La máscara de la medianoche y un baile de máscaras que esconde un juego mortal
Las campanadas resonaron a lo largo de la villa de Gérzale, un poblado pequeño y repleto de historias de antaño.
Cada sonido reverberaba entre las antiguas casas de piedra creando una melodía siniestra que solo el viento osaba acompañar.
La noche caudalosa invadía cada rincón del lugar, y con ella, una expectación nerviosa por el acontecimiento que estaba por suceder.
En el corazón de la villa, el castillo de los Dubrinsky, majestuoso y amenazante, se erguía como guardián de oscuros secretos.
Allí, una vez al año, se congregaban almas valientes —o insensatas— dispuestas a ocultar su identidad tras máscaras y disfraces para el famoso baile de medianoche.
Pero este no era un evento ordinario, pues se decía que al finalizar el baile, al asentarse la última nota musical en los pasillos, una de las máscaras cobraba vida y reclamaba al poseedor de una alma desprevenida.
Los protagonistas de nuestra historia, Alain y Elise, hermanos no por sangre pero sí por destino, ignoraban los susurros de los habitantes de la villa y, movidos por la curiosidad, se atrevieron a asistir al baile. Alain, hombre joven de gesto sombrío y ojos tan oscuros como la misma noche, vestía una máscara de cuervo que parecía susurrar secretos que solo él podía escuchar.
Por su parte, Elise, de mirada penetrante y cabellos dorados como el trigo maduro, optó por una máscara de mariposa plateada que cubría sólo la mitad de su rostro, permitiendo que su sonrisa desafiante fuese su mejor adorno.
«Esta noche, hermano, la magia es real y la muerte tan solo una danza más», expresó con voz emocionada mientras reajustaba su máscara.
Los pasos de baile comenzaron a dibujarse en el gran salón y la música invadía cada espacio, intensa y cautivadora.
Los hermanos no tardaron en dejarse llevar por la euforia, riendo y bailando mientras los demás invitados se inclinaban ante la magnificencia de la música, olvidando por un momento los macabros rumores.
Pero fue al dar las doce campanadas de la medianoche cuando el ambiente cambió.
Una fría presencia se sintió en el aire y una voz temblorosa pero clara rezó una maldición ininteligible, que resonó en las mentes de todos los presentes.
«Ahora, damas y caballeros», anunció el anfitrión con voz teatral, «la verdadera festividad comienza. Una a una, cada máscara mostrará su verdadera esencia. Solo aquellos puros de corazón saldrán inmaculados de esta noche».
Los rostros cubiertos se tornaron rígidos, y la música, antes vibrante, se desvaneció en sollozos de violines y lamentos de flautas.
Alain, con una sensación de pesadez en el pecho, buscó a Elise con la mirada, solo para encontrar que ella también lo hacía.
Sus ojos reflejaban un temor que resonaba con el suyo – el juego había comenzado.
Poco a poco, se dio cuenta del cambio en los danzantes.
Algunos mostraban deformidades en sus máscaras, otros gritaban pidiendo clemencia.
Era como si cada máscara reflejara el alma de quien la llevaba puesta, torturándolos con sus propios demonios internos.
«Elise, ¡tenemos que irnos de aquí!», Alain gritó, tratando de abrirse paso entre la multitud en pánico.
Ella asintió, intentando despojarse de su máscara, pero ésta parecía haberse fusionado con su piel.
Entonces, se hizo un silencio. Alain sintió una mano fría sobre su hombro.
Girándose abruptamente, su mirada se encontró con unos ojos negros e insondables, rodeados por una máscara de gárgola.
«La esencia pura se revelará», susurró la figura.
La desesperación se apoderó de él y, en un impulso, logró arrancarse la máscara.
El dolor fue insoportable, como arrancar una parte de su ser.
La figura, sin embargo, se disipó como si nunca hubiera estado allí.
Alain miró a su alrededor y, para su alivio, vio que Elise también había conseguido liberarse. Se dirigieron a la salida, esquivando a los otros asistentes atrapados en su pesadilla personal.
Afuera, el frío de la noche los golpeó como una bienvenida realidad.
Respiraron con dificultad, mientras la atmósfera cargada del castillo se disipaba a sus espaldas.
Juntos, corrieron hacia la seguridad de su hogar, dejando el castillo y su maldición en el pasado.
Días después, el baile fue apenas un susurro entre los habitantes de Gérzale.
El castillo y su enigmático anfitrión no volvieron a abrir sus puertas para otro evento y muchos quisieron olvidar aquella noche.
Alain y Elise, sin embargo, no olvidaron.
Lo vivido les enseñó el valor de enfrentar sus miedos y la importancia de la unión fraternal.
No obstante lo oscuro que pueda parecer un desafío, siempre habrá una salida si se encara con coraje y amor.
Moraleja del cuento La máscara de la medianoche y un baile de máscaras que esconde un juego mortal
La máscara que portamos puede ocultar nuestros miedos y sombras, pero solo enfrentando y aceptando nuestra verdadera esencia, seremos libres de las cadenas que nos atan.
Y aunque la noche nos presentase un juego mortal, la aurora siempre aguardará para aquellos que, con valentía, se mantienen fieles a sí mismos y caminan juntos por el sendero de la luz.
Abraham Cuentacuentos.