Cuento: Las luces eternas de Lea y Sirius
Las luces eternas de Lea y Sirius
En una ciudad llamada Estrellado, donde las noches eran más brillantes que los días gracias a sus cielos estrellados, vivía Lea, una joven de cabellos rizados y oscuros como la noche misma, y ojos tan profundos que reflejaban cada constelación.
Lea tenía un compañero inseparable: Sirius, un perro de pelaje blanco salpicado de manchas negras que, curiosamente, parecían dibujar constelaciones en su piel.
Una noche, mientras Lea y Sirius descansaban en su acogedora habitación, algo mágico ocurrió.
Las estrellas en la almohada de Lea comenzaron a brillar intensamente, iluminando toda la estancia. Lea, sintiendo una extraña conexión, colocó su mano sobre la almohada y, de repente, se vio transportada a un mundo desconocido.
Sirius, al ver que su amiga había desaparecido, saltó sobre la cama, y en un instante, también fue llevado a ese misterioso lugar.
Ambos se encontraron en un vasto prado, donde el césped era de un tono azul eléctrico y el cielo estaba adornado con estrellas que formaban imágenes en movimiento.
Una de esas estrellas descendió y tomó forma humana. Era una mujer de piel luminosa y cabello plateado que fluía como un río de estrellas.
Se presentó como Lyria, guardiana de las constelaciones.
“Lea,” dijo Lyria con una voz suave pero firme, “has sido elegida para restaurar el equilibrio en nuestro mundo. Las constelaciones se han desalineado y necesitamos de alguien con un vínculo especial con las estrellas para ayudarnos.”
Lea, aún asombrada, respondió: “No sé cómo podría ayudar. Solo soy una chica común con un amor por las estrellas.”
Lyria sonrió y señaló a Sirius. “Tú y tu fiel compañero poseen un lazo único. Las manchas en su pelaje no son coincidencia; él es el guardián terrenal de las constelaciones.”
Juntos, emprendieron una aventura a través de diversos paisajes estelares.
Se enfrentaron a nebulosas tempestuosas, agujeros negros traicioneros y cometas errantes.
Con cada desafío, la conexión entre Lea y Sirius se fortalecía.
Ella, con su intuición y amor por el cosmos, y él, con su valentía y conexión celestial, lograron alinear nuevamente las estrellas.
Durante su travesía, se encontraron con criaturas místicas: dragones hechos de cometas, aves fénix que renacían de supernovas y caballos galácticos que corrían a la velocidad de la luz.
Una vez que la paz fue restaurada, Lyria les agradeció. “Tu valentía y amor por las estrellas han salvado nuestro mundo, Lea. Como recompensa, puedes pedir cualquier deseo.”
Después de pensar un momento, Lea dijo: “Solo quiero regresar a casa y que todas las noches pueda ver este hermoso cielo estrellado desde mi ventana.”
Lyria asintió y, con un chasquido de sus dedos, Lea y Sirius fueron transportados de regreso a su habitación en Estrellado.
Al mirar por la ventana, vieron el cielo más brillante y hermoso que jamás hubieran imaginado.
Desde esa noche, cada vez que Lea y Sirius miraban al cielo, recordaban su aventura entre las estrellas y el lazo especial que compartían con el universo.
Y así, en la ciudad de Estrellado, se contaba la leyenda de la joven y su perro que viajaron a través del cosmos y restauraron la armonía en el mundo de las constelaciones.
Las semanas pasaron desde aquella aventura cósmica, y aunque la vida en Estrellado parecía haber vuelto a la normalidad, había algo que Lea no podía sacar de su mente.
A veces, mientras observaba el cielo, sentía como si las estrellas le hablaran, susurrándole secretos del universo.
Una noche, mientras Lea y Sirius estaban en el jardín, una pequeña estrella fugaz descendió del cielo, transformándose en un delicado medallón que aterrizó en sus manos.
El medallón tenía inscrita una constelación que no reconoció, pero al tocarlo, sintió una energía pulsante.
Sirius, con una mirada inquisitiva, se acercó al medallón y, al hacerlo, las manchas en su pelaje comenzaron a brillar en sintonía con él. Lea comprendió que el medallón tenía un propósito, y era una puerta a otro viaje.
Esa noche, al colocarse el medallón alrededor del cuello, fue transportada a una biblioteca celestial. Estantes interminables llenos de libros astrales se alzaban ante ella.
Un anciano con barba de cometas se acercó, presentándose como Orion, el guardián del conocimiento estelar.
“Lea, has sido traída aquí para aprender sobre las historias del universo. Cada estrella, cada planeta, tiene una historia que contar,” explicó Orion.
A lo largo de las siguientes noches, Lea fue instruida en la sabiduría de las estrellas.
Aprendió sobre civilizaciones antiguas que habían prosperado en planetas lejanos, sobre amores trágicos que dieron origen a las nebulosas y sobre héroes galácticos cuyas hazañas eran recordadas en las constelaciones.
Pero no todo era conocimiento y maravilla.
Una noche, Orion le mostró una visión preocupante: una sombra oscura se cernía sobre Estrellado, una entidad que buscaba apagar las estrellas y sumir al universo en la oscuridad.
Armada con el conocimiento de los astros y con Sirius a su lado, Lea emprendió una nueva misión para enfrentar a esta amenaza.
Viajó por galaxias y enfrentó a seres hechos de la oscuridad misma, aprendiendo que la entidad era conocida como “El Vacío”.
En la batalla final, con la ayuda de Lyria y Orion, y utilizando la luz de su medallón y el poder de Sirius, Lea logró disipar a El Vacío, restaurando la luz en el cosmos.
Regresando a Estrellado, Lea comprendió que su conexión con el universo era eterna.
No solo era una observadora de las estrellas, sino también su protectora.
Y así, con cada aventura, la leyenda de Lea y Sirius crecía, convirtiéndose en una inspiración para todos en Estrellado, un recordatorio de que cada uno de nosotros tiene un lugar y un propósito en el vasto tapiz del universo.
Los años pasaron y la fama de Lea y Sirius se extendió más allá de Estrellado. Viajeros de tierras lejanas y planetas distantes venían en busca de la joven que conversaba con las estrellas y su perro guardian de las constelaciones.
Pero Lea, a pesar de sus aventuras celestiales, permanecía humilde, siempre buscando aprender y crecer.
Un día, una joven llamada Naela llegó a Estrellado.
Tenía el cabello tan pálido como la luna y ojos que reflejaban el vasto océano. Vino buscando a Lea con una petición especial: su hogar, un pequeño planeta llamado Lumora, estaba perdiendo su luz.
Las flores lumínicas, que iluminaban su mundo, estaban marchitándose y con ellas, la esperanza de su gente.
Lea, sintiendo una conexión con Naela, accedió a ayudarla. Junto con Sirius, viajó a Lumora, un mundo de mares luminiscentes y montañas que brillaban con colores que nunca había visto.
Las flores lumínicas, que alguna vez brillaron con una intensidad cegadora, ahora estaban apagadas y débiles.
A través de sus exploraciones, Lea descubrió que un antiguo cristal, el Corazón de Lumora, que daba energía a las flores, había sido robado.
La búsqueda del cristal los llevó a enfrentarse a seres de sombra y a resolver enigmas antiguos.
Mientras investigaban, Naela compartió con Lea la historia de su planeta, cómo cada flor lumínica representaba los sueños y esperanzas de su gente.
Le habló de las canciones que cantaban bajo la luz de las flores y cómo, sin ellas, Lumora se desvanecería en la oscuridad.
Después de superar innumerables desafíos, finalmente encontraron el Corazón de Lumora en manos de un antiguo ser llamado Zephyr, un guardián que había perdido la fe en el mundo y había tomado el cristal en un intento por protegerlo.
Sin embargo, al ver la determinación de Lea, Naela y Sirius, y al escuchar las historias de esperanza de Lumora, su corazón se ablandó. Devolvió el cristal y, con él, la luz volvió a Lumora.
Como agradecimiento, Naela enseñó a Lea una antigua danza de Lumora bajo las flores lumínicas. Juntas, danzaron, sus siluetas brillando con la luz de un millón de flores, mientras Sirius, con su pelaje brillante, corría a su alrededor.
De regreso en Estrellado, Lea añadió un nuevo capítulo a su creciente libro de aventuras.
Lumora y su gente, con sus flores brillantes y esperanzas eternas, se convirtieron en un recordatorio para ella de que, sin importar cuán oscuro parezca el mundo, siempre hay una luz esperando ser descubierta.
Abraham Cuentacuentos.
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