Caminando hacia la calma
En el pequeño y apacible pueblo de Almendría, donde los atardeceres parecían dibujados por los pinceles de un pintor amante de los naranjas y los malvas, vivía una variedad de personajes cuyas vidas entrelazadas formaban un tapiz de historias plácidas y edificantes.
Julia, la tejedora de sueños, poseía cabellos tan radiantes como el trigo bajo el sol y una voz suave y melodiosa que tejía relatos mientras sus dedos entretejían las hebras de la lana más fina.
Cada noche, a la luz de una vela, bordaba cobijas bajo el sonido hipnótico de la naturaleza nocturna.
«Buenas noches, Julia», saludaba Fernando, el guardián del faro, un hombre de estatura mediana, con ojos azules serenos y una barba canosa que le otorgaba un aire sabio y distinguido. «¿Qué historia nos regalas esta noche?»
«Esta noche, tejeré el cuento del viejo olmo, que ha sido testigo de innumerables amaneceres y anocheceres. Un relato para sosegar el espíritu», respondió ella con una sonrisa reconfortante.
En otra parte del pueblo, Marta y Julio, los dueños de la librería «El Escondite de la Palabra», preparaban las últimas novelas para el deleite de los noctámbulos lectores.
Marta, de gesto amable y voz suave, recomendaba libros no solo por su contenido sino por la cadencia de sus palabras, ideales para cunas de sueños.
Julio, por su parte, con su mirada cargada de historias y su talento para el susurro, envolvía cada recomendación en un halo de misterio.
«¿Qué novedades traerá la noche, amor?», preguntaba Marta extendiendo su mano sobre la cubierta de un libro. «Algo que nuestros soñadores agradecerán», respondía Julio, cerrando con suavidad la puerta a un mundo de ensueño.
Las hojas de los árboles susurraban secretos y las estrellas titilaban como luciérnagas en un cielo tranquilo, mientras los habitantes de Almendría se disponían a recibir las caricias de la brisa nocturna.
Y así, noche tras noche, Julia, Fernando, Marta y Julio tejían, desde sus distintos lugares, un manto de calma sobre Almendría.
Las palabras y las historias eran la medicina más dulce para los corazones inquietos y las mentes sobrecargadas.
Moraleja del cuento Viaje a la calma
En el refugio de nuestras almas, los relatos y las melodías sinceras tejen puentes hacia parajes de reposo. El sueño es el tapiz que bordamos con cada palabra, y cada amanecer, un cuadro nuevo en el lienzo de nuestra existencia.
Abraham Cuentacuentos.