El burrito y la aventura en la feria de los encantos

El burrito y la aventura en la feria de los encantos

El burrito y la aventura en la feria de los encantos

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En un pequeño y pintoresco pueblo llamado Amapola, se extendían vastos terrenos llenos de flores de colores y cielos de un azul celeste que parecía no tener fin. Allí vivía un burrito llamado Benito, cuyos grandes ojos expresivos y su pelaje de un gris plata lo hacían destacar entre todos los animales del lugar. Benito no era un burro cualquiera; aunque era humilde y servicial, tenía una curiosidad insaciable y un corazón lleno de valentía y nobleza.

Una mañana soleada, el aire se llenó de murmullos y charlas alegres. Se acercaba la Feria de los Encantos, un evento que solo ocurría una vez cada década. Los aldeanos decían que en la feria podían encontrarse maravillosos tesoros, y que esos días mágicos podían cumplir los deseos más profundos de quienes asistían. Benito escuchaba atento a sus dueños, Don Ramón y Doña Teresa, planear la visita a la feria. Sin embargo, él, siendo solo un burro de carga, pensaba que no tendría la oportunidad de vivir esa mágica experiencia.

Pero, cual fue su sorpresa cuando Don Ramón anunció: «Benito, esta vez irás con nosotros. Llevarás nuestras provisiones y pertenencias a la feria.» Dicho esto, Benito sintió un júbilo indescriptible. Prepararon sus alforjas, cargaron el carro, y partieron desde el amanecer. Atravesaron campos floridos, cruzaron ríos cristalinos, y finalmente, a lo lejos, las luces y el bullicio de la feria comenzaron a vislumbrarse.

Al llegar a la feria, Benito contempló maravillado las carpas de colores brillantes, las risas infantiles, y los increíbles sonidos de músicos y malabaristas. Había seres de todas partes, desde aldeanos hasta forasteros. Pero, lo que realmente capturó su atención fue una extraña tienda al borde de la feria, adornada con luces titilantes y humo color esmeralda.

No pasó mucho tiempo antes de que Benito, impelido por su curiosidad, se acercara lentamente a la carpa. La entrada estaba cubierta por una cortina de terciopelo rojo, y al cruzarla, se encontró con un hombre de barba canosa y mirada profunda. «Bienvenido, Benito», dijo con voz misteriosa, «Soy Ernesto, el guardián de los secretos de la feria.» Benito quedó estupefacto; ¿cómo aquel hombre conocía su nombre?

Ernesto continuó: «Esta feria guarda más que simples juegos y distracciones. Aquí cada ser tiene la oportunidad de hallar su verdadero deseo. ¿Qué es lo que buscas, Benito?» El burrito, aún asimilando la situación, contestó con sinceridad: «Deseo vivir una gran aventura, una que me cambie para siempre.» Ernesto asintió en silencio y le entregó una llave dorada. «Esta llave abrirá puertas a lo desconocido, pero deberás actuar con valentía y nobleza.»

Benito salió de la tienda dispuesto a enfrentar lo que el destino le tenía preparado. Pronto, se encontró ante una majestuosa puerta tallada en madera de roble con intrincados detalles de animales míticos. Tomó aire, y usando la llave dorada, la abrió. Al cruzar el umbral, se materializó ante él un mundo distinto, lleno de verdes praderas y montañas nevadas.

En su camino, conoció a Sofía, una joven pastora de cabellos dorados y mirada franca, quien lo miró con curiosidad. «¿De dónde vienes, buen burro?», preguntó con suavidad. Benito, aunque le sorprendió hablar con humanos, explicó su origen y misión. Sofía decidió acompañarlo en su travesía. Juntos, cruzaron valles y bosques, enfrentando criaturas mágicas y resolviendo enigmas ancestrales.

Una tarde, llegaron a un lago cristalino donde vivía el temido dragón Álvaro, cuya presencia había provocado temor y desasosiego en la región. «Debemos enfrentarlo con astucia y bondad», sugirió Sofía. Se acercaron al dragón, y Benito, evocando todas sus fuerzas, habló: «Álvaro, no venimos con violencia, sino con un deseo de paz.» El dragón, sorprendido por la valentía del burrito, escuchó atento.

«Hace siglos que no escucho palabras de paz», dijo Álvaro con un rugido melancólico, «Todos aquellos que se me acercan buscan solo mi destrucción. Pero tú, burrito valiente, me has demostrado que hay otra manera.» Y así, sellaron un pacto de amistad. Sofía y Benito juraron proteger el lago mientras el dragón prometió vigilar los cielos y mantener la paz.

Los días pasaban y la misión parecía cumplida, pero un oscuro presagio se cernía sobre ellos. Una tribu de cazadores, encabezada por el cruel Rodrigo, se dirigía al lago en busca del tesoro del dragón. Benito, decidido a proteger a su nuevo amigo, ideó un plan. «Usaremos espejos para reflejar los rayos del sol y cegarlos temporalmente», sugirió. Funcionó; los cazadores, desorientados, huyeron despavoridos al sentir la intensa luz.

En agradecimiento, el dragón les dio una gema azul brillante, un objeto que simbolizaba la sabiduría y la amistad eterna. Benito y Sofía regresaron al pueblo portando la gema, siendo recibidos como héroes. La feria, que estaba a punto de culminar, brillaba aún más con la historia de su aventura. Ernesto apareció una vez más ante Benito: «Lo has hecho magníficamente, pequeño burrito. Has demostrado que la verdadera aventura está en el corazón y el carácter.»

Doña Teresa y Don Ramón abrazaron a Benito, reconociendo en él un espíritu valiente y noble que nunca antes había mostrado tan claramente. Las gentes de Amapola cantaban y festejaban, orgullosos de su querido burro. Mientras las luces de la feria comenzaban a apagarse, un sentimiento de paz y realización invadió a todos los presentes.

El tiempo pasó y las historias de las hazañas de Benito y Sofía se narraban en las noches junto al fuego, inspirando a los jóvenes del pueblo a buscar el valor en sus corazones. Benito, el burro de Amapola, se convertía cada vez más en una leyenda viviente, un símbolo de que no importa el tamaño o la condición, todos llevan dentro la chispa de la grandeza.

Y así, en la quietud de la noche, un burrito feliz descansaba sabiendo que el verdadero heroísmo no está en la fuerza bruta, sino en la nobleza de espíritu y la valentía en acción. Bajo el manto de estrellas, Amapola seguía siendo un lugar donde las maravillas y la bondad florecían eternamente.

Moraleja del cuento «El burrito y la aventura en la feria de los encantos»

La verdadera grandeza no se mide por la apariencia o la condición, sino por la valentía, el corazón noble y la capacidad de enfrentar retos con bondad y sabiduría. Todos, sin importar cómo somos vistos, llevamos dentro la chispa para hacer de este mundo un lugar mejor.

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