Cuento de Navidad: la magia de viajar a través de los años nuevos

Dibujo navideño fantástico.

La magia de viajar a través de los años nuevos

En la vetusta ciudad de Nevadovento, donde las casas parecían cubiertas por constantes mantas de nieve, vivía un chiquillo llamado Tomás, cuya curiosidad brillaba más que cualquier adorno navideño.

Su corazón estaba tejido de ilusiones, y su carácter, forjado por una esperanza inquebrantable que a menudo contagiaba a quienes le rodeaban.

La víspera de Nochebuena, mientras la aldea bullía de preparativos y aromas deliciosos, Tomás desenterró un extraño artefacto que su bisabuelo le había legado.

Era un reloj antiguo, singular y ornamentado con delicadas gárgolas, cuyo tic-tac resonaba con una melodía casi mágica, diferente a todos los otros relojes del mundo.

—¡Pero qué hallazgo más inusual, Tomás! —exclamó su madre al verlo en su regazo—. Ten mucho cuidado. Desconozco su procedencia, pero tu bisabuelo aseguraba que portaba consigo una historia asombrosa.

La noche cayó como un telón de terciopelo oscuro y las estrellas brillaron con especial intensidad.

Al sonar las doce campanadas, Tomás, llevado por un impulso incomprensible, dio cuerda al reloj.

En un abrir y cerrar de ojos, se vio rodeado por un torbellino de luces y sonidos que lo arrastró fuera de su realidad.

Al recuperar la consciencia, Tomás se encontraba en medio de una feria victoriana, con las risas de los niños y los vendedores proclamando sus mercancías.

Paseó desconcertado entre los puestos de juguetes de madera y manzanas de caramelo, hasta que una voz amable lo llamó.

—¡Joven Tomás! —exclamaba un anciano ataviado con un abrigo de terciopelo rojo y un copioso bigote blanco—. Es usted exactamente quien esperábamos.

—¿Yo? ¿Cómo me conocéis y qué lugar es este? —inquirió Tomás.

—Estamos en la Nochebuena de 1895, y yo soy Nicolás, aunque algunos me llaman Santa Claus. Tu bisabuelo y yo fuimos grandes amigos. —dijo el anciano con amabilidad.

El diálogo entre Tomás y Nicolás reveló que el reloj tenía el poder de viajar en el tiempo durante la Navidad.

Para regresar a su época, debía hacer una buena obra en cada tiempo que visitase. Y así, con el reloj vigilante, Tomás inició un viaje fantástico.

En la década de 1920, ayudó a un joven músico a encontrar su inspiración perdida, al compartir con él una melodía de su tiempo.

En los años 50, se convirtió en el ángel salvador de una familia que había perdido todo al fuego. Fue depositario de esperanzas y mensajero de alegrías en cada era por la que pasaba.

A medida que viajaba, la paleta de su vida se coloreaba con experiencias y personas cuyos rostros y nombres grababa en su corazón.

Tomás comenzó a entender la importancia de la bondad, la compasión y el cariño en esta intrincada red del tiempo.

Se afanó por compartir su energía y optimismo, siendo testigo de cómo pequeños actos podían desencadenar cambios más grandes de los que jamás pudo imaginar.

Pero a pesar del júbilo del viaje, una soledad sutil empezó a anidar en su pecho.

Finalmente, en la Nochebuena de 2020, Tomás, ya no tan chiquillo y con historias para escribir varios libros, se encontró frente a una casa modesta, envuelta en oscuridad.

El reloj brilló con un resplandor especial, como si indicara que era su última parada.

Al llamar a la puerta, una niña de ojos brillantes y esperanzadores le observó con curiosidad.

La familia dentro de la casa vivía un año dificilísimo; los estragos del tiempo se hacían tangibles en sus expresiones agotadas.

Con empatía, Tomás compartió una noche mágica con ellos, repleta de juegos, historias de sus viajes y la calidez de la compañía genuina.

Al dar al reloj su última cuerda, algo extraordinario sucedió.

Una luz dorada envolvió a todos, y cuando disipó, hallaron debajo del árbol regalos modestos pero significativos, y una nota que decía: «Nunca os olvidaré».

La familia sintió un calor interno que les prometía que, de alguna forma, todo estaría bien.

El reloj hizo su trabajo final, y Tomás supo que era hora de retornar.

Con un valor y una serenidad que solo el tiempo y el amor pueden forjar, activó por última vez su mecanismo.

La aurora de su propio tiempo lo recibió con los brazos abiertos. Sus padres, sin haber sentido su ausencia, lo abrazaron con un alivio que no entendían.

El reloj, ahora solo un objeto ordinario, reposaba en silencio en el bolsillo de Tomás, su magia agotada, su propósito cumplido.

La experiencia le transformó, convirtiendo cada Navidad en una oportunidad para contagiar el espíritu que a lo largo de los años había sembrado.

Sus acciones resonaban en el tiempo con ecos de bondad y solidaridad.

La nevada ciudad de Nevadovento se convirtió en un faro de luz cálido y esperanzador, mostrando que el tiempo, ese tejedor de destinos, encuentra a veces en las manos de un niño, la chispa para cambiar el mundo.

Y en cada reloj que tic-taqueaba en la aldea, si uno prestaba atención, podría jurar que escondían una melodía familiar, aquella misma que un día sonaba en el reloj de Tomás.

Moraleja del cuento El viaje a través de los años nuevos

La esencia de la Navidad no reside en los regalos ni en el centelleo de las luces, sino en el espíritu de amor y la generosidad que brota de nuestros corazones y se propaga a lo largo del tiempo, en cada gesto de bondad.

Porque cada acción, por pequeña que sea, deja una huella eterna en la historia de otros, siendo estas huellas las verdaderas luces de la Navidad.

Abraham Cuentacuentos.

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