Cuento: El poder de los cuentos

Dibujo de una cuentacuentos en la playa contando un cuento a varios niños junto a una barca. En referencia a el poder de los cuentacuentos.

Había una vez un hombre llamado Tomás, que era muy inteligente y siempre estaba ocupado.

Siempre estaba corriendo de un lugar a otro, haciendo cosas importantes y resolviendo problemas difíciles.

Un día, mientras caminaba por el parque después de una larga y agotadora jornada de trabajo, se encontró con un anciano sentado en un banco, con un libro en la mano.

«¡Hola!», dijo el anciano amablemente. «¿Te gustaría escuchar un cuento?»

«No, gracias», respondió Tomás con un tono de voz cortante. «Estoy muy ocupado para escuchar cuentos. Tengo trabajo que hacer y no tengo tiempo para perderlo en trivialidades».

El anciano sonrió y le dijo: «Lo entiendo. Pero, ¿sabes qué? Una vez fui como tú, siempre ocupado y preocupado por las cosas importantes. Pero luego me di cuenta de que la vida es demasiado corta para no disfrutarla. Así que ahora me tomo el tiempo para disfrutar de las pequeñas cosas de la vida, como los cuentos».

Tomás, sin embargo, no estaba convencido. «Lo siento, pero realmente no tengo tiempo para esto», dijo mientras se alejaba.

Pero el anciano no se rindió.

Al día siguiente, volvió a encontrarse con Tomás en el mismo parque, y esta vez tenía un cuento aún más interesante que contar.

«De verdad, no tengo tiempo para esto», dijo Tomás de nuevo, tratando de alejarse.

«Pero, ¿y si te digo que este cuento podría resolver uno de tus problemas?», preguntó el anciano.

Tomás se detuvo y se volvió hacia él. «¿Qué quieres decir?»

«Bueno, este cuento tiene una moraleja que podría ayudarte a resolver uno de tus problemas», respondió el anciano con una sonrisa.

Tomás estaba intrigado. «Está bien, cuéntame el cuento», dijo finalmente.

El anciano comenzó a contar una historia sobre un hombre muy ocupado y preocupado por las cosas importantes de la vida, como Tomás.

Pero un día, mientras estaba corriendo por la calle, se encontró con un anciano que le ofreció un cuento.

El hombre ocupado no estaba interesado, pero el anciano le dijo que el cuento tenía una moraleja que podría ayudarle a resolver sus problemas.

Finalmente, el hombre decidió escuchar el cuento y descubrió que la moraleja era que la vida es demasiado corta para no disfrutarla, y que debía tomar el tiempo para disfrutar de las pequeñas cosas de la vida.

Al terminar el cuento, el anciano se despidió de Tomás y le dijo que esperaba que el cuento le hubiera sido útil.

Tomás se quedó allí, pensativo, mientras el anciano se alejaba.

De repente, se dio cuenta de que el cuento tenía una gran verdad en él, y que necesitaba aprender a disfrutar más de la vida y no preocuparse tanto por el trabajo y las cosas importantes.

Tomás decidió tomarse un tiempo libre del trabajo y pasar más tiempo haciendo cosas que le gustaban, como caminar por el parque, leer un buen libro o disfrutar de una taza de té caliente en su casa.

Y mientras lo hacía, descubrió que la vida era mucho más rica y satisfactoria de lo que había imaginado antes.

Tomás descubrió que el tiempo que dedicaba a disfrutar de las pequeñas cosas de la vida le daba una sensación de paz y felicidad que nunca había experimentado antes.

Se dio cuenta de que había estado tan ocupado corriendo detrás de sus metas y objetivos que se había olvidado de lo que realmente importaba: vivir plenamente y disfrutar del presente.

Con el tiempo, Tomás se convirtió en un hombre más relajado y feliz.

Comenzó a valorar más las relaciones humanas, a pasar más tiempo con su familia y amigos, y a disfrutar de la naturaleza.

Aunque seguía siendo una persona ambiciosa y trabajadora, también había aprendido a equilibrar su vida y a disfrutar de los momentos de tranquilidad.

Un día, mientras caminaba por el parque, se encontró de nuevo con el anciano.

Esta vez, Tomás lo saludó con una sonrisa y le agradeció por el cuento que le había contado.

«Gracias a ti, he aprendido a disfrutar de la vida de una manera que nunca antes había imaginado», dijo Tomás. «Ya no corro detrás de metas imposibles de alcanzar, sino que disfruto de cada día y de las personas que están a mi alrededor».

El anciano asintió con una sonrisa en su rostro.

«Me alegra que hayas encontrado la felicidad, amigo mío. Los cuentos tienen el poder de enseñarnos lecciones importantes sobre la vida, pero debemos estar dispuestos a escucharlos».

Tomás asintió y se despidió del anciano, agradecido por haber aprendido una lección tan valiosa.

Continuó caminando por el parque, sintiendo una sensación de paz y felicidad que nunca antes había experimentado.

Ahora, entendía que la vida era un regalo y que debía ser disfrutada al máximo.

Abraham cuentacuentos.

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