La maldición del muñeco de nieve: una historia de terror y misterio en la que un muñeco de nieve cobra vida y acecha a una familia
En un pequeño pueblo alpino, donde los inviernos eran largos y nevados, vivía la familia Martín. Laura, la madre, era una mujer amable y cariñosa que siempre llevaba una sonrisa en el rostro. Pedro, el padre, era fuerte y valiente, pero su corazón se ablandaba ante la sonrisa de su hija Sofía, una niña traviesa de diez años, de cabello rizado y mejillas sonrosadas por el frío. Aquella temporada invernal, el pueblo se hallaba cubierto por un manto blanco de nieve que parecía no tener fin.
Un día, después de una intensa nevada, Sofía convenció a sus padres de salir a jugar en el jardín. Laura y Pedro, deseosos de regalarle momentos felices a su hija, aceptaron con gusto. Juntos, comenzaron a construir un enorme muñeco de nieve, usando una vieja bufanda y un sombrero del abuelo para vestirlo. Sofía, con sus manitas enguantadas, le puso una zanahoria por nariz y dos botones negros por ojos.
—¡Es el mejor muñeco de nieve que jamás haya visto! —exclamó Sofía, saltando de alegría mientras lo contemplaba.
—Es verdad, cariño, ha quedado genial —asintió Laura, observando detenidamente la creación.
Sin embargo, al anochecer, los vientos comenzaron a aullar con furia y la temperatura descendió drásticamente. La familia se acurrucó junto a la chimenea para calentarse y escuchar las historias de Pedro, quien solía narrar leyendas locales. Esa noche, contó una que nunca antes había mencionado.
—Existe un antiguo mito sobre un muñeco de nieve que cobraba vida en las noches más frías y oscuras —dijo con un tono misterioso—. Se dice que traía consigo una maldición, acechando a quienes lo habían construido.
—Papá, no me dan miedo tus historias —dijo Sofía haciendo pucheros, aunque la verdad era que un escalofrío le recorrió la espalda.
El día siguiente amaneció tranquilo, pero Laura notó algo extraño. Al acercarse al jardín, observó que el muñeco de nieve había cambiado de lugar. Descartando lo que vio como una ilusión óptica, regresó al interior de la casa. Por la noche, sin embargo, los ruidos se intensificaron. Un crujido metálico y una especie de risa gélida ponían los pelos de punta a quien los oyera.
Pedro, perturbado por los extraños sonidos, decidió salir a investigar. Con una linterna en mano y un abrigo pesado, recorrió el jardín. Al iluminar al muñeco de nieve, notó que sus ojos de botón parecían vivos, fulgurando con una intensidad macabra.
—¿Quién anda ahí? —gritó, sintiendo que el aire se volvía cada vez más frío.
No hubo respuesta. Pero tras un parpadeo, el muñeco de nieve ya no estaba en su sitio. De repente, una sombra blanca se abalanzó sobre él, y Pedro apenas tuvo tiempo de esquivar el ataque. Corrió hacia la casa, cerrando la puerta tras de sí con un golpe seco.
—Es real, Laura, ¡es real! —jadeó Pedro, su rostro palideciendo—. ¡El muñeco de nieve está vivo!
Laura intentó calmarlo, pensando que la fatiga le estaba jugando una mala pasada. Pero poco después, el mismo fenómeno se repitió. Una y otra noche, la familia Martín fue testigo de la oscuridad moviéndose, del gélido aliento que traía aquel muñeco maldito. La tensión crecía, y el miedo se apoderaba de ellos cada vez más fuerte.
Decidieron buscar ayuda. El anciano señor Esteban, un hombre sabio y conocedor de antiguas leyendas, vivía en las afueras del pueblo. Laura y Pedro, desesperados, fueron a consultarle. Esteban los acogió en su casita de madera, iluminada por velas y decorada con artefactos de otras épocas.
—La leyenda es cierta —confirmó Esteban con voz grave—. El alma de un mago malvado habita en ese muñeco de nieve. Solo puede ser detenida mediante un ritual especial al romper el ciclo invernal.
—¿Y qué debemos hacer? —preguntó Pedro, inquieto.
—Deben quemar el muñeco antes de la medianoche de la luna nueva—dijo el anciano—. El fuego purificará su alma y liberará a quienes ha maldecido.
Con esperanza renovada, los Martín regresaron a su hogar y comenzaron a preparar todo lo necesario para el ritual. La noche de la luna nueva llegó, y Pedro encendió una gran hoguera en el jardín. Laura y Sofía observaban con nerviosismo, mientras él arrastraba el muñeco hacia las llamas.
—Que el mal acabe aquí —dijo Pedro, arrojando el muñeco a la pira.
El fuego se avivó con un estruendo y una luz intensa envolvió la figura. Se oyó un crujido, seguido de un grito desgarrador que resonó en todo el vecindario. Poco a poco, las llamas consumieron al muñeco y la paz volvió a reinar en el jardín.
Con el amanecer, una tranquilidad nunca antes sentida inundó a los Martín. La nieve seguía cubriendo el paisaje, pero esta vez, brillaba con una pureza renovada. Laura abrazó a Sofía, mientras Pedro la rodeaba con su brazo, sintiendo que todo había terminado.
—Papá, ¿el muñeco de nieve ya no volverá más? —preguntó Sofía con inocente curiosidad.
—No, hija, ya no —respondió Pedro—. Estamos a salvo.
Los días siguientes transcurrieron con alegría y normalidad. El pueblo ya no susurraba sobre el muñeco de nieve maldito, y los Martín recuperaron su sonrisa y tranquilidad. La familia volvía a disfrutar de los pequeños placeres del invierno, confiando en que ninguna sombra ennegrecería su felicidad nuevamente.
Moraleja del cuento “La maldición del muñeco de nieve: una historia de terror y misterio en la que un muñeco de nieve cobra vida y acecha a una familia”
Enfrentarse a nuestros miedos y trabajar juntos como familia puede superar cualquier maldición. La unión, la valentía y la sabiduría compartida fortifican el corazón y nos protegen de la oscuridad más temible. Siempre que el amor y la esperanza prevalezcan, ninguna sombra podrá asustarnos.
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