La bruja del faro y la noche en que las luces cobraron vida

La bruja del faro y la noche en que las luces cobraron vida

La bruja del faro y la noche en que las luces cobraron vida

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En una noche brumosa, cuando la luna se ocultaba a medias tras espesos nubarrones, el viejo faro de Isla Negra destellaba sus últimas luces tenues. Nadie en el pequeño pueblo costero de San Andrés se atrevía a acercarse al faro, pues la leyenda de una vieja bruja que lo habitaba hacía retroceder incluso a los más valientes.

Susana, una joven y curiosa pescadora de 22 años, hija del pescador más renombrado del pueblo, se encontraba intrigada por las historias de la bruja. Su cabello castaño oscuro ondeaba al viento, enmarcando unos ojos verdes que irradiaban una mezcla de temor y curiosidad. «¿Por qué temer algo que no hemos visto?» se preguntaba mientras camuflaba su inquietud en los vaivenes del mar.

Una noche, su abuelo, el anciano Doroteo, un hombre de tez curtida por el sol y la sal, reunió a los niños del pueblo a su alrededor. «Dicen que la bruja tiene el poder de avivar la vida en las sombras pero solo si sabe lo que es el amor verdadero», relató con voz grave, mientras los ojos de los pequeños se agrandaban bajo la luz tenue del fuego. Susana escuchaba desde la cocina, con el corazón acelerado. Esa noche, decidió que debía descubrir la verdad por sí misma.

Al amanecer, cuando el mar aún descansaba bajo el abrazo de la oscuridad, Susana emprendió su marcha hacia el faro. Una fría brisa salada acariciaba su rostro mientras atravesaba el bosque cercano. Los altos pinos se mecían al compás del viento, susurrándole secretos y advertencias. Los sonidos nocturnos parecían contener la respiración cuando la silueta del faro apareció, emergiendo de la neblina.

Al llegar a la base del faro, vio una figura encorvada ataviada en capas negras, con ojos tan azules como el mar en un día de tormenta. «¿Quién osa perturbar mi soledad?» preguntó la bruja, su voz era como el lamento del viento a través de las rendijas. Susana, armada con un falso valor, respondió, «Soy Susana, del pueblo de San Andrés. He venido a buscar la verdad sobre ti.» La bruja la observó detenidamente antes de responder.

«¿Verdad?» La risa de la bruja cascabeó en el aire frío, «Hace mucho tiempo, me llamaron Isabella. Si es verdad lo que buscas, entonces verás que no soy distinta de los demás». Y con un movimiento de su mano, las llamas del viejo faro tomaron vida, chisporroteando y danzando alrededor de Susana. Isabella relató su historia con una voz que resonaba con viejas heridas, «Fui una mujer de gran poder, pero mi amor enfermó y murió en mis brazos. Desde entonces, he vivido aquí, esperando a quien traiga la respuesta a mi dolor.»

Susana sintió un nudo en la garganta. «Isabella, el amor nunca muere, solo cambia de forma», dijo con suavidad, intentando consolar la bruja. Las luces a su alrededor parecían vibrar con la intensidad de sus palabras. Isabella la miró con una mezcla de sospecha y esperanza. «Ven, te mostraré algo», dijo la bruja, llevándola dentro del faro, donde la penumbra ocultaba secretos centenarios.

Dentro, el faro era un laberinto de escaleras empinadas y pequeños cuartos llenos de antigüedades. Llegaron al cuarto más alto, donde una esfera de cristal reposaba sobre un pedestal de madera vieja. Isabella extendió su mano temblorosa sobre la esfera y esta se iluminó, revelando visiones del pasado. «Este era mi amor, Antonio,» murmuró la bruja, señalando la imagen de un joven apuesto con ojos tan oscuros como el carbón. «Murió antes de que pudiera salvarlo»

Susana sintió una profunda empatía por Isabella, «El amor verdadero nunca muere, Isabella. Permite que te ayude a encontrar paz.» Con esas palabras, la esfera de cristal brilló con una luz cegadora y las sombras del cuarto se llenaron de color y vida. Antonio, el joven de la visión, apareció ante ellas, su rostro reflejando amor y perdón.

«Isabella, mi querida, he estado esperando este momento. Tu amor nos unirá para siempre, pero también debes aprender a amar y dejar ir» murmuró Antonio, extendiendo su mano hacia Isabella. La bruja sintió una paz que no había experimentado en siglos y, entre lágrimas de alegría y alivio, tomó la mano de Antonio.

Las luces del faro brillaron con una intensidad sin igual, iluminando la costa y el pueblo de San Andrés. Los aldeanos, sorprendidos por aquel halo de luz, salieron de sus casas y observaron el faro con asombro, mientras las sombras de la noche parecían cobrar vida y envolverlos en una cálida sensación de paz.

Susana, testigo de aquel prodigio, entendió que su misión estaba cumplida. «Gracias por ayudarme a ver la verdad, Susana» dijo Isabella, quien ahora parecía más joven y serena, «Nunca olvides que el amor tiene el poder de cambiarlo todo.» Con esas palabras, Isabella y Antonio se desvanecieron en un fulgor de luz, su esencia quedando en el faro para siempre.

El faro de Isla Negra nunca volvió a ser el mismo. Bajo el cuidado de Susana, sus luces no solo guiaban a los marineros en las noches oscuras, sino que también recordaban a todo el pueblo sobre el poder transformador del amor. Los niños crecieron con nuevas historias, donde Isabella no era una bruja temible, sino una guardiana del faro que encontró la redención.

Moraleja del cuento «La bruja del faro y la noche en que las luces cobraron vida»

El amor verdadero tiene un poder transformador que puede sanar y redimir incluso los corazones más heridos. La verdadera magia reside en la capacidad de amar, sanar y, a veces, en dejar ir.

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