Cuento: El Guardián de la Selva y cómo un tigre salvó su reino

Cuento: El Guardián de la Selva y cómo un tigre salvó su reino 1

El Guardián de la Selva y cómo un tigre salvó su reino

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En una selva exuberante, rebosante de verdes diversos y coronada por un dosel impenetrable de ramas y hojas, reinaba Zahur, un imponente tigre de bengala cuya piel estaba rayada por finas líneas que bailaban entre el naranja y el negro.

Sus ojos, esmeraldas astutas y penetrantes, reflejaban la sabiduría de sus ancestros y la responsabilidad de su linaje.

Zahur era conocido entre los animales como el Guardián de la Selva, manteniendo el orden y la paz entre las diversas criaturas que allí habitaban.

Un día, una misteriosa sombra se cernió sobre la selva: una empresa de cazadores furtivos se había adentrado en su territorio con la intención de capturar al magnífico Zahur.

Su líder, un hombre llamado Ricardo, tenía fama de nunca fallar su objetivo. Armados hasta los dientes, los hombres se adentraron en el corazón verde en busca de su premio.

Zahur, alertado por el murmullo de las hojas y el silencioso lenguaje de la selva, supo que algo perturbaba la armonía de su hogar.

Cauteloso, convocó a una reunión secreta en la clareira más segura de la selva.

Una a una, las criaturas fueron llegando: desde la elegante pantera Valeria hasta el sabio y anciano perezoso, Don Eduardo.

«Hermanos de selva,» comenzó Zahur con su voz resonante, «se acercan tiempos difíciles. Un enemigo que no entiende nuestro lenguaje invade nuestra paz.

Pero permanezcamos unidos y enfrentemos juntos la adversidad.» Los animales, aunque nerviosos, asintieron con respeto y decidieron actuar bajo sus órdenes.

Por los días siguientes, la tensión creció en la selva.

Los furtivos, sigilosos y decididos, se acercaban cada vez más al corazón del territorio de Zahur.

Fue entonces cuando la pequeña mona Lúcia, ágil y perspicaz, trajo noticias alarmantes: los humanos habían tendido trampas cerca del río, el lugar donde los animales solían beber.

Zahur, con la astucia que caracteriza a su especie, sabía que debía elaborar un plan ingenioso. «Lúcia, necesito que reúnas a los pájaros mensajeros. Valeria, tu velocidad es clave para distraer a los cazadores. Don Eduardo, su sabiduría nos guiará,» dictó el tigre con firmeza.

El plan se puso en marcha con la precisión de un reloj. Valeria, la pantera, usó su sigilo para atraer a los cazadores lejos del río, mientras Lúcia y los pájaros mensajeros desactivaban las trampas con precaución.

Con cada trampa inutilizada, un suspiro de alivio se extendía entre los árboles.

Mientras, Zahur, con su porte majestuoso, se mantuvo en las sombras, observando cada movimiento del enemigo y esperando el momento justo.

La cacería había comenzado, pero no de la forma que Ricardo y sus hombres esperaban.

Una noche, cuando los cazadores estaban más confiados, Zahur ejecutó la parte final de su plan.

Con la ayuda de los elefantes, liderados por el sabio y viejo Ramón, se creó una estampida que tomó por sorpresa a los invasores.

El estruendo de la selva en ira fue ensordecedor, y la confusión se apoderó de los hombres, que no tardaron en huir despavoridos, abandonando sus armas y sus malvadas intenciones atrás.

La victoria fue celebrada con un aullido colectivo que resonó en lo profundo de la jungla, una canción de gratitud a Zahur, su Guardián, quien con inteligencia y valor había salvaguardado su hogar.

La armonía fue restablecida gracias a la unión y el coraje de los animales liderados por su tigre, un verdadero rey sin trono pero con una corona de respeto.

Los días siguientes fueron de calma, y Zahur, al mirar el amanecer desde su peñasco favorito, sintió una vez más el peso de su responsabilidad, pero también la satisfacción de haber cumplido su deber.

La selva estaba a salvo, y él, su eterno guardián, continuaría velando por cada rincón de aquel edén terrenal.

La historia de la valentía de Zahur se extendió como un reguero de pólvora entre los árboles y llegó a oídos de otras selvas.

Animales de todas las especies contaban a sus crías sobre el tigre que no sólo defendía su territorio, sino que también inspiraba una alianza inquebrantable contra cualquier amenaza.

Y así, la leyenda de Zahur, el Guardián de la Selva, creció y se hizo eterna, transmitida de generación en generación, recordando a todos que el valor y la astucia pueden superar cualquier adversidad, y que ninguno de nosotros es tan fuerte como todos nosotros juntos.

Moraleja del cuento «El Guardián de la Selva y cómo un tigre salvó su reino»

En la unión está la fuerza, y en la sabiduría, la luz que disipa las sombras.

Tal como Zahur y los animales de la selva nos enseñan, al enfrentar juntos los desafíos y combinar nuestras habilidades, podemos proteger nuestro hogar y crear un mundo donde prevalezca la paz y el respeto mutuo.

Abraham Cuentacuentos.

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