Cuento de Navidad: La travesía olvidada de los Reyes Magos con secretos y revelaciones místicas

Dibujo al contraluz de los tres Reyes Magos de oriente con la estrella de la Navidad al fondo.

La travesía olvidada de los Reyes Magos con secretos y revelaciones místicas

En lo más recóndito del oriente, allá donde el sol acuna las dunas y el cielo es un lienzo de estrellas, tres sabios cabalgaban a lomo de sus camellos.

Gaspar, con su barba plateada que brillaba como el mercurio, miraba con ojos de lince la inmensidad del cielo.

Melchor, de cabellera negra cual azabache y piel cincelada por el tiempo, consultaba antiguos pergaminos mientras mascullaba palabras en lenguas ya olvidadas.

Baltasar, con su sonrisa franca y la tez bañada por el caoba, entonaba delicadas melodías que parecían hablar con el viento.

Los tres magos, guiados por la Estrella de Belén, buscaban el lugar donde nacería el niño prometido.

Innumerables noches habían cruzado tierras y mares en pos de aquel encuentro.

Sin embargo, un sortilegio olvidado había enredado sus caminos, y como por arte de magia, sus memorias se apagaron, olvidando la misión que los había reunido.

«Hermanos, ¿cuál es el propósito de nuestra marcha?» preguntó Gaspar, la incertidumbre en su voz tan clara como el cristal.

«Pensaba que tú lo sabías», respondió Melchor, frunciendo el ceño y mirando los pergaminos con desespero.

Baltasar cesó su canto y dijo, «La melodía de mi corazón se ha perdido. No recuerdo la canción que debo entonar.»

Mientras los magos lidiaban con el enigma de su olvido, la brisa trajo consigo un débil llanto que serpenteó entre las dunas.

Movidos por una fuerza desconocida, los tres se adentraron en el corazón del desierto, donde encontraron a una caravana de viajeros desamparados.

Entre ellos, una joven pareja con un recién nacido, envuelto en pañales, lloraba bajo el frío nocturno.

La compasión brotó en los rostros de los magos y, sin dudarlo, compartieron sus mantas y provisiones.

Gaspar, viendo los ojos agradecidos de la pareja, sintió un calor familiar.

Melchor, al posar su mirada sobre el bebé, vio un destello que le hizo recordar palabras de esperanza y profecías antiguas.

Baltasar, al tomar al niño entre sus brazos, susurró una melodía que parecía mecer al mismo desierto.

Y así, la canción perdida cobró vida una vez más, llenando de luz y calidez su alma.

La noche mágica continuó su danza, y con cada estrella que parpadeaba, trozos de su memoria volvían a ellos.

La misión, el encuentro y el significado de la comitiva celestial que los había llamado se hizo evidente.

«¡Es el Mesías!» exclamó Gaspar con alegría desbordante.

«¡El rey prometido!» dijo Melchor con voz temblorosa.

«El portador de salvación», murmuró Baltasar con lágrimas en los ojos.

Entonces, cada uno extrajo de sus alforjas los presentes que habían guardado sin saber para quién.

Gaspar ofreció oro, reflejo de la realeza del niño.

Melchor entregó incienso, símbolo de su divinidad.

Y Baltasar presentó mirra, presagio de su sacrificio y resurrección.

La madre, María, con ojos inundados de amor, aceptó los regalos. «Estaban destinados para él. Siempre lo estuvieron», dijo con voz suave pero firme.

José, su hombre, agradeció a los magos. «Sus corazones han guiado sus pasos. Vuestro olvido no fue un error, sino un camino para encontrar la verdadera luz», expresó con humildad.

Los tres magos se postraron ante el niño, y una paz inquebrantable llenó sus corazones.

Supieron entonces que su travesía, por más olvidada que estuviera, siempre estuvo marcada por una estrella que brillaba con la promesa de cambio y esperanza.

Al amanecer, los magos se despidieron de la sagrada familia.

Sabiendo que llevaban consigo la promesa de un futuro mejor, emprendieron el viaje de regreso a sus tierras, llevando la historia del encuentro más allá de las arenas del tiempo.

A lo largo de las ciudades y aldeas por donde pasaban, los magos narraban la historia del recién nacido que cambiaría el mundo.

Su mensaje de amor y compasión se extendió como una ola de cálido abrazo, tocando los corazones de todos los que la escuchaban.

Con cada relato, la magia de aquella noche se entrelazaba en la vida de la gente, inspirando actos de bondad y fraternidad.

Y así, la historia olvidada de los reyes magos se hizo inolvidable, transformando cada Navidad en un recuerdo de su bendito encuentro.

Moraleja del cuento La travesía olvidada de los reyes magos

Que la memoria puede fallarnos, pero el corazón guarda las verdaderas razones de nuestra jornada.

La bondad y la compasión son los regalos más valiosos que podemos ofrecer, y es en el acto de compartir donde encontramos nuestro verdadero propósito.

Así, cada Navidad, recordemos el amor y la luz de aquella estrella que guio a los magos, para que también nos guíe a nosotros en el camino hacia la bondad y la esperanza.

Abraham Cuentacuentos.

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