El árbol de los deseos y la aventura de los niños perdidos en la jungla

El árbol de los deseos y la aventura de los niños perdidos en la jungla

El árbol de los deseos y la aventura de los niños perdidos en la jungla

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En lo profundo de la selva, donde los rayos del sol apenas lograban penetrar el espeso dosel, se encontraba la legendaria aldea de Manatu. Era un lugar vibrante y lleno de vida, rodeado de árboles ancestrales cuyas hojas susurraban historias de tiempos pasados al son del viento. A cada amanecer, la jungla despertaba con la sinfonía de cantos de aves y las risas de los niños que jugaban despreocupadamente a la orilla del río cristalino que serpenteaba cerca de las chozas.

Entre esos niños, se encontraban Mariana y Javier, hermanos gemelos de diez años, conocidos por su curiosidad insaciable y su espíritu aventurero. Mariana, con sus ojos verdes como esmeraldas y su cabello rizado, siempre llevaba una sonrisa traviesa que reflejaba su amor por el descubrimiento. Javier, en cambio, era un poco más reservado, pero sus profundos ojos marrones brillaban con inteligencia y compasión.

Un día, mientras exploraban los límites de la aldea, Mariana y Javier escucharon de boca de don Fernando, el viejo sabio de la tribu, sobre el mítico Árbol de los Deseos. «Se dice», comenzó con voz grave y misteriosa, «que en el corazón de la selva se encuentra un árbol tan antiguo como el mundo mismo. Sus hojas doradas pueden conceder el deseo más profundo de aquellos que tienen el valor de encontrarlo». Los ojos de los niños se iluminaron con asombro y emoción, y supieron en ese instante que debían emprender aquella aventura.

Al día siguiente, armados con mochilas llenas de provisiones y una determinación indomable, Mariana y Javier se internaron en la selva. El sol matutino lanzaba destellos dorados entre las ramas mientras avanzaban, abriendo paso entre la vegetación densa con sus machetes. Los sonidos de la jungla los envolvían, desde el crujido de hojas secas bajo sus pies hasta el canto lejano de los pájaros.

Tras horas de caminar, sintieron la necesidad de descansar y se detuvieron junto a un pequeño arroyo. Bebieron del agua fresca y cristalina mientras discutían la historia del Árbol de los Deseos. «¿Qué pediríamos?» preguntó Mariana, con un tono soñador y los ojos fijos en el agua corriente. Javier, después de un momento de reflexión, respondió: «Me gustaría que la aldea tenga suficiente comida y medicina para todos. No quiero ver más a nadie sufrir». Mariana asintió, sintiendo la nobleza del corazón de su hermano.

Mientras continuaban, la selva comenzó a hacerse más oscura y espesa. El canto de los pájaros se desvaneció, reemplazado por los chillidos distantes de criaturas desconocidas. Estaban atravesando un territorio inexplorado, un lugar donde pocos se atrevían a ir. Fue entonces cuando se encontraron con un obstáculo inesperado: una profunda quebrada bloqueaba su camino.

«¿Cómo vamos a cruzar?» preguntó Javier, mirando la sima con preocupación. Mariana, siempre ingeniosa, observó las lianas que colgaban de los árboles cercanos. «Podríamos usar esas lianas para balancearnos hasta el otro lado», sugirió con entusiasmo. Después de un esfuerzo coordinado, los hermanos lograron cruzar, sintiendo el orgullo de haber superado el primer gran desafío de su aventura.

Al otro lado, la selva parecía más silenciosa y misteriosa. Avanzaron con cautela, atentos a cada sonido y movimiento. De repente, un gruñido bajo y retumbante resonó cerca de ellos. Sin tiempo para reaccionar, una enorme figura emergió de la maleza: un jaguar muscular y de pelaje dorado con manchas negras se plantó frente a ellos, observándolos con ojos penetrantes.

«¡No nos hará daño si no lo provocamos!» susurró Javier, recordando las palabras sabias de su abuelo. Lentamente, levantaron sus manos para mostrar que no llevaban armas y retrocedieron despacio. El jaguar, después de un largo y tenso momento, se giró y desapareció en la espesura. Los niños respiraron aliviados, conscientes de la cercanía de aquel peligro.

Continuaron su marcha y llegaron a un claro donde un enorme árbol, cuya copa dorada resplandecía como si estuviera iluminada por el sol mismo, dominaba el paisaje. Había algo sobrenatural en aquel árbol, y supieron inmediatamente que habían encontrado el Árbol de los Deseos. Con reverencia, se acercaron y tocaron su corteza rugosa.

«Ahora que estamos aquí, ¿cómo se hace un deseo?» preguntó Javier, mirando a su hermana. Mariana examinó las hojas doradas y finalmente dijo: «Debe ser con el corazón. Debemos expresar nuestros deseos más sinceros». Tomaron aire profundamente y, con las manos unidas, pidieron en voz alta que su aldea nunca careciera de alimentos y medicinas.

De repente, el árbol comenzó a brillar intensamente y una cálida luz los envolvió. Sintieron una corriente de energía recorrer sus cuerpos, y en ese instante supieron que su deseo había sido escuchado. Se abrazaron con lágrimas de alegría y gratitud, agradeciendo al árbol por su bondad.

Sin embargo, cuando intentaron regresar, se dieron cuenta de que la selva había cambiado. Parecía un laberinto interminable y las sombras se alargaban en todas direcciones. «Debemos mantener la calma,» dijo Mariana, tratando de ser valiente. «Podemos encontrar el camino de regreso.»

Vagaron por horas, incluso días, enfrentándose a distintos desafíos como lluvias torrenciales y criaturas nocturnas que los acechaban. A pesar del cansancio y la desesperación, nunca perdieron la esperanza ni el uno al otro. Sus corazones y mentes estaban llenos de la certeza de que su deseo se había cumplido.

Finalmente, exhaustos y al borde del desespero, vieron una señal conocida: una piedra con una marca que ellos mismos habían hecho en el camino de ida. Siguiendo esa pista, buscaron más señales hasta que, con gran alivio, llegaron nuevamente a la quebrada que habían cruzado antes.

Cruzan las lianas de nuevo, esta vez con mayor confianza, y tras un último esfuerzo encontraron el arroyo donde habían descansado al principio de su viaje. Rieron con alivio y alegría, recordando los desafíos que habían superado juntos. Con renovadas energías, reanudaron su camino a casa.

Al llegar a la aldea, fueron recibidos con abrazos y lágrimas de alegría. Sus padres, Rosa y Pedro, los envolvieron en sus brazos, agradecidos de verlos a salvo. Don Fernando se acercó y, con una sabia sonrisa, preguntó: «¿Lograsteis encontrar el Árbol de los Deseos?».

Mariana y Javier, con ojos brillantes, asintieron y contaron la historia de su gran aventura. La noticia del Árbol de los Deseos se difundió por la aldea y pronto comenzaron a notar la magia del árbol en sus vidas diarias. Las cosechas eran abundantes, las enfermedades se curaban rápidamente y la aldea florecía como nunca antes.

El coraje y la determinación de Mariana y Javier no solo lograron cumplir su deseo, sino que también unieron a la comunidad en un lazo más fuerte de amor y cooperación. La selva, antes temida por muchos, se convirtió en un lugar de respeto, donde cada miembro de la aldea reconocía el valor de la naturaleza y la bondad de sus corazones.

Así, el Árbol de los Deseos no solo cumplió un deseo, sino que también enseñó a todos una valiosa lección sobre el poder del amor y la determinación. Y los gemelos, Mariano y Javier, se convirtieron en un símbolo de esperanza y valentía, recordando siempre que en lo más profundo de la selva, había magia esperando a ser encontrada por aquellos con el valor de soñar.

Moraleja del cuento «El árbol de los deseos y la aventura de los niños perdidos en la jungla»

La verdadera magia reside en el corazón valiente y noble. Enfrentar los desafíos con determinación y esperanza, y desear el bienestar de los demás por encima del propio, puede traer bendiciones inesperadas y una felicidad duradera para todos.

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