La historia de la paloma que quería ser estrella y sus aventuras nocturnas

La historia de la paloma que quería ser estrella y sus aventuras nocturnas

La historia de la paloma que quería ser estrella y sus aventuras nocturnas

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En la vibrante ciudad de Barcelona, entre los tejados de las antiguas edificaciones y las modernas avenidas, vivía una paloma llamada Estela. A diferencia de sus compañeras, que se conformaban con buscar migas de pan y evitar a los gatos, Estela soñaba con algo más. Ella quería ser una estrella, brillar en el firmamento y ser admirada por todos.

Estela era una paloma que, con su porte elegante y plumas de un gris perla reluciente, destacaba en el cielo urbano. Sin embargo, más que su apariencia física, lo que más llamaba la atención era su espíritu inquieto y soñador. «Algún día», pensaba mientras sobrevolaba las Rambla de Catalunya, «seré más que una simple paloma.»

Una noche de verano, mientras el resto de las palomas dormían plácidamente en sus nidos, Estela decidió emprender una aventura. «Hoy es la noche perfecta», pensó, observando la luna llena que iluminaba la ciudad. Se despidió silenciosamente de sus amigas, las palomas Pepa y Clara, quienes no podían comprender por qué su amiga prefería la noche a la tranquila seguridad del día.

Estela voló alto, más allá de lo que cualquier paloma hubiese osado. Pronto, la ciudad quedó muy por debajo de ella, y el cielo estrellado parecía un mar de oportunidades. «¿Pero cómo lograré ser una estrella?», se preguntó en voz alta. Su pregunta fue respondida por una voz profunda y serena. Era Mateo, un viejo y sabio búho que había observado a Estela desde su percha en una iglesia antigua.

«Las estrellas no solo brillan porque sí,» comenzó Mateo, con una mirada penetrante. «Brillan porque llevan consigo la luz de sus buenas acciones y el amor por los demás. Tú también puedes brillar, Estela, si encuentras tu propia luz interior.»

Intrigada y motivada por las palabras del búho, Estela decidió seguir su consejo. Así, durante las noches siguientes, decidió ayudar a otros animales de la ciudad. Fue así como conoció a Ludmila, una gatita callejera que había perdido a su camada. «Estoy desesperada», lloraba Ludmila. Estela la consoló y, con la ayuda de otros animales, encontró un lugar seguro para que Ludmila pudiera dar a luz a sus crías en paz.

Día tras día, Estela se hizo conocida entre los animales nocturnos de Barcelona. Ayudó a un grupo de ratones que se habían quedado atrapados en una alcantarilla, orientó a un colibrí perdido a encontrar su camino hacia el parque de la Ciutadella, y hasta se enfrentó a un halcón que aterrorizaba a una familia de pequeños gorriones.

Una noche, mientras descansaba en su vuelo, Estela sintió una presencia extraña. Era el zorro Ramón, que había oído hablar de su valentía y venía en busca de ayuda. «Necesito tu ayuda, Estela,» imploró Ramón. «Mi hermano está atrapado en una trampa y temo por su vida.»

Sin dudarlo, Estela accedió a ayudar. Condujo a Ramón hasta un rincón apartado del parque Güell, donde su hermano, un zorro joven llamado Felipe, luchaba por liberarse. «Resiste, Felipe,» le reconfortó Estela. Con inteligencia y rapidez, logró desactivar la trampa, liberando al zorro.

Felipe y Ramón, agradecidos, prometieron ayudar a Estela siempre que lo necesitara. Y así lo hicieron, formando un grupo de animales nocturnos que patrullaban la ciudad, ayudando a quienes lo necesitaban y manteniendo el equilibrio en ese microcosmos bajo la luz de la luna.

Mientras los meses pasaban, Estela se dio cuenta de que aunque no había alcanzado su sueño de ser una estrella en el cielo, se había convertido en una estrella para los habitantes de la noche. Todos los animales la admiraban y respetaban, reconociéndola como una líder valiente y desinteresada.

Una noche especial, cuando el cielo estaba claro y las estrellas parecían más brillantes que nunca, Estela fue visitada nuevamente por Mateo. «Has encontrado tu luz interior,» le dijo el búho con una sonrisa. «Y has demostrado que para brillar no necesitas estar en el cielo.»

Los ojos de Estela se llenaron de emoción. Comprendió entonces que la verdadera grandeza no residía en ser vista por todos, sino en hacer el bien y ser recordada por aquellos cuyas vidas tocó. A partir de esa noche, Estela siguió volando y ayudando, sabiendo que era una estrella en el corazón de aquellos que la conocían.

Enrique, un niño que habitaba cerca de la Sagrada Familia, observaba desde su ventana nocturna a Estela y sus amigos en sus aventuras. «Mira, mamá!», exclamaba el niño. «Hay una estrella en el cielo que se mueve.» Su madre, sonriendo, le respondía: «Esa es Estela, la paloma que ilumina nuestras noches.»

Con el paso del tiempo, la leyenda de Estela se extendió más allá de las fronteras de la ciudad. Visitantes de todo el mundo llegaban a Barcelona queriendo escuchar la increíble historia de la paloma que quería ser estrella, y muchos animales comenzaron a seguir su ejemplo, creando un mundo nocturno de solidaridad y apoyo mutuo.

Moraleja del cuento «La historia de la paloma que quería ser estrella y sus aventuras nocturnas»

La verdadera grandeza no necesariamente se encuentra en la fama o la admiración de multitudes, sino en el impacto positivo que uno tiene en las vidas de quienes nos rodean. Brillar no significa estar en lo alto; brillar significa iluminar con nuestras acciones desinteresadas y con amor.

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