Cuento: Jardines secretos donde las princesas tejen romances a la luz de la luna
Jardines secretos donde las princesas tejen romances a la luz de la luna
En un reino lejano, resguardado por esperanzadoras colinas y umbríos bosques de encino, se alzaba el Castillo de Espejismos, un prodigio arquitectónico que albergaba secretos tan antiguos como los mismos cimientos sobre los que estaba erigido.
Los atardeceres allí teñían el cielo de tonalidades imposibles, preludio de las noches estrelladas.
En dicho castillo, habitaba la princesa Elara, una joven de cabellera castaña que ondeaba como el terciopelo bajo los susurros del viento, y ojos tan claros que parecían reflejar los mares del norte.
La princesa Elara, además de poseer una belleza sin igual, tenía la habilidad de percibir lo que otros no podían: el lenguaje sutil de la naturaleza.
No obstante, había algo más que le confería una peculiar singularidad.
Desde su ventana, en la torre más alta de la fortaleza, se divisaba un gigantesco jardín que aguardaba tras las murallas, titilando con luz de luciérnagas al caer el crepúsculo.
Era un jardín secreto, accesible solo a través de un laberíntico pasadizo conocido únicamente por la princesa.
Elara solía escabullirse todas las noches para visitar dicho jardín, lugar donde, a la luz de la luna, tejía delicadas historias de amor que luego ocultaba entre las grietas de los árboles y el cálido abrazo de la tierra.
Allí, donde las rosas eternas susurraban canciones de cuna, aguardaba un secreto celosamente guardado, que pronto sería revelado de manera sorpresiva.
Entre las musgo cubiertas estatuas de antiguos sabios, Elara encontró un día a un joven desconocido, descansando en el pasto como si aquel lugar fuera su hogar.
Su nombre era Alden, un misterioso viajero que poseía la habilidad de hablar con los animales y cuyos ojos recordaban las profundidades de la tierra, oscuros y llenos de sabiduría.
“¿Cómo has encontrado este jardín?”, preguntó Elara, con una mezcla de perplejidad y asombro.
Alden respondió con serenidad, “Los murmullos de las criaturas me condujeron hasta aquí. Jamás he visto lugar tan lleno de magia y paz. Te ruego, permíteme quedarme y compartir contigo el secreto de este espacio encantado.”
La princesa, intrigada por aquel encuentro fortuito y la cortesía del viajero, accedió a su petición.
A medida que las lunas pasaban, ambos comenzaron a compartir las noches estrelladas, llenas de charlas, confidencias y risas.
Muy pronto, para Elara, esos momentos se convirtieron en lo más precioso de sus jornadas, y la soledad del jardín se transformó en amistad y, quien sabe, tal vez en el preludio de un romance tejido cuidadosamente en la quietud nocturna.
Pero no todo era perfecto en el Castillo de Espejismos.
La presencia de Alden no tardó en despertar sospechas entre los guardianes del reino, quienes no veían con buenos ojos a un extraño rondando las inmediaciones del castillo.
Un encuentro con el Capitán de la Guardia estaba por perturbar la tranquilidad de los dos jóvenes.
“Toda alma que pisa estos dominios debe justificar su presencia,” sentenció el Capitán, con voz que brotaba como el trueno antes de la tempestad. “¿Quién eres, muchacho, y qué entrelazas en las sombras de la noche con nuestra princesa?”
Ante la acusación del Capitán, Alden permaneció tranquilo.
Elara intercedió, “Es un amigo, y lo que aquí tejemos son sueños, esperanzas y cuentos para los corazones que desean escucharlos. Nada más, pero tampoco nada menos.”
El Capitán, aunque en principio receloso, no pudo menos que ser conquistado por la sinceridad de la princesa y la calma del forastero.
“Guardad vuestros secretos, entonces, pero sea este jardín custodiado por mi lanza y mi honor,” afirmó con un renovado respeto hacia ellos.
Mientras tanto, en las entrañas del castillo, otros eventos sorpresivos estaban a punto de acontecer.
Esa misma noche, cuando la luna alcanzó su cenit, una figura encapuchada se deslizaba por los corredores, portando consigo un mensaje urgente para la Reina.
El mensajero venía de un reino vecino, trayendo noticias que cambiarían el destino de Elara para siempre.
La Reina, una mujer de mirada profunda y corazón templado en batallas de amor y dolor, escuchó atentamente al emisario.
El mensaje hablaba de una alianza, de una propuesta que uniría los dos reinos bajo un estandarte común y traería prosperidad y paz a sus gentes.
Pero a cambio, la princesa Elara debía aceptar un compromiso que la uniría con un príncipe de tierras lejanas.
Ante tal revelación, Elara se encontró dividida.
El deber hacia su reino la instaba a considerar semejante propuesta, mas su corazón anhelaba algo mucho más sencillo y verdadero.
Su conexión con Alden había tejido alrededor de ella un manto de esperanzas que ningún compromiso político podría igualar.
Con la llegada del alba, la princesa y Alden se reunieron en los jardines para hablar del futuro.
Allí, bajo los primeros rayos de luz que se escurrían entre los pétalos, Elara se abrió por completo.
“Mi destino parece estar en manos de reyes y reinas, pero mi corazón late al son de una melodía diferente. Una que solo tú y este jardín han sabido componer”, confesó con los ojos humedecidos por la sinceridad de sus emociones.
Alden, con la paciencia de los antiguos árboles que los rodeaban, tomó sus manos entre las suyas y prometió, “Allá donde tus sueños te lleven, allí estaré para acompañarte. Si el peso de una corona es lo que te inquieta, yo ayudaré a sostenerla; y si es la libertad la que ansías, juntos encontraremos los caminos que se extienden más allá de estas murallas.”
En los días que siguieron, el jardín se convirtió en refugio de secretos aún más dulces, y los ecos de un posible amor resonaron hasta los rincones más recónditos del castillo.
La decisión de Elara estaba tomada, y el reino debía saberlo.
Frente a la Corte reunida y los sorprendidos rostros de nobles y plebeyos, Elara enunció su resolución.
Con voz firme y una determinación que solo la verdad puede otorgar, declaró su deseo de unirse a Alden, el joven que había enseñado a su alma el valor de la libertad y la belleza de vivir una vida auténtica.
“Un reino próspero no es aquel donde se tejen alianzas vacías, sino aquel donde sus líderes son capaces de escuchar el latir de los corazones de su gente y encontrar la felicidad en los más simples actos de bondad”, dijo Elara, mientras la sala caía en un susurro de asombro y admiración.
La Reina, al presenciar el amor genuino que emanaba de su hija y el respetuoso joven, entendió que no había tratado de mayor importancia que aquel que garantizara la felicidad del alma.
Ella misma había conocido el peso de las coronas y sabía que no había joya más valiosa que la de un corazón contento.
Así, rodeados por el cálido abrazo de su pueblo, Elara y Alden anunciaron su unión, la cual no fue celebrada con ostentosos banquetes ni desfiles relucientes, sino con una gran fiesta en los jardines, donde cada cual traía lo que podía y compartía lo que deseaba.
Los años pasaron, y la leyenda de Elara y Alden se tejía con historias de amor y aventuras, de decisiones valientes y momentos de paz compartidos.
El reino, guiado por el amor sincero, floreció en maneras que ningún tratado hubiese predicho.
Y en las noches, cuando la luna se alzaba alta y orgullosa en el cielo, se decía que se podían escuchar las risas de dos enamorados en un jardín secreto, lugar donde nacen romances a la luz de la luna y se tejen los sueños que hacen vibrar el corazón.
Moraleja del cuento “Jardines secretos donde las princesas tejen romances a la luz de la luna”
Más allá de las murallas que imponen los deberes y las expectativas, reside un jardín secreto donde florecen la intuición y el amor propio.
Persigue tus sueños con determinación y confía en el latido sincero de tu corazón, pues es allí donde yace la clave para una vida plena y feliz.
Entiende que las elecciones hechas desde tu esencia serán siempre las que conduzcan al verdadero destino de tu alma.
Así, como en las fabulas y cuentos antiguos, encontrarás tu camino y construirás un reino cuya riqueza verdadera será la felicidad y el amor compartido.
Abraham Cuentacuentos.
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