La iguana que podía cambiar de color: una historia de camuflaje y amistad

La iguana que podía cambiar de color: una historia de camuflaje y amistad 1

La iguana que podía cambiar de color: una historia de camuflaje y amistad

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En la frondosa selva de Valparíso, donde las copas de los árboles se entrelazan formando túneles de hojas, vivía una iguana llamada Camila. Su peculiaridad era una habilidad única en el reino de las iguanas: podía cambiar de color a voluntad, no sólo para camuflarse, sino para expresar sus emociones. Sus escamas podían tomar la tonalidad de los musgos húmedos o la luminiscencia del crepúsculo en los días claros.

Camila había encontrado alimento cerca de un río serpenteante, y como de costumbre, antes de comer, se fundía con el entorno en un festín de colores. Miguel, un tucán que solía observarla desde un roble cercano, exclamó admirado: «¡Camila, verdaderamente eres un camaleón entre las iguanas!».

«No soy un camaleón, Miguel», respondió Camila con una sonrisa, mientras sus escamas adquirían una tonalidad azul celeste, reflejando su buen humor. «Pero sí, tengo una habilidad bastante especial».

La historia de Camila no era desconocida entre los habitantes de la selva. Era muy querida y respetada, pues en una ocasión, su camuflaje había salvado a muchos animales de un depredador al alertarlos sin ser vista. Pero también había en la selva quienes envidiaban su don, y uno de ellos era Ricardo, el monito capuchino, cuyo mayor deseo era ser tan admirado como Camila.

Ricardo, lleno de celos, tramó un plan. «Si Camila desaparece por unos días, quizás todos vean que no es tan esencial como parece», pensó con malicia. Así que una noche, mientras Camila dormía plácidamente en su rama favorita, Ricardo deslizó unas bayas somníferas junto a las frutas que ella solía comer.

Al despertar, la iguana se sintió mareada y confundida. Intentó cambiar de color para orientarse, pero su capacidad se vio afectada por el desconcierto. Deambuló sin rumbo, hasta que finalmente se desplomó en un claro desconocido, lejos de su hogar.

La noticia de la desaparición de Camila se extendió como un susurro entre las hojas, llevando consternación a todos. Miguel, preocupado, prometió encontrarla. «Volaré por encima de la copa de los árboles; desde allí podré verla si cambia de color», declaró.

Los días pasaban y de Camila, ni rastro. Miguel buscaba incansablemente, y Ricardo fingía preocupación mientras disfrutaba de una atención que jamás había tenido. Sin embargo, dentro de él crecía un remordimiento que oscurecía sus días.

Un Jaguar llamado Dante, el mismo que Camila había ayudado a evitar tiempo atrás, se unió a la búsqueda. «Esa iguana me salvó la vida», rugió. «Ahora es mi turno de devolverle el favor». Dante inspeccionaba las raíces y las cuevas, lugares a los que Miguel no podía descender.

Una mañana, cuando el sol apenas asomaba, Rosario la mariposa vio algo inusual en un claro bañado por un haz de luz. «¡Una iguana, toda pálida!», exclamó asombrada. Camila estaba inconsciente, sus brillantes colores se habían desvanecido dejando un tono grisáceo en su piel.

Miguel y Dante llegaron al claro, seguidos por un remordido Ricardo. Juntos, cuidaron de Camila, trayéndole frutas frescas y agua del río. La iguana, rodeada de preocupación y afecto, poco a poco recuperó su tonalidad vibrante y su energía.

«¿Qué te ocurrió, Camila?», preguntó Miguel con un ligero temblor en su voz. «Sólo recuerdo haber comido unas frutas y luego… vacío», dijo Camila viéndolos con sus pequeños ojos agradecidos.

Ricardo, observando la escena con ojos llorosos, dio un paso adelante. «Yo… yo fui quien te hizo esto. No soportaba la atención que todos te daban», confesó, preparándose para las consecuencias de sus actos.

Hubo un tenso silencio, luego Camila respondió: «Ricardo, no tienes que ser como yo para ser especial. Todos tenemos algo que nos hace únicos. Tu astucia y agilidad son dones que a todos nos hubieran servido. Pero ahora, lo que más admiro de ti es tu valentía para decir la verdad».

La selva entera vibró con un sentimiento de unión y el perdón no tardó en llegar. Ricardo ayudó a Camila a volver a su hogar, donde fue recibida con celebraciones. Con el paso del tiempo, la iguana y el monito se volvieron grandes amigos.

La vida en la selva retomó su ritmo. Camila con su camuflaje protegía a los habitantes, Miguel cantaba desde las alturas y Ricardo, ahora arrepentido y reconstruido, se encargaba de compartir historias sobre la importancia de la honestidad y el perdón.

Y así, entre coloridas hojas y claros soleados, la historia de la iguana que podía cambiar de color se convirtió en una leyenda de la selva de Valparíso. Una leyenda sobre el coraje, la amistad y el valor de cada ser, más allá de sus habilidades.

Moraleja del cuento «La iguana que podía cambiar de color: una historia de camuflaje y amistad»

Como las escamas de Camila, nuestra vida está llena de colores que reflejan emociones y vivencias. A veces, somos iguales a las iguanas, tratamos de mimetizarnos con el entorno o con lo que los demás esperan de nosotros. Pero cada uno tiene su color único que debe ser valorado, no escondido. La verdadera magia surge cuando aceptamos y celebramos lo singular en cada ser, y entendemos que la honestidad y el perdón son los colores más brillantes que alguien puede mostrar.

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