El murciélago y la travesía al reino de las mariposas luminosas

El murciélago y la travesía al reino de las mariposas luminosas

El murciélago y la travesía al reino de las mariposas luminosas

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En un recóndito bosque, donde la penumbra parecía ser la única dueña del paisaje, vivía un murciélago llamado Bartolomé. Su pelaje era tan negro como la noche sin luna, y sus ojos, enormes y resplandecientes, brillaban con una intensidad que reflejaba su espíritu curioso. Bartolomé no era un murciélago común; desde pequeño había sentido una irrefrenable atracción por las luces. Sus congéneres se burlaban de él, diciendo que era una excentricidad incompatible con su naturaleza nocturna.

Una madrugada, mientras Bartolomé exploraba el oscuro manto del bosque, escuchó hablar a algunos sapos venerables sobre un lugar místico conocido como el Reino de las Mariposas Luminosas.

“No puedes estar hablando en serio, Reliquiario”, dijo Bartolomé con la voz trémula de emoción. “He oído rumores, pero nunca he sabido si es real.”

“El reino existe, joven Bartolomé,” croó el anciano sapo. “Está en lo más profundo del bosque, más allá de las tierras donde reinan las sombras.”

La curiosidad de Bartolomé lo impulsó a emprender una travesía hacia aquel recóndito destino. Sus amigos murciélagos intentaron disuadirlo.

“¡Es una locura, Bartolomé!” exclamó Mercedes, una murciélaga de alas delgadas y mirada penetrante. “Nunca sobrevivirás a ese viaje.”

“Prefiero descubrirlo por mí mismo,” replicó Bartolomé con determinación, dispuesto a arriesgarlo todo por saciar su insaciable curiosidad.

Al caer la noche, cuando el canto de los grillos marcaron el inicio de su periplo, Bartolomé se internó en la espesura del bosque. Cada árbol parecía otro mundo, cada sombra una trampa. Pero su deseo de hallar las luces lo mantenía en marcha.

Una noche, tras volar durante horas, llegó a un claro iluminado por una pálida luna llena. Allí se encontró con un peculiar escarabajo llamado Nicolás, cuyas antenas emitían leves destellos verdosos.

“¿Qué te trae por aquí, joven murciélago?” preguntó Nicolás con una voz tintineante.

“Busco el Reino de las Mariposas Luminosas,” respondió Bartolomé. “¿Sabes cómo llegar?”

“El camino es arduo y está lleno de pruebas,” dijo Nicolás. “Pero yo puedo guiarte. Primero debes ayudarme a recuperar mi hogar, ocupado por un malévolo búho.”

Bartolomé aceptó la oferta del escarabajo y juntos emprendieron el vuelo hacia el viejo roble donde el búho tenía su morada. Al llegar, el búho Otón, de plumas grises y pico afilado, los recibió con desdén.

“¿Qué desean unos insignificantes insectos como ustedes en mi dominación?” bufó Otón, alzando sus garras.

“Venimos a recuperar lo que es nuestro por derecho,” respondió Bartolomé sin flaquear. “Este lugar pertenece a Nicolás. Te ofreceremos algo a cambio, si nos dejas en paz.”

“¿Y qué tienen para ofrecerme?” preguntó el búho con sorna.

“Dos luciérnagas doradas que sólo pueden encontrarse en la laguna oscura,” dijo Nicolás, haciendo que Otón abriese sus ojos de par en par.

Convencido por la promesa, Otón dejó libre el roble y Nicolás recuperó su hogar. En agradecimiento, el escarabajo llevó a Bartolomé hasta la entrada del Reino de las Mariposas Luminosas, un portal escondido entre enredaderas y follaje espeso.

Al atravesarlo, un enorme espectáculo de luces y colores se desplegó ante los ojos del murciélago. Mariposas con alas resplandecientes de azul, verde y rosa volaban en armonía. Las flores emitían destellos y los arroyos reflejaban la luz de un millar de estrellas.

“Es el lugar más bello que he visto en mi vida,” dijo Bartolomé con un suspiro de asombro.

Mientras se adaptaba a su nuevo entorno, Bartolomé conoció a Mariposa, una de las lideresas del reino, que lo recibió con calidez.

“Te hemos esperado, Bartolomé,” dijo ella, revoloteando a su alrededor. “Sabíamos que algún día, un ser de la noche tan peculiar como tú, encontraría nuestro reino y traería nuevas perspectivas.”

Juntos, Bartolomé y Mariposa exploraron los secretos de aquel extraordinario reino, aprendiendo mutuamente sobre la importancia de la luz y la oscuridad. Bartolomé descubrió que los más brillantes resplandores sólo pueden apreciarse en la penumbra, y Mariposa entendió que incluso en la noche más densa, hay espacio para la luminosidad.

Pasaron muchos ciclos de luna y sol, y Bartolomé decidió regresar temporalmente a su antiguo hogar para compartir sus descubrimientos. Sus viejos amigos, asombrados por su relato, comenzaron a ver la luz de una forma diferente. Mercedes, quien inicialmente había sido escéptica, fue la primera en mostrar interés.

“Bartolomé, cuéntanos más sobre tu travesía,” dijo ella, con los ojos llenos de admiración.

El murciélago, radiante y lleno de nuevas experiencias, relató cada detalle, cada lección, y juntos emprendieron una nueva fase de exploración y convivencia. Ahora, la curiosidad y el asombro guiaban sus noches, y la luz, lejos de ser un enemigo, se convirtió en una guía preciosa.

Moraleja del cuento «El murciélago y la travesía al reino de las mariposas luminosas»

Atrévete a seguir tus pasiones y curiosidades, incluso si parecen contradecir la norma. En el camino descubrirás riquezas inesperadas y, al compartir tus experiencias, puedes transformar y enriquecer el mundo de quienes te rodean.

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