La historia de amor entre un ratón y una mariposa que solo podían verse en primavera

La historia de amor entre un ratón y una mariposa que solo podían verse en primavera

La historia de amor entre un ratón y una mariposa que solo podían verse en primavera

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En un rincón apartado del bosque, rodeado de frondosos árboles y flores silvestres, habitaba un ratón llamado Federico. Federico era un ratón de pelaje suave y gris, con ojos pequeños y brillantes que reflejaban su viva curiosidad por el mundo que le rodeaba. Aunque era pequeño, tenía un corazón enorme y un espíritu valiente.

Federico pasaba sus días explorando el bosque, recogiendo semillas y disfrutando de la tranquilidad de su hogar. Era un ratón amable y respetado por los demás animales, siempre dispuesto a ayudar a quien lo necesitara. Pero a pesar de su vida ocupada, Federico guardaba un anhelo en su interior, algo que ninguna semilla ni ningún día soleado podía satisfacer.

Un día, mientras recolectaba moras cerca del río, Federico vio algo que cambió su vida para siempre. Sobre una flor de vibrantes pétalos amarillos, una mariposa de alas iridiscentes revoloteaba delicadamente. Sus alas reflejaban los colores del amanecer: un destello de rojos, naranjas y azules que hipnotizó a Federico. Sin poder apartar la vista, se acercó cauteloso.

—Hola —dijo Federico con timidez—, soy Federico. ¿Quién eres tú?

La mariposa se posó suavemente sobre la flor, y con una voz melodiosa respondió:

—Soy Celeste. Vengo cada primavera a este rincón del bosque. ¿Tú vives aquí?

—Sí —respondió Federico con una sonrisa—. Este es mi hogar. Nunca había visto a alguien tan hermoso pasear por aquí. ¿Te gustaría que te enseñara el bosque?

Celeste, sorprendida por la amabilidad de Federico, aceptó la oferta. Los días se convirtieron en semanas, y Federico y Celeste pasaban horas juntos explorando cada rincón del bosque. Él le mostraba las mejores rutas para encontrar flores, y ella compartía historias de los lugares a los que había volado. A medida que paseaban, el aire se llenaba de risas y conversaciones que se alargaban hasta el atardecer.

—Me encanta estar aquí contigo, Federico —dijo Celeste una tarde, mientras descansaban bajo un roble—. Este bosque tiene algo mágico.

—La magia está en ti, Celeste —respondió Federico sin poder ocultar su admiración—. Has traído luz y color a mi vida.

Sin embargo, el tiempo pasaba rápido y la primavera estaba llegando a su fin. Federico notó con pesar que Celeste estaba más inquieta y menos risueña. Un día, cuando las hojas comenzaban a volverse verdes intensas, Celeste tomó la palabra con tristeza.

—Federico, tengo que decirte algo. Cuando el verano llega, debo partir. Las mariposas como yo no pueden quedarse en un mismo lugar para siempre.

El corazón de Federico se encogió de dolor. Había encontrado en Celeste una compañera que llenaba su vida de alegría y colores, y ahora debía despedirse de ella. Con lágrimas en los ojos, preguntó:

—¿Volverás el próximo año, Celeste?

—Sí, Federico. Cada primavera volveré a este rincón del bosque para estar contigo. Nuestra amistad y lo que sentimos es demasiado fuerte para desaparecer con las estaciones.

Federico asintió, tratando de encontrar consuelo en sus palabras. La despedida fue dolorosa, pero se prometieron mutuamente que la próxima primavera se reencontrarían. Cada día del verano, Federico pensaba en Celeste. Se ocupaba en sus tareas diarias, pero siempre había un hueco de esperanza en su corazón.

Con la llegada del otoño y posteriormente del invierno, Federico se resguardó en su hogar, esperando pacientemente que la primavera volviera. Finalmente, cuando las primeras flores comenzaron a brotar y los árboles se cubrieron de hojas nuevas, Federico salió al claro del bosque, su corazón palpitando con una mezcla de miedo y esperanza.

Y allí, sobre la misma flor con pétalos amarillos, estaba Celeste, danzando bajo el sol de la mañana. Federico corrió hacia ella, y cuando se encontraron, sintieron que ni los meses ni la distancia habían disminuido el amor y la amistad que los unía.

—Celeste, has vuelto —dijo Federico con lágrimas de felicidad—. Te he echado tanto de menos.

—Yo también, Federico. Cada día pensaba en nuestro reencuentro. Ahora estamos juntos de nuevo, y nada podrá separarnos.

Federico y Celeste sabían que sus encuentros solo podían ocurrir una vez al año, pero aceptaron su destino con valentía. Durante cada primavera, vivieron su amor con intensidad, llenando sus días de risas, aventuras y cariño.

Los demás animales del bosque observaban con admiración la hermosa relación entre el ratón y la mariposa, inspirándose en su fuerza y en el amor que compartían. Federico y Celeste, a lo largo de los años, demostraron que el verdadero amor puede resistir cualquier desafío, incluso el paso del tiempo y las estaciones.

Así, cada primavera, el rincón del bosque se llenaba de color y alegría, gracias a la mágica historia de amor entre un pequeño ratón y una mariposa que solo podían verse una vez al año. Al final de cada primavera, Federico y Celeste se despedían sabiendo que el siguiente año volverían a encontrarse, con el amor intacto y la esperanza viva en sus corazones.

Moraleja del cuento «La historia de amor entre un ratón y una mariposa que solo podían verse en primavera»

El amor verdadero no conoce barreras ni distancias. Aunque las circunstancias puedan separarnos, la fuerza del cariño y la esperanza siempre nos unirán nuevamente. La paciencia, la lealtad y la fe en el reencuentro son las bases de una relación que puede superar cualquier obstáculo, demostrando que el tiempo no debilita los lazos que realmente importan.

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