Bajo el árbol de los sueños
En un valle escondido entre colinas susurrantes, había un árbol centenario conocido como el Árbol de los Sueños.
Era un alcornoque inmenso, cuya copa se perdía entre los matices celestiales del crepúsculo y cuyas raíces se entrelazaban con las leyendas de antaño.
Bajo su frondosa sombra, encontramos a dos almas, Elisa y Gael, de miradas calmadas y corazones entrelazados, descansando mientras el atardecer pintaba el cielo con tonos de descanso y promesa.
Se dice que Elisa, con su cabello castaño que danzaba con la brisa, y ojos profundos como la misma noche, era capaz de tejer los hilos del destino con solo desearlo.
Mientras que Gael, cuyas manos firmes y mirada sosegada calmaban hasta la tormenta más feroz, guardaba un secreto: podía conversar con las estrellas, interpretando su parpadeo como las notas de una canción antigua.
Una antigua leyenda contaba que aquellos que descansaran juntos bajo el Árbol de los Sueños y compartieran sus más íntimos deseos, encontrarían un amor que perduraría a través de los tiempos.
Así lo hicieron nuestros enamorados, entrelazando sus sueños y esperanzas mientras la primera estrella de la noche asomaba tímida en el firmamento.
La pareja sonreía con dulzura, sumida en una plácida conversación.
«¿Crees que nuestros sueños se harán realidad aquí, bajo este árbol mágico?», preguntó Elisa con su voz suave como el roce de la seda.
«Estoy seguro», respondió Gael, «pues ya se ha cumplido mi mayor sueño: estar a tu lado.»
Justo entonces, una luz titilante se materializó frente a ellos.
Era Ayla, la guardiana de las leyendas, una figura etérea vestida con ropajes tejidos con el brillo de la luna.
«Elisa y Gael,» comenzó con voz melódica, «han venido a ustedes tres pruebas que deberán superar juntos. Solo así, sus deseos cobrarán vida.»
La primera prueba los llevó a cruzar el Bosque de los Susurros, donde los árboles hablaban de secretos antiguos y el camino parecía desaparecer a cada paso.
Aunque el temor amenazaba con anidar en sus corazones, Elisa y Gael superaron las sombras uniendo sus pasos y guiándose por la confianza mutua.
Al superar la prueba, la guardiana Ayla les reveló: «Han demostrado que, incluso en la incertidumbre, pueden hallar el camino si caminan juntos.»
La segunda prueba enfrentó a los novios a espejismos que mostraban mundos de dudas y vanidades.
Pero ni la riqueza deslumbrante, ni la fama resonante pudieron separarlos, pues sus corazones estaban repletos con la fortuna de su amor y el eco de su alegría compartida.
Una vez más, Ayla apareció y les sonrió: «Vuestro amor ha brillado más fuerte que los falsos deslumbres que la vida os pueda ofrecer.»
La última prueba era la más compleja: deberían regresar a donde todo comenzó y renunciar a lo que más querían.
De vuelta bajo el Árbol de los Sueños, con el miedo tiñendo sus almas, encontraron la fuerza para liberar sus sueños al viento, entendiendo que la verdadera magia residía no en los deseos cumplidos, sino en el acto de desear juntos.
Y así lo hicieron, viendo cómo sus sueños ascendían al cielo estrellado para unirse con la eternidad.
«Han aprendido la lección final», declaró Ayla, emergiendo una vez más con una sonrisa de orgullo celestial.
«Los sueños más puros son aquellos que se liberan, ya que vuelan libres y regresan multiplicados.»
Y así fue. Los sueños liberados volvieron en forma de lluvia de estrellas, besando el suelo del valle, y donde cada destello tocaba la tierra, brotaban flores de inimaginable belleza y fragancia.
Elisa y Gael comprendieron que juntos, cualquier adversidad se convertía en aventura, cada miedo en fortaleza y cada sueño en posibilidad.
Las pruebas los habían unido más si cabía, y ahora, bajo el Árbol de los Sueños, sentían que su amor había echado raíces que ninguna tempestad podría arrancar.
Bajo el fulgor de la luna creciente y el coro celestial de las estrellas, Elisa y Gael celebraron el encuentro de sus almas con un beso tan profundo y sincero, que incluso los ángeles detuvieron su vuelo para contemplarlo.
El valle entero pareció respirar con ellos, en un momento de paz tan profunda que el mundo, en toda su extensión, pareció soñar a su vez.
Elisa acarició el tronco del viejo alcornoque y murmuró palabras de agradecimiento. No era el árbol el que había tejido la magia, sino el amor que ellos compartían, capaz de transformar el tiempo y el espacio. Gael, con su sonrisa apacible, le tomó la mano y juntos decidieron que cada aniversario volverían a aquel lugar, para recordar las pruebas, las batallas ganadas y las promesas de amor eterno.
Los años pasaron, como pasan las páginas de un libro que se lee al calor de la chimenea.
El amor de Elisa y Gael era mágico y conocido por todos, y el Árbol de los Sueños en santuario para aquellos que querían probar que el amor verdadero no solo existe, sino que es la más grande magia de todas.
Cada noche, bajo la custodia plateada de la luna, los amantes del valle venían a descansar bajo las ramas del árbol, compartiendo sus deseos y anhelos, embriagados por la fragancia de las flores nacidas de los sueños liberados.
Y así, se mantenía viva la leyenda, la magia y el amor, tejidos juntos, inquebrantables como las estrellas que una vez guiaron a dos almas a encontrarse.
Y ahora, cuando ya el manto nocturno envuelve nuestras propias almas y nos invita a explorar los paisajes de nuestros sueños, recordemos a Elisa y Gael.
Cerrando los ojos, concedámonos viajar a ese valle mítico, descansar bajo el Árbol de los Sueños y liberar nuestros desvelos.
Porque así, en el abrazo de la noche, el amor y los sueños serán nuestros fieles compañeros hasta el amanecer.
Moraleja del cuento «El árbol de los sueños»
En el reino de las historias para dormir, recordemos que los lazos del corazón y los sueños compartidos son los pilares que sostienen los puentes hacia la felicidad.
El amor verdadero no necesita ser probado, sino vivido; y en el acto de soltar nuestros deseos más profundos, descubrimos que el verdadero milagro es tener a alguien con quien soñar.
Así, bajo el árbol de nuestros sueños, tejo esta historia para ti, para nosotros, para que juntos podamos soñar con un mañana lleno de amaneceres compartidos.
Abraham Cuentacuentos.