Cuento: El puente entre mundos
El puente entre mundos
En algún lugar donde las estrellas parpadean con mensajes de tiempos antiguos, existe un pueblo llamado Altheria, un lugar donde los relojes parecen andar con pasos de baile y donde las sonrisas son el lenguaje universal.
En este pequeño rincón del universo, habitaba Emma, una joven de cabello castaño claro que ondeaba con la brisa como la melodía de una canción perdida en el eco de la montaña.
Emma tenía la habilidad de encontrar la belleza en los más sutiles detalles de la vida, desde la manera en que los pétalos de los jardines de Altheria se abrían al amanecer hasta la calidez de un saludo casual en la calle.
Era una tejedora de historias y sus palabras formaban tapices en la imaginación de los niños y el respeto de los mayores.
En la misma localidad, vivía Leo, un joven artista cuyas manos creaban mundos con sus pinceles y lienzos.
Sus ojos de color ámbar parecían guardar los secretos del sol de finales de la tarde, y su sonrisa tenía el poder de disipar las nubes más oscuras del cielo.
Aunque sus días estaban colmados de colores, dentro de él había un vacío que no sabía cómo llenar.
Una mañana, la vida de Emma y Leo se entrelazó bajo el viejo puente de piedra, que conectaba dos partes del bello Altheria.
Los aldeanos decían que ese puente era mágico, y el que se detuviera a escuchar el rumor del arroyo que pasaba por debajo encontraría respuestas a aquellas preguntas que aún no había formulado.
—Qué curioso destino el encontrarnos aquí —dijo Emma con una sonrisa, mientras observaba el agua cristalina—. Dicen que este lugar une más que simples caminos.
—Me han dicho que une mundos y corazones —respondió Leo, mientras un tinte carmín teñía sus mejillas.
El puente se convirtió en su refugio compartido, el escenario donde floreció día a día una amistad tan profunda como las raíces de los antiguos robles que vigilaban el pueblo. Intercambiaban historias, sueños y cuando la luna decoraba el manto nocturno, compartían silencios que valían más que mil palabras.
Las estaciones cambiaban el decorado de Altheria y teñían de dorado los follajes, mas nada alteraba la cita diaria de los amigos en el puente.
Emma veía arte en los relatos de Leo y éste encontraba poesía en la voz de la muchacha.
En un cruce de inspiraciones, nacieron colaboraciones: ella narraba y él ilustraba.
Creaban así su propio universo, un puente entre mundos paralelos donde la esperanza y la creatividad eran brisas eternas.
Un atardecer, cuando el sol se despedía con lentas caricias de luz, Leo tomó su valentía y habló:
—Emma, tú has pintado de colores mi vida más que ningún lienzo que haya tocado. En tus palabras encuentro el hogar que mis pinceles no pueden dibujar.
—Y tú has dado forma a mis sueños, Leo. Eres la música en la danza de mis historias —respondió ella, con lágrimas asomando en sus ojos, reflejo sincero de la emoción que embargaba su alma.
La complicidad se transformó lentamente, pues como dos estrellas en el firmamento que gradualmente se aproximan, así los corazones de Emma y Leo dibujaban una danza en la inmensidad de lo inesperado.
La amistad forjó los cimientos de un amor sereno y poderoso, tan vasto como el cielo nocturno bajo el cual el pueblo de Altheria dormitaba.
Los habitantes del lugar no tardaron en notar la magia que parecía emanar de la pareja.
Decían que cuando Emma y Leo cruzaban el puente juntos, los colores del mundo parecían más vivos y las penas se aligeraban.
Su amor era un lienzo vivo, una narración continua que embellecía cada rincón de Altheria.
Pasaron los años, y el puente que una vez fue mudo testigo de un encuentro casual, se convirtió en pilar de un cuento sin fin.
Las nuevas generaciones se encontraban y contaban la historia de Emma y Leo, y cómo el amor y la amistad florecieron en un puente entre mundos.
Altheria, que había sido cuna de este amor, continuaba su eterno baile con el tiempo, sin prisa pero sin pausa.
Los niños que una vez escucharon las historias de Emma, ahora adultos, narraban a sus propios hijos las aventuras y enseñanzas que recibieron de ella.
Y las pinturas de Leo decoraban cada hogar, recordando a todos la belleza de ver el alma detrás de los ojos.
Los ancianos del pueblo, con sus cabellos blancos como las cumbres nevadas, a menudo se sentaban a la sombra de los árboles, observando con ojos sabios el ir y venir de los jóvenes.
Murmuraban entre ellos que, en cada mirada compartida y en cada mano entrelazada, se perpetuaba la leyenda del puente y los amantes que fueron su oráculo.
Cada primavera, Altheria celebraba la fiesta del amor y la amistad, en honor a Emma y Leo.
La tradición decía que cada persona debía llevar al puente una flor y un pequeño objeto simbólico, donde los intercambiaban con alguien especial con el fin de fortalecer vínculos y expresar gratitud.
En aquel puente se encontraban ahora jóvenes y ancianos, amigos y amantes, todos compartiendo risas, abrazos e historias.
La música resonaba por todo el lugar, con melodías que traían al presente los ecos del pasado, llenando el aire con un sentimiento colectivo de pertenencia y alegría.
Y así, año tras año, Altheria tejía su historia, una red de corazones entrelazados en un tapiz de amor y amistad.
Emma y Leo, ya no solo dos almas en el pueblo, sino leyendas vivas en cada rincón de su alma colectiva, recordaban a todos que detrás de cada historia, detrás de cada pincelada de vida, hay un puente esperando ser cruzado.
Moraleja del cuento Cuento de amor y amistad: El puente entre mundos
Cuando el amor y la amistad se encuentran, construyen puentes capaces de unir mundos y corazones.
Estas conexiones no solo enriquecen nuestras vidas, sino que también pueden convertirse en legados que perviven en el tiempo, recordándonos que detrás de cada gesto de compañerismo y de cada palabra de afecto, se encuentra la verdadera magia que da sentido a nuestra existencia.
Abraham Cuentacuentos.
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