Cuento de Navidad: La noche en que los reyes magos se extraviaron
La noche en que los reyes magos se extraviaron
En un lejano poblado cubierto por la nieve del invierno eterno, las luces tenues de las casas se entreveían como estrellas en tierra.
Aquella noche de reyes, la villa entera se convirtió en muda testigo de un suceso inesperado. La plaza central, habitualmente adornada con un majestuoso árbol, lucía aún más espléndida con los ornamentos de cristal que reflejaban la luz de la luna, una luna tan llena y brillante que parecía competir en fulgor con el mismo astro rey.
Dentro de una de las casas más humildes, cálida y acogedora, vivía Martín, un niño de cabellos como la propia noche y ojos tan claros como las aguas del lago congelado.
Su corazón, repleto de bondad, vibraba de emoción esa noche, no sólo por los regalos, sino por el cariño que sus padres, Julieta y Tomás, desprendían como el calor de la chimenea.
Observaba la ventana, sus ojos buscaban en el cielo el pasar de una estrella fugaz o el destello de una luz misteriosa.
—Papá, ¿crees que los reyes magos encontrarán el camino a casa con tanta nieve? —preguntó Martín con voz inquieta, aplastando su nariz contra el cristal helado.
—No hay tempestad que desvíe su rumbo —respondió Tomás cálidamente—, llevan siglos viajando entre montañas y mares. Un poco de nieve no es nada para ellos.
Mientras tanto, en lo alto de los cielos, Baltasar, Melchor y Gaspar se enfrentaban a un reto inesperado.
Una densa bruma había cubierto las estrellas, y con ellas, la estrella polar, el faro que guiaba su expedición.
Sus camellos, confiados y firmes, avanzaban, pero no había certeza en sus pisadas.
—Tenemos que bajar —ordenó Melchor, la voz engullida por el manto blanco—. Quizá en el pueblo podamos encontrar alguien que nos guíe.
La suerte, que es caprichosa, los guió hacia la humilde morada de Martín. El niño, que aún no había cedido al sueño, vio sombras moverse afuera y con el valor que solo tienen los niños, decidió investigar.
Abrumados por la hospitalidad y el calor humano, los reyes magos se sintieron en deuda con aquella familia y quisieron mostrar su gratitud de una manera especial.
Y así, con la luz del amanecer besando ya las montañas nevadas, los reyes salieron de la casa no solo guiados, sino también tocados por la sencillez y amor de aquellos que menos tenían y más daban.
Con el cielo ya claro y los corazones llenos, los reyes retomaron su camino, dejando tras de sí un rastro de alegría y una promesa de volver.
Martín, desde su ventana, despedía a los tres viajeros con una sonrisa que llevaba consigo la magia de esa noche inolvidable.
Moraleja del cuento La noche en que los reyes magos se extraviaron
Y así, la villa y todos sus habitantes aprendieron que incluso los más sabios y viajeros pueden perderse, pero es el amor y la bondad lo que siempre ilumina el camino de regreso a casa.
Que la generosidad y la humildad son dones más valiosos que cualquier tesoro material, y que la magia de la Navidad reside en compartir no solo presentes, sino también presencia, calor, y amor.
Abraham Cuentacuentos.
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