Cuento de Navidad: El misterioso huésped de Nochebuena

Breve resumen de la historia:

El misterioso huésped de nochebuena En la pequeña aldea de Vallesueño, donde el invierno vestía cada tejado con un delicioso gorro de nata y las luces de Navidad zigzagueaban entre las calles, vivía la anciana Margarita. Sus ojos, dos ventanas cristalinas al alma, destilaban una juventud perpetua y su sonrisa siempre hecha de compotas dulces,…

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Cuento de Navidad: El misterioso huésped de Nochebuena

El misterioso huésped de nochebuena

En la pequeña aldea de Vallesueño, donde el invierno vestía cada tejado con un delicioso gorro de nata y las luces de Navidad zigzagueaban entre las calles, vivía la anciana Margarita.

Sus ojos, dos ventanas cristalinas al alma, destilaban una juventud perpetua y su sonrisa siempre hecha de compotas dulces, invitaba a los demás a refugiarse en su calidez.

La Nochebuena había caído sobre la aldea como un telón estrellado y Margarita aguardaba impaciente la llegada de sus nietos.

La lámpara de aceite proyectaba sombras danzarinas sobre las paredes de ladrillo visto mientras el reloj de cuco marcaba, indiferente, el paso del tiempo.

Fuera, el silencio se vestía de blanco, solo roto por el crujir de los copos de nieve bajo las pisadas de los transeúntes que, abrigados hastael alma, se dirigían a casas cálidas llenas de promesas de cenas opulentas y regalos relucientes.

De repente, un golpe suave en la puerta irrumpió en la quietud.

Margarita, extrañada, se deslizó con paso ligero hacia la entrada y al abrir, descubrió una figura envuelta en un viejo abrigo, con la mirada tan perdida como un faro en la niebla.

«Disculpe, señora, mi carruaje se ha descompuesto y me pregunto si podría resguardarme del frío mientras aguardo al mozo de cuadra.»

El desconocido, de estatura mediana y barba descuidada que no lograba esconder cicatrices de vida, parecía un misterio envuelto en la noche. Margarita, con sus arrugas mapeadas de historias y bondad, no pudo más que asentir y hacerle un gesto para que pasara.

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«Soy Nicolás», se presentó el hombre mientras cruzaba el umbral, con una voz que sonaba como el viejo vino, «y no podría estarle más agradecido.»

Margarita sonrió; «Soy Margarita y esta es su casa mientras lo necesite.» «Nicolás» se quitó el sombrero, descubriendo una cabellera enmarañada de canas.

Con los nietos aún en camino, Margarita decidió preparar algo de té. «¿Le apetece?», preguntó, y ante la afirmativa de Nicolás, procedió a calentar el agua.

«La noche es fría y larga, tal vez le guste compartir una historia conmigo mientras espera», sugirió.

Así comenzó una velada donde las historias fluían como ríos de aventuras y secretos.

Nicolás, con voz serena y pausada, narró viajes inimaginables, tierras de hielo y fuego y gentes de corazón tan amplio que parecían abrazar el mundo con su sola presencia.

Margarita, embelesada, compartía a su vez relatos de su juventud, de cómo había visto transformarse el pueblo y de amores que, aunque fugaces como estrellas fugaces, habían marcado su piel más profundo que el tatuaje más deliberado.

En la plenitud de la charla, un carruaje distante reveló la llegada de los nietos.

Nicolás, consciente de su intrusión, se levantó y, con una reverencia, agradeció la hospitalidad. «Debo partir, pero esta noche será un tesoro en mi memoria.»

Justo cuando estaba por salir, los pequeños entraron como un torbellino de risas y expectación. «¡Abuela, hemos traído los regalos!», exclamaron. Nicolás dio un paso atrás, preparado para desaparecer en la vastedad de la noche.

Pero entonces, el más pequeño de los niños, Tomás con ojos de curiosidad infinita, agarró la mano del desconocido y dijo: «¿No te quedas a cenar con nosotros? Hay turrón y mazapán, ¿verdad, abuela?».

Margarita, sin siquiera pensar, asintió con ternura y agregó: «Nicolás ya es parte de nuestra Nochebuena, ¿no es cierto?»

La noche se llenó de nuevas sombras, luces y colores. La cena, salpicada de risas y brindis, acogió a Nicolás como uno más en la familia.

Y mientras las copas chocaban y los platos de dulces se vaciaban, cada corazón en la mesa se entrelazaba con hilos invisibles de afecto y gratitud.

Con el reloj cerca de la medianoche y el sueño acunando los párpados de los pequeños, Margarita dirigió su mirada hacia Nicolás y comprendió al fin.

«Eres nuestro ángel de Navidad, ¿verdad?». Nicolás solo guiñó un ojo y con una sonrisa cómplice, desapareció sin dejar rastro.

La Navidad en Vallesueño fue, a partir de esa noche, un encuentro anual con la esperanza.

Margarita y su familia aguardaban cada Nochebuena con una silla extra en la mesa, y aunque Nicolás nunca más regresó, su espíritu de generosidad y misterio envolvía cada risa, cada abrazo, cada retazo de vida compartido.

Y fue así como en cada ángulo de Vallesueño, entre guirnaldas y villancicos, la leyenda del misterioso huésped de Nochebuena se iba tejiendo, recordándoles a todos que la magia de la Navidad vive en la bondad, el encuentro inesperado y las puertas que se abren sin condiciones.

Moraleja del cuento El misterioso huésped de nochebuena

Que nunca falte en tu mesa un sitio libre para el que llega sin aviso, pues en la generosidad del corazón abierto, se anidan los más cálidos milagros.

Y en cada gesto de bondad, aun el más sencillo, se esconde la esencia de la Navidad que perdura todo el año.

Abraham Cuentacuentos.

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