Cuento: Bajo el Árbol de los Sueños

Breve resumen de la historia:

En una aldea tranquila, Elías guía a sus amigos en un viaje sin caminos, solo palabras y estrellas. Su voz los envuelve en una carreta de nubes, llevándolos a un lugar donde el sueño es un refugio sereno. Cuento de amor para dormir para adultos, jóvenes y adolescentes.

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Cuento: Bajo el Árbol de los Sueños

Bajo el Árbol de los Sueños

El viento nocturno se deslizaba entre las colinas, llevando consigo murmullos antiguos que solo el silencio sabía descifrar.

La luna, pálida y serena, se reflejaba sobre la copa de un alcornoque inmenso, cuyas ramas se extendían como brazos protectores sobre la tierra.

No era un árbol cualquiera.

Su corteza rugosa había sido testigo de incontables promesas susurradas en la penumbra, de amores que buscaban refugio en la espesura de sus hojas.

Le llamaban el Árbol de los Sueños, pues la leyenda contaba que quienes descansaran bajo su sombra y entrelazaran sus almas con sinceridad, verían sus deseos cumplidos.

Aquella noche, dos figuras permanecían allí, cobijadas bajo su frondosa copa.

Elisa y Gael. Sus miradas, cómplices, danzaban al ritmo pausado de la brisa, y sus manos, entrelazadas, parecían prometerse lo que las palabras no alcanzaban a decir.

Elisa tenía el cabello castaño, largo y ondulado, que se mecía con el viento como las hojas del viejo árbol.

Sus ojos, oscuros y profundos, contenían la calma de quien ha aprendido a leer entre líneas la historia del universo.

Decían que tenía un don, uno que le permitía tejer los hilos del destino con solo desearlo.

Gael, en cambio, era de semblante sereno, con manos firmes y una mirada que poseía la capacidad de apaciguar cualquier tormenta.

Sus dedos acariciaban la hierba con un gesto distraído, mientras en su mente resonaban palabras que no se atrevía a pronunciar.

Tenía un secreto: podía comprender el lenguaje de las estrellas, interpretar sus destellos como notas de una canción antigua.

—Gael… —murmuró Elisa, con la voz suave de quien se encuentra al borde de un sueño—. ¿Crees que nuestros deseos se harán realidad esta noche?

Él giró el rostro hacia ella y esbozó una sonrisa tranquila.

—No tengo dudas —susurró—. Ya se ha cumplido el mayor de mis sueños: estar aquí contigo.

Elisa sintió que algo en su interior se llenaba de calidez.

Cerró los ojos y respiró hondo, permitiendo que el aire fresco impregnado de resina y tierra húmeda le llenara los pulmones.

Justo entonces, una luz titilante apareció ante ellos, suspendida en el aire como una estrella errante.

De la luminiscencia emergió una figura etérea, vestida con un manto que parecía tejido con hilos de luna.

Su presencia era serena, y su voz, cuando habló, sonó como el eco de un arroyo lejano.

—Elisa, Gael… —dijo la figura con dulzura—. Soy Ayla, guardiana de los sueños. Habéis venido hasta aquí con el corazón abierto y los deseos dispuestos a ser escuchados. Pero antes de conceder vuestro anhelo, debéis superar tres pruebas. Solo así el Árbol os otorgará su bendición.

Elisa y Gael intercambiaron una mirada fugaz.

Sus dedos se apretaron un poco más.

—Estamos listos —afirmó Gael con seguridad.

—Entonces, escuchad. La primera prueba os enfrentará a la incertidumbre, la segunda pondrá a prueba la pureza de vuestro amor, y la última… —Ayla hizo una pausa, como si sopesara sus palabras—… os exigirá un sacrificio.

Elisa sintió un leve escalofrío recorrerle la piel, pero no dudó.

—Lo que sea necesario —afirmó.

Ayla alzó una mano y, de pronto, el entorno cambió.

El Árbol de los Sueños desapareció en una neblina plateada, y cuando esta se disipó, los amantes se encontraron en medio de un bosque denso y oscuro.

Las sombras se alargaban como dedos espectrales, y el aire estaba cargado de susurros.

—Este es el Bosque de los Susurros —dijo la voz de Ayla, aunque su figura ya no estaba allí—. Aquí, los caminos desaparecen y las voces confunden la mente. Solo si confiáis el uno en el otro, podréis encontrar la salida.

Las ramas crujieron a su alrededor.

Elisa tomó la mano de Gael con más fuerza.

—No importa lo que oigamos —susurró él—. Solo escúchame a mí.

Avanzaron entre la maleza, mientras a su alrededor se alzaban voces que los llamaban por su nombre, algunas con ternura, otras con desesperación.

Algunas sonaban como los susurros de sus propios miedos, como dudas que alguna vez habían albergado en el corazón.

Pero nunca soltaron sus manos.

Tras lo que pareció una eternidad, la oscuridad se disipó, y se encontraron nuevamente bajo el Árbol de los Sueños.

Frente a ellos, Ayla sonreía.

—Habéis demostrado que, incluso en la incertidumbre, podéis hallar el camino si confiáis el uno en el otro —declaró.

Sin darles tiempo a respirar, levantó una mano, y de inmediato el paisaje cambió de nuevo.

Ahora estaban rodeados de espejismos deslumbrantes.

A su derecha, una vida de riqueza y lujos.

A su izquierda, la fama y el reconocimiento.

Ante ellos, todo lo que alguna vez pudieron haber deseado… salvo el uno al otro.

Elisa observó los destellos dorados, la promesa de un futuro sin preocupaciones materiales.

Gael sintió la tentación de lo que podría haber sido su destino si hubiese elegido otro camino.

Pero, al mirarse a los ojos, todo se desvaneció.

—Nada de esto nos haría felices sin el otro —dijo Gael.

—Nuestro amor es suficiente —susurró Elisa.

Ayla apareció de nuevo, complacida.

—Habéis comprendido que el verdadero tesoro no se encuentra en lo externo, sino en lo que habita en vuestros corazones.

Quedaba la última prueba.

—Debéis renunciar a vuestro mayor deseo —anunció la guardiana.

Elisa y Gael sintieron un nudo en la garganta.

Habían venido hasta allí con la esperanza de que sus sueños se hicieran realidad… y ahora se les pedía que los dejaran ir.

Elisa cerró los ojos y pronunció su deseo en silencio, sintiendo cómo se deslizaba de sus labios como un susurro perdido en el viento.

Gael hizo lo mismo.

Entonces, la brisa pareció cobrar vida y llevó sus anhelos al cielo, donde se disolvieron entre las estrellas.

Ayla los observó con orgullo.

—Los sueños más puros son aquellos que se liberan. Vuelan libres y regresan multiplicados.

Y en ese instante, el cielo estalló en una lluvia de estrellas.

Cada luz que tocaba el suelo se transformaba en una flor luminosa, impregnando el aire con una fragancia dulce y eterna.

Elisa y Gael, tomados de la mano, entendieron que el verdadero milagro no era ver los sueños cumplidos, sino compartir el acto de soñarlos.

Elisa acarició el tronco del viejo alcornoque y susurró palabras de agradecimiento.

No era el árbol el que había tejido la magia, sino el amor que ellos compartían, capaz de transformar el tiempo y el espacio.

Los años pasaron, pero cada aniversario, volvían a aquel lugar.

Y con ellos, otros enamorados llegaban, dispuestos a entrelazar sus almas bajo la sombra del Árbol de los Sueños.

Y así, bajo el amparo de la luna y el murmullo del viento, la leyenda continuó, susurrando a los corazones que aún creían en el amor eterno.

Moraleja del cuento «Bajo el Árbol de los Sueños»

El amor verdadero no se basa en promesas ni en deseos cumplidos, sino en la capacidad de recorrer juntos el camino, incluso cuando este se vuelve incierto.

Solo aquellos que confían el uno en el otro, que resisten las tentaciones y son capaces de liberar sus sueños sin miedo, descubren que el mayor milagro no es alcanzarlos, sino compartirlos.

Abraham Cuentacuentos.

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