El sótano secreto y los gritos que resonaban en la oscuridad

El sótano secreto y los gritos que resonaban en la oscuridad

El sótano secreto y los gritos que resonaban en la oscuridad

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En una antigua casona situada en el pequeño pueblo de San Bartolomé, vivían Laura y Joaquín, una joven pareja que buscaban rehacer sus vidas tras el abrupto descenso de Joaquín en el ámbito laboral. Decidieron mudarse de la bulliciosa ciudad a la tranquilidad del campo, creyendo encontrar allí la paz y el sosiego que tanto necesitaban.

La casona era majestuosa pero envejecida, con muros que parecían haber sido testigos de innumerables historias y secretos oscuros. Laura, una mujer de cabello castaño y ojos azules, de sonrisa fácil y carácter afable, quedó cautivada por el lugar. Joaquín, un hombre alto y corpulento, con una barba rala y un aire de tristeza en su mirada, decidió no contrariarla y aceptó de buen grado la mudanza.

Mientras exploraban su nuevo hogar, descubrieron una pesada puerta de madera casi oculta bajo una alfombra roída en el salón principal. La curiosidad se apoderó de ambos y decidieron abrirla, revelando una escalera de piedra que descendía hacia un oscuro sótano. La atmósfera que emanaba de aquellos peldaños húmedos y fríos les erizó la piel, pero el sentido de aventura, acompañado de una leve sensación de peligro, les incitó a continuar.

El sótano estaba lleno de trastos viejos y cubiertos de polvo; sin embargo, lo que más llamó su atención fue un pequeño baúl de madera con inscripciones en latín, ubicado en un oscuro rincón. Laura, que había tenido una formación en idiomas antiguos, logró descifrar el texto: «No despiertes lo que duerme eternamente». Al leer esto, un escalofrío recorrió su espalda, pero Joaquín, siempre escéptico, decidió abrir el baúl de todos modos.

Para su sorpresa, el interior contenía una serie de documentos y cartas manuscritas, todas firmadas por un tal Hugo de la Cruz, un nombre desconocido para ellos. Al leer aquellas hojas amarillentas y frágiles, descubrieron que Hugo había sido el antiguo propietario de la casona y que había llevado a cabo extraños rituales en el sótano, buscando contactar con entidades de otro mundo.

La primera noche tras el hallazgo, Laura comenzó a escuchar gritos en la oscuridad. Procedían del sótano. Despertó a Joaquín, quien, aunque escéptico, bajó con ella para investigar. No encontraron nada inusual, pero los gritos continuaban, cada vez más intensos y angustiantes. Decidieron sellar la puerta y no volver a hablar del tema.

Los días siguientes fueron extraños. Laura sentía una presencia constante a su alrededor. Objetos cambiaban de lugar, las luces parpadeaban y el aire se sentía pesado. Empezó a tener pesadillas recurrentes sobre una figura oscura y sin rostro que la perseguía.

Una noche, esa figura se manifestó en su dormitorio. Laura gritó, despertando a Joaquín. Ambos vieron la silueta desaparecer a través de la pared, como si fuera de humo. Fue entonces cuando decidieron buscar ayuda profesional. Contactaron a Ana, una médium y experta en fenómenos paranormales, y a su compañero Mateo, un investigador racional y meticuloso.

Ana, una mujer de cabello negro y ojos profundos, vestida con ropas sencillas pero con un aura de misterio, llegó al siguiente día junto a Mateo, un joven de aspecto pulcro y voz calmada, que portaba varios equipos electrónicos. Tras una breve inspección, Ana confirmó lo que Laura temía: la casona estaba plagada de energías oscuras, residuo de los antiguos rituales de Hugo de la Cruz.

«No estará fácil liberar esta casa», dijo Ana con gravedad, «este lugar retiene mucha ira y sufrimiento».

Mateo, por su parte, comenzó a instalar cámaras y sensores en el sótano y otras habitaciones de la casona para registrar cualquier actividad anómala. Esa noche, decidieron llevar a cabo una sesión de espiritismo en el salón principal, con la esperanza de comunicarse con las entidades y averiguar qué necesitaban para descansar en paz.

«Si hay algún espíritu presente, manifiéstate», dijo Ana con voz firme, mientras sujetaba una vela encendida en su mano. El aire se tornó helado y las luces parpadearon, hasta que finalmente todos escucharon un susurro que parecía provenir de todas partes: «Ayuda».

Laura y Joaquín se miraron con preocupación mientras Ana entraba en un trance profundo, describiendo visiones de rituales sangrientos y sacrificios oscuros. Mateo, con su equipo registrando cada detalle, comenzó a captar voces y figuras efímeras en sus monitores.

Al final de la sesión, Ana reveló que el espíritu era de Hugo de la Cruz, atrapado por sus propios errores y deseoso de redimir su alma perturbada. «Debemos llevar a cabo un ritual de liberación», declaró, «pero requerirá valor y determinación.»

Con el manual de rituales antiguos de Hugo en sus manos, Ana lideró la ceremonia, mientras Joaquín y Mateo colocaban velas en círculos precisos alrededor del sótano. Laura, nerviosa pero decidida, recitaba las oraciones en latín, guiada por Ana. Los gritos se hicieron más fuertes y agónicos a medida que avanzaban, pero ninguno de ellos se detuvo.

En un momento culminante, el sótano se llenó de una intensa luz blanca, y finalmente, el silencio reinó. Ana, exhausta, cayó de rodillas mientras Joaquín y Laura se abrazaban, sintiendo por primera vez en días un profundo alivio. Mateo, revisando los monitores, confirmó que todas las anomalías habían desaparecido.

«Lo hemos logrado», susurró Ana con una sonrisa agotada, «las almas han sido liberadas».

Con el peso de los espíritus finalmente levantado, la casona volvió a ser un hogar tranquilo y acogedor para Laura y Joaquín. Poco a poco, la oscuridad que había invadido sus vidas se disipó, y encontraron la paz que tanto anhelaban. Los eventos que vivieron fortalecieron su relación y les enseñaron el valor de enfrentar juntos sus miedos y desafíos.

Moraleja del cuento «El sótano secreto y los gritos que resonaban en la oscuridad»

Las sombras del pasado pueden ser aterradoras, pero enfrentarlas con determinación y apoyo puede traer la paz y la redención. A veces, los secretos mejor guardados solo necesitan ser revelados para liberar tanto a vivos como a muertos de sus cadenas. La verdadera fortaleza se encuentra en la unidad y el coraje de enfrentar lo desconocido juntos.

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