Cuento: Susurros en el viento de verano

Cuento: Susurros en el viento de verano 1

Susurros en el viento de verano

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En la pequeña villa de Valleverde, el verano se desplegaba como un tapiz de tonos dorados y aromas florales.

Los habitantes, personas afables que acogían el calor con una sonrisa, preparaban la festividad del solsticio, una noche mágica donde las leyendas aseguraban que incluso el viento podía enamorarse.

Entre ellos, Lucía, de mirada cerúlea y cabellos ondeados como los campos de trigo, destacaba por su risa contagiosa que se derramaba por las callejuelas empedradas.

Cada mañana, sus pasos la llevaban a la vieja librería del señor Mateo, un reducto de sabiduría y aventuras que custodiaba más historias de las que un corazón joven podía soñar.

Un día, al depositar unos libros en el escaparate, un golpe de brisa hizo danzar las páginas de un grueso volumen, deteniéndose en un capítulo que hablaba de un amor inesperado.

Fue entonces cuando la puerta chirrió, anunciando la llegada de Álvaro, el nuevo ayudante de Mateo, cuyos ojos oscuros guardaban más misterios que la propia librería.

—Buenos días, Lucía. Veo que el viento te ha traido una historia de amor —dijo él con voz serena.

—Si los susurros pudieran contarnos secretos… —replicó ella, notando cómo el corazón le bailaba en el pecho.

Álvaro asintió con una sonrisa, dibujando en el aire un camino de complicidad que unía sus almas con delicadeza.

Día tras día, en aquella librería bajo la atenta mirada del señor Mateo, Lucía y Álvaro tejieron una amistad entrelazada con hilos de ternura y sonrisas discretas.

Sin embargo, ambos sabían que cada conversación, cada recomendación de lectura, cada roce accidental, era una caricia para el corazón.

Las semanas fueron pasando y la festividad del solsticio se acercaba.

Lucía, con ayuda de Álvaro, se encargó de decorar la librería con guirnaldas de flores silvestres y farolillos color pastel. Juntos dieron vida a un rincón mágico que parecía extraído de un sueño.

Con la llegada del crepúsculo, la villa se transformó. La música y las risas inundaron el aire mientras las primeras estrellas parpadeaban tímidamente.

Lucía y Álvaro salieron a contemplar la celebración, sus brazos rozándose mientras andaban.

—¿Crees en las leyendas? —susurró Álvaro. A la luz de la luna, su perfil se asemejaba al de un príncipe de antiguos relatos.

—Creo en lo que puedo sentir —contestó Lucía, su mirada perdida en el brillo de sus ojos.

Fue entonces, en un acto de audacia suscitado por la magia de la noche, cuando Álvaro tomó su mano y la atrajo hacia el bosque que rodeaba Valleverde.

Las sombras danzaban con la luz de las luciérnagas y el suave rumor del viento parecía narrar una historia de amor eterno.

—Mira —señaló Álvaro, deteniéndose ante un claro donde miles de flores nocturnas se abrían como si estuvieran vivas—. Quisiera mostrarte algo tan bello como lo que siento cuando estoy contigo.

Sin palabras, Lucía permitió que el gesto sincero llenara el espacio entre ellos.

La naturaleza se convirtió en cómplice de un sentimiento que ya no podía ocultarse bajo la luz de las estrellas.

—Yo también tengo algo que contarte —confesó Lucía, su voz temblorosa como las hojas al viento—. Cada día, al verte, mi corazón susurra una canción que hasta ahora no había tenido el valor de escuchar.

Álvaro, con la ternura dibujada en sus ojos, se aproximó para escuchar aquel susurro que prometía entrelazar sus destinos.

—¿Cuál es esa canción? —preguntó con un hilo de voz, emocionado.

—Es una melodía que habla de ti, de mí, de nosotros —dijo ella, acortando la distancia que los separaba—. Una canción que solo puede ser escrita con el corazón.

Y bajo el manto de la noche estrellada, se selló una promesa con un suave beso que confirmaba el nacimiento de un amor verdadero.

La fiesta del solsticio continuó, pero para Lucía y Álvaro, el tiempo pareció detenerse en aquel instante perfecto.

Los días se sucedieron y el verano dio paso a otras estaciones, pero el amor entre Lucía y Álvaro se mantuvo firme, superando cualquier desafío que el destino les presentara.

En cada paseo, en cada palabra, en cada silencio compartido, su amor no hacía más que crecer.

La librería siguió siendo su refugio, y el señor Mateo, un testigo de excepción de esa historia que había comenzado con un susurro y que continuaría por siempre, más allá del tiempo, como los eternos susurros del viento de verano.

Y así, la villa de Valleverde fue testigo de un amor tan puro y genuino que incluso los más escépticos comenzaron a creer en las leyendas.

Lucía y Álvaro, unidos por algo más fuerte que el destino, sellaron su amor bajo el cielo de aquel verano, entre susurros y promesas eternas.

Moraleja del cuento Cuentos de amor: Susurros en el viento de verano

El amor verdadero es una melodía que se escribe con el corazón, un susurro que une destinos y florece con la autenticidad de los sentimientos.

Es la promesa de que, incluso en los días más sombríos, persiste el calor del verano compartido, eterno en su esencia, como un dulce recuerdo que susurra esperanza en cada viento que acaricia nuestras almas.

Abraham Cuentacuentos.

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