El cocodrilo que quería volar y su amistad con un ave mágica

El cocodrilo que quería volar y su amistad con un ave mágica

El cocodrilo que quería volar y su amistad con un ave mágica

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En una vasta región dominada por un río serpenteante y una selva frondosa, vivía un cocodrilo joven y singular de nombre Fernando. A diferencia de sus congéneres, Fernando poseía unas escamas esmeraldas que brillaban con el sol y unos ojos llenos de curiosidad y asombro por el mundo que se extendía más allá de la ribera. No obstante, lo que realmente distinguía a Fernando era su sueño: quería volar.

Cada atardecer, Fernando se dirigía a la orilla del río y observaba a las aves regresar a sus nidos. «¿Cómo será contemplar el mundo desde arriba?», se preguntaba con anhelo. Su familia y amigos no entendían su obsesión. «Eres un cocodrilo, Fernando», le decía su madre con ternura. «Tu destino es el agua, no el aire». Pero el sueño de Fernando era inquebrantable.

Un día, mientras Fernando yacía sumido en sus pensamientos, una sombra cubrió el sol. Elevando la vista, vio a un ave de deslumbrante plumaje violeta descender hacia él. Era Iridia, un ave mágica de quien se decía tenía la capacidad de conceder deseos a aquellos de corazón puro. «¿Por qué miras al cielo con tanto anhelo, joven cocodrilo?», preguntó Iridia con una voz tan melodiosa que parecía provenir de otro mundo.

«Deseo volar, ver el mundo desde las alturas. Pero soy un cocodrilo, y los sueños como el mío parecen imposibles», respondió Fernando con un suspiro. Iridia lo observó con ojos comprensivos y dijo, «Nada es imposible para aquellos que creen verdaderamente. Pero debes demostrar que tu deseo es genuino y no una mera fantasía pasajera».

Determinado, Fernando aceptó el desafío. Iridia le propuso una serie de pruebas, cada una diseñada para enseñarle las virtudes necesarias para alcanzar su sueño. La primera fue la paciencia. Fernando tuvo que esperar bajo el ardiente sol del mediodía hasta que la sombra de un árbol le ofreciera cobijo. A través de esta prueba, aprendió que todo sueño requiere su tiempo para florecer.

La segunda prueba fue la comprensión. Fernando debía escuchar las historias de las criaturas del bosque sin juzgarlas por sus apariencias o por los prejuicios que otros pudieran tener sobre ellas. De esta manera, entendió que cada ser tiene su propia visión del mundo, tan válida como la suya.

La última prueba se centró en la valentía. Un día, una tormenta azotó la selva y un árbol cayó, bloqueando el paso del río. Muchos animales, incluida la familia de Fernando, se vieron en peligro de inundación. Sin dudarlo, Fernando utilizó su fuerza para mover el árbol y permitir que el agua fluyera libremente de nuevo. Iridia, observando desde lo alto, sonrió al ver que Fernando había superado la prueba final.

La mañana siguiente, el sol iluminó una escena maravillosa. Iridia se posó junto a Fernando y le dijo, «Has demostrado que tu deseo nace de un corazón puro y valiente. Hoy, tu sueño se hará realidad». Con un destello de luz, Fernando sintió una transformación. Miró hacia abajo y, para su asombro, vio que unas alas esmeralda, tan brillantes como sus escamas, habían brotado a su lado.

«Ahora puedes volar, Fernando. Explora el cielo, conoce mundos desconocidos y comparte la belleza de la vista desde las alturas», dijo Iridia con una sonrisa. Sin perder tiempo, Fernando batió sus nuevas alas y se elevó. El viento soplaba a su alrededor mientras ascendía, y por primera vez, vio su hogar desde arriba. La emoción lo embargaba; podía ir a donde su corazón deseara.

Con el tiempo, Fernando se convirtió en el mensajero entre los seres de la tierra y el aire. Compartía historias de un mundo a otro, ayudando a entender y respetar las diferencias entre ellos. Su valentía se hizo legendaria, y su ejemplo inspiró a muchos a perseguir sus sueños, sin importar cuán imposibles parecieran.

Regresaba frecuentemente a la ribera del río para contar a su familia y amigos sobre sus aventuras. «El mundo es vasto y lleno de maravillas», les decía, «y aunque todos tenemos un lugar al que pertenecemos, también hay belleza en explorar y conocer lo desconocido».

Con el tiempo, la historia de Fernando y su deseo de volar se convirtió en una leyenda en la región. Se contaba de cómo un cocodrilo, con el deseo más insólito, había enseñado a todas las criaturas de la selva el valor de creer en uno mismo y perseguir sus sueños, sin importar los obstáculos.

Y así, Fernando, el cocodrilo que una vez había soñado con volar, encontró no solo la manera de surcar los cielos, sino también de cambiar para siempre el mundo a su alrededor. La selva resonaba con las historias de su amistad con Iridia, el ave mágica, y de cómo su unión había enseñado a todos la importancia de la comprensión, la valentía y, sobre todo, la esperanza.

Una noche, bajo un cielo estrellado que parecía saludar a aquellos que se atrevían a soñar, Fernando y Iridia se posaron en la copa más alta de la selva. Mirando hacia el horizonte, Fernando dijo, «Gracias, Iridia, por enseñarme que incluso los sueños más improbables pueden volverse realidad». Iridia, con una mirada llena de estrellas, respondió, «No hay de qué, Fernando. Al final, la magia estaba dentro de ti desde el principio».

Y mientras la luna ascendía, iluminando sus figuras, la risa y las melodías de aquel singular dúo se mezclaban con el viento, llevando consigo la promesa de nuevas aventuras y la certeza de que, sin importar qué tan alto se vuele, el hogar es donde reside el corazón.

Moraleja del cuento «El cocodrilo que quería volar y su amistad con un ave mágica»

Este cuento nos enseña que, sin importar nuestra naturaleza o el lugar de donde venimos, nuestros sueños y deseos más profundos tienen el poder de transformar la realidad. Con fe, paciencia, y el valor de enfrentar los desafíos, podemos alcanzar las alturas más inesperadas y, en el proceso, inspirar a otros a creer en lo imposible. La verdadera magia reside en el corazón de aquellos que se atreven a soñar y perseguir sus deseos con determinación y esperanza.

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