Bailarines en el bosque de ensueño
En un lejano y olvidado claro del Bosque de Ensueño, entre susurros de hojas danzantes y el suave tintinear de las gotas de rocío, vivía un amable duende de figura esbelta y sonrisa perpetua, conocido en aquellos lares como Liriel.
Su hogar era un nido de suaves musgos y flores nocturnas, que se mecían al compás de una melodía que solo los árboles podían entender.
Una noche, bajo la cálida luz de una luna creciente, Liriel se encontró con Luna, una lechuza de ojos como esferas de cristal reluciente y plumaje tan blanco que podía mezclarse con las nubes.
Luna tenía una mirada serena pero profunda, que denotaba sabiduría y una paz que solo se adquiere con los años.
«Bella Luna, ¿qué te trae por mi hogar?», preguntó Liriel con tono tan suave que se confundía con el susurro del viento.
«Liriel, vengo a contarte sobre una melodía que resuena más allá de las colinas, una melodía que no he podido desentrañar», contestó Luna, girando su cabeza con elegante lentitud. «Quizás tú, con tu corazón joven y alegre, puedas comprender su mensaje.»
Con curiosidad y un destello de emoción en sus ojos, Liriel asintió.
Preparó su pequeña flauta de junco y junto a Luna emprendieron un viaje hacia las colinas encantadas, dejando atrás la familiaridad de su rincón amado.
La silueta de los árboles se recortaba contra un cielo rebosante de estrellas titilantes que parecían guiar sus pasos.
En el camino, los viajeros encontraron a Aura, una cervatilla de pelaje dorado y ojos grandes y sosegados que movían a ternura.
Aura los saludó con una reverencia y les habló con una voz suave y melodiosa.
«Hacía tiempo que no veía almas por estos lugares. ¿Os dirige vuestra travesía hacia el origen de la desconocida tonada?»
Liriel asintió con emoción. «Precisamente, querida Aura. ¿Nos acompañarías en este viaje? Tu presencia ilumina el bosque como si el sol nunca se ocultara.»
Sin dudarlo, Aura se sumó a la expedición.
El trío prosiguió su travesía, atravesando praderas cubiertas de néctar de luna y ríos donde la corriente murmuraba secretos antiguos.
Avanzaron durante horas, hasta que, al fin, llegaron a un lugar donde la brisa portaba la intensidad de la melodía que tanto había fascinado a Luna.
Allí, en medio de un claro iluminado por luciérnagas, encontraron a Efímero, un fauno con cuernos que se retorcían hacia el cielo y una mirada de calidez arrulladora.
Efímero, al notar la presencia de los viajeros, dejó de tocar su flauta de pan y les sonrió. «Bienvenidos sean, amigos del alba y la sombra.» Su voz era un símil del viento entre las cañas, y su aspecto, aunque insólito, era reconfortante.
Liriel se acercó, su flauta en mano, y preguntó: «Efímero, la música que tocas… es diferente a todo lo que he oído. ¿Qué secretos guarda?».
El fauno miró hacia la luna que se reflejaba en el iris de los ojos de Luna y luego a las estrellas que centelleaban en los de Liriel.
«Es una melodía tan antigua como el tiempo, que habla de unión y paz. Se dice que aquellos que bailan bajo su influjo sellan un vínculo eterno con la naturaleza.»
Y así, en aquel claro, comenzó un gentil baile. Luna, Liriel, Aura y Efímero danzaban moviendo sus cuerpos con elegancia y naturalidad.
Sus movimientos eran sutiles y armoniosos, y poco a poco cada criatura del bosque se les unía, formando un círculo de tranquila felicidad.
Así pasaron las horas, danzando y girando como hojas llevadas por un viento caprichoso pero gentil, hasta que los primeros rayos del amanecer se filtraron entre la cúpula de ramas.
Entonces, la música se desvaneció tan suavemente como había comenzado.
Una sensación de plenitud invadió a los bailarines, como si la esencia misma del bosque les hubiera impartido su bendición.
Cada uno, a su manera, sentía que aquel encuentro había cambiado su existencia de una forma sutil pero indeleble.
La lechuza, con su vuelo majestuoso, retomó su guardia del cielo, pero con un conocimiento nuevo que brillaría en sus ojos de luna plena.
La cervatilla, su paso ahora aún más ligero y silencioso, velaría por los riachuelos y las flores con una dulzura renovada.
Efímero, con su sonrisa mística intacta, retornó a su solitario pero sereno concierto, convencido de que su música podía tocarse en soledad pero resonaba con verdadera vida solo cuando era compartida.
Liriel, el duende de figurilla esbelta, encontró que su flauta había adquirido un nuevo timbre, uno que podría evocar los recuerdos de aquella noche eterna en un instante.
Las leyendas de aquellos seres del Bosque de Ensueño, y su danza bajo la vigilia de los astros, se tejieron entre los suspiros de las flores y las conversaciones de los vientos.
En los corazones de los habitantes del bosque se guardó el eco de la unidad y el amor que aquella música había despertado.
Moraleja del cuento Bailarines en el Bosque de Ensueño
La melodía de la existencia se compone de esos instantes compartidos donde reina la armonía.
Como los bailarines en nuestro cuento, cada uno cumple un papel en la danza de la vida.
Recuerda, es al unísono con otros que nuestras canciones individuales adquieren su máximo esplendor.
Abraham Cuentacuentos.
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