería fácil, y pronto Clarisa se encontró con un obstáculo: un denso bosque que muchos señalaban como un lugar lleno de misterios y peligros. Sin embargo, su espíritu intrépido no conocía miedo. Al adentrarse en la espesura, el ambiente se volvió umbrío y fresco. Las hojas susurraban secretos antiguos y los rayos de luz se colaban tímidamente entre las copas de los árboles. Mientras atravesaba el frondoso lugar, una voz suave y musical la detuvo.

«¿Adónde vas, pequeña gallina?», preguntó una tortuga anciana llamada Don Baltasar, que había presenciado décadas de historias entre los pliegues del bosque. «Busco el lago de las estrellas danzantes,» contestó Clarisa con decisión. La tortuga sonrió y le dijo: «Es un viaje largo y lleno de encrucijadas. Debo advertirte que no todos los que lo han intentado han regresado.»

Clarisa agradeció el consejo, pero su corazón ya estaba decidido. Don Baltasar, sintiendo admiración por su valor, decidió acompañarla hasta el límite del bosque. «Grises y viejas son mis patas, pero aún puedo enseñar el camino que conduce a la sabiduría,» dijo la tortuga, y juntos avanzaron por un sendero estrecho y sinuoso hasta llegar a un claro bañado por la luz del sol.

Al salir del bosque, Clarisa sintió una bocanada de libertad y un nuevo anhelo por descubrir lo que había más allá. El camino continuaba a través de vastos campos floridos donde los colores danzaban al ritmo del viento. Fue entonces cuando se encontró con otro viajero inesperado. Un gallo llamado Don Pío, de plumaje dorado y porte elegante, se cruzó en su sendero. «¡Buenos días! ¿Por qué tan sola en esta travesía?» preguntó con curiosidad.

Clarisa porfirió la historia del lago de las estrellas danzantes. Don Pío, conmovido por su determinación, decidió acompañarla. «Dos son mejor que uno, y mi canto ha guiado a más de un extraviado,» aseguró con una sonrisa. Ahora eran tres: una gallina valiente, un gallo noble y una anciana tortuga sabia.

El grupo siguió adelante y llegaron a un remoto pueblo de gallinas donde todas parecían tener un aire melancólico y resignado. Era el poblado de Villaluna, donde las estrellas eran apenas visibles y las gallinas vivían con miedo. El líder del poblado, una gallina anciana llamada Prudencia, les recibió con un aire de desconfianza. «No sabemos de qué habláis, ese lago pertenece al reino de los sueños,» dijo, mas Clarisa no desistió y compartió esperanza y coraje con las habitantes del lugar.

Con cada historia que Clarisa contaba, las gallinas de Villaluna comenzaron a recuperar algo de luz en su plumaje apagado. «Quizás seamos capaces de ver las estrellas danzantes esta misma noche,» murmuró una joven gallina llamada Esperanza. Decidieron unirse al viaje, y pronto el pequeño grupo había crecido en número y espíritu.

Continuaron su marcha y llegaron al pie de una montaña elevada. «Los ancianos del corral decían que detrás de esta montaña se extiende el valle donde se oculta el lago,» comentó Clarisa. La subida fue ardua y requirió la fortaleza de todos, pero el compañerismo hizo la experiencia menos gravosa.

Al alcanzarla, se abrió ante sus ojos un paisaje de ensueño: un amplio valle presidido por un lago que parecía espejear los mismos cielos. Sin embargo, aún no era de noche, y debían esperar el crepúsculo para ver si la leyenda era cierta. Clarisa, exhausta pero esperanzada, se sentó en la orilla del lago junto a sus amigos y el nuevo grupo de gallinas.

Cuando el sol cedió al manto de la noche, todos aguardaron expectantes. De repente, ocurrió el milagro; una estrella fugaz cruzó el firmamento, seguida de otra y otra. Las estrellas comenzaron a reflejarse en el lago, danzando de forma mágica y luminosa. «Es tal como lo dijeron,» exclamó Don Pío con su voz emocionada.

Las gallinas de Villaluna, que siempre habían temido el cielo nocturno, ahora comprendían la belleza que escapaba de su propia mirada. Prudencia, la líder anciana, no pudo evitar esbozar una sonrisa. «Gracias, Clarisa, por traernos hasta aquí. Has demostrado que el valor puede cambiar el destino,» afirmó con voz solemne.

Las noches siguientes, el lago se convirtió en un lugar de encuentro y celebración. Las estrellas danzantes trajeron consigo nuevas historias y esperanzas renovadas. Clarisa, Don Pío y Don Baltasar siguieron siendo recordados como los héroes que descubrieron el camino hacia la maravilla celestial. El lago y el poblado reverdecieron en felicidad y comunión.

Finalmente, Clarisa comprendió que su viaje no solo había sido para encontrar el lago mágico, sino también para unir corazoncitos y restaurar la fe en lo imposible. Se quedó en el poblado, donde siempre tenía una nueva historia que contar y nuevas generaciones de gallinas a las cuales inspirar. La alegría y la paz reinaron en Tranquilina y Villaluna por siempre.

Y así, en la serenidad que solo los sueños realizados pueden ofrecer, Clarisa vivió sus días sabiendo que había descubierto no solo un lago de estrellas, sino también el lazo invencible que une a los seres valientes y a aquellos que se atreven a soñar.

Moraleja del cuento «El viaje de la gallina y el lago de las estrellas danzantes»

El valor y la determinación son la clave para superar los desafíos y descubrir maravillas ocultas. No importa cuán imposible parezca un sueño, con corazón y coraje, cualquier destino puede alcanzarse, y en el camino, es posible cambiar el destino de otros y descubrir el verdadero significado de la amistad y la esperanza.

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