La vaca y la montaña que cantaba canciones al amanecer
La vaca y la montaña que cantaba canciones al amanecer
Había una vez, en un valle verde y frondoso, donde las flores se balanceaban con el viento y el sol jugaba a esconderse entre las nubes, una vaca llamada Margarita. Margarita no era una vaca común y corriente; tenía un pelaje blanco como la nieve y manchas negras que parecían formar constelaciones. Sus ojos grandes y marrones reflejaban una inteligencia y una ternura que conquistaban a cualquiera. Sin embargo, Margarita tenía un secreto que solo compartía con su mejor amigo, el perro pastor Rafael.
Rafael, un perro de pelaje canela y ojos vivaces, era el guardián del rebaño. Aunque pequeño en tamaño, tenía una presencia impresionante y un faro inagotable de energía. Margarita y él compartían largas jornadas cuidando del rebaño, pero cuando el sol empezaba a esconderse y la luna tomaba el relevo, los dos se retiraban a un rincón especial del valle. Allí, en la falda de una montaña que parecía tocar el cielo, sucedía algo extraordinario: la montaña empezaba a cantar.
Una tarde de otoño, mientras Margarita y Rafael disfrutaban de la melodía suave y cautivadora que emergía de la montaña, apareció Simón, el zorro astuto y misterioso del bosque cercano. Simón se acercó sigilosamente y observó a los dos amigos. “¿Qué escucháis tan embelesados?” preguntó con voz suave, pero llena de curiosidad.
“Es la montaña,” contestó Margarita, “en cuanto cae la noche, empieza a cantar. Es como si nos susurrara historias antiguas de tiempos remotos.”
Simón, cuya astucia solo era superada por su sed de conocimientos, se acercó más. “¿Y os habéis preguntado alguna vez por qué canta la montaña?” preguntó, con ojos brillantes de interés.
“No lo sabemos,” respondió Rafael, “pero su canción tiene algo mágico que nos llena el corazón de paz y alegría.”
Los tres amigos decidieron, aquella noche, descubrir el secreto de la montaña. Armados con valentía y una linterna luminosa, empezaron a subir por la ladera llena de arbustos y pequeñas piedras. La melodía se intensificaba a cada paso, y sus corazones latían al compás de las notas.
En medio del ascenso, encontraron a Carmen, una pequeña rana de piel esmeralda y ojos saltones. “¡Carmen!” exclamó Rafael, “¿Qué haces aquí a estas horas?”
Carmen, entre croar y croar, les confesó que también había sido atraída por la melodía de la montaña y deseaba descubrir su origen. Así, el grupo se hizo más grande y su determinación creció.
Finalmente, tras lo que parecieron horas pero fueron solo minutos, alcanzaron una cueva oculta por enredaderas y musgo. Desde el interior de la cueva emanaba una luz tenue y cálida. Margarita, siendo la más grande y valiente, entró primero. Lo que encontraron dentro les dejó sin aliento: una fuente de cristal con agua pura y luminosa, y alrededor de ella, piedras preciosas que emanaban un resplandor dorado.
“Esto es increíble,” dijo Margarita, “pero ¿de dónde viene el canto?”
De repente, una figura etérea apareció junto a la fuente. Era una anciana de rasgos amables y una sonrisa enigmática, vestida con túnicas que brillaban con la luz de la luna. “Soy Anahí, guardiana de la montaña. He estado esperando a alguien que se atreviera a descubrir nuestro secreto.”
Los animales quedaron boquiabiertos. “¿Quién eres tú?” preguntó Simón, con sus ojos llenos de asombro.
Anahí les contó que la montaña solía ser un lugar donde los viejos espíritus de la naturaleza cantaban para mantener el equilibrio del valle. “Pero el tiempo pasa,” continuó, “y esos espíritus necesitan ser recordados y respetados por los habitantes de este valle.”
Margarita, con su bondad infinita, prometió que cada noche ella y sus amigos regresarían a escuchar las canciones de la montaña y contarían su historia a los demás habitantes del valle. Anahí, satisfecha con la promesa, les otorgó un don especial: “Cada uno de vosotros tendrá una conexión especial con la naturaleza. Margarita, tu leche curará cualquier enfermedad; Rafael, tú entenderás y hablarás todos los idiomas de los animales; Simón, tendrás la inteligencia de los sabios más grandes; y Carmen, tu canto traerá la lluvia en tiempos de sequía.”
Con estos dones, los amigos regresaron al valle, asombrados y agradecidos. Cumplieron su promesa y, desde aquel día, la montaña siguió cantando y el valle se convirtió en un lugar de prosperidad y felicidad. Los habitantes del valle adoraban a Margarita, Rafael, Simón y Carmen, quienes se convirtieron en los guardianes de aquella tierra mágica donde todo era posible.
Con el tiempo, la historia de la montaña que cantaba canciones al amanecer se convirtió en leyenda. Las generaciones futuras crecieron escuchando las hazañas de sus héroes y respetando la naturaleza con devoción. Y así, la paz y la armonía reinaron en el valle por siempre.
Moraleja del cuento “La vaca y la montaña que cantaba canciones al amanecer”
La verdadera magia se encuentra en aquellos que valoran y respetan la naturaleza. La bondad y la valentía tienen recompensas inesperadas, y los lazos de amistad son el mayor tesoro que podemos tener.
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