La noche de los ojos brillantes y Halloween
Era la tarde del 31 de octubre, y en el pequeño pueblo de Valleoscuro, se respiraba una mezcla de emoción y nerviosismo. Los comerciantes, con más entusiasmo que habilidad, habían adornado sus locales con telarañas de papel negro y calaveras de plástico que parecían más risueñas que aterradoras. Las calles estaban llenas de niños disfrazados, algunos de fantasmas, otros de monstruos; pero en medio de toda esta algarabía, cuatro adolescentes se destacaban por su aire enigmático y su risa contagiosa.
Clara, con su cabello rizado que parecía un nido de pájaros desafiante y su risa estruendosa, siempre había sido la primera en planear las aventuras de su grupo. La acompañaban Daniel, un chico de sonrisa encantadora, cuyos ojos reflejaban una chispa traviesa. A su lado, total opuesto, se encontraba Simón, apodado “el sabio”, amante de los libros de terror y poseedor de un conocimiento casi enciclopédico sobre leyendas urbanas. Y no podíamos olvidarnos de Laura, la escurridiza y algo extraña, siempre envuelta en su abrigo negro que parecía absorber la luz del sol.
—¿Estáis listos para la gran caza de leyendas esta noche? —preguntó Clara, ajustándose su disfraz de vampiro con un toque de arrogancia.
—Si encontramos al fantasma de Doña Beatriz, me muero de la risa —replicó Daniel, sonriendo de forma pícara mientras revolvía el contenido de su bolsa llena de caramelos.
Simón, con su típica voz seria, comentó: —Leyendas son leyendas, chicos. No es sólo un asunto delictivo, sino más bien… un reto espiritual. Esta noche, el cruce de caminos en la colina encantada debe ser visitado a las doce en punto.
Laura, por su parte, solo sonrió enigmáticamente. Sabía más de lo que dejaba entrever y eso le daba un aire de intriga. —Tal vez encontréis más que solo historias. ¿Os atrevéis a descubrir qué hay más allá? —dijo, su voz un susurro, como si compartiera un secreto peligroso.
El sol se ocultó rápidamente, y cuando los chicos decidieron emprender su aventura, el cielo se tiñó de un profundo azul oscuro, salpicado por estrellas que asomaban como ojos curiosos. Valleoscuro se transformaba a cada instante; las cosas conocidas se volvían misterios y los ecos del pueblo resonaban como susurros de la historia.
Con una linterna en mano, el grupo se acercó al cruce de caminos. Una neblina extraña comenzaba a descender, envolviendo las sombras de los árboles, mientras la luna, redonda y brillante, iluminaba el ambiente con un halo etéreo. De repente, el aire se volvió frío y un murmullo sutil llenó el espacio.
—Creo que es hora de que usen lo que llaman “el sentido común” —dijo Simón, asombrado mientras miraba a su alrededor—. Aquí está el lugar donde se dice que Doña Beatriz aparece. Debemos esperar y escuchar.
Clara, aunque al principio dudó, se sintió impulsada por la adrenalina. —No podemos dejar que esto sea como cualquier caza de fantasmas. ¡Necesitamos una prueba! —exclamó, su voz resonando en la noche.
—¿Ha visto eso? —preguntó Clara, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda.
—¿Y si realmente se trata de algo más? —dijo con calma—. Tal vez deberíamos comprobarlo. Lo que podemos imaginar puede ser más intrigante que lo que hay allá afuera.
Y así, al final de la noche, en aquel ambiente mágico, Daniel tomó de la mano a Clara, mientras Simón atraía a Laura a un juego improvisado de terror virtual. La luna sonreía desde lo alto, y no había más que alegría y complicidad. El miedo había sido superado y todo lo que quedaba era la promesa de regresar al cruce de caminos, quizás el próximo Halloween, pero esta vez como guardianes de su propia historia. No siempre se trata de fenómenos sobrenaturales o miedos ocultos; a veces, la verdadera aventura yace en las conexiones que forjamos con quienes amamos. En Halloween, más que buscar lo que asusta, nos encontramos a nosotros mismos y a nuestros amigos en las risas y la complicidad. La amistad puede ser el mejor hechizo de todos.Moraleja del cuento “La noche de los ojos brillantes y Halloween”