Cuento: Susurros en la oscuridad
Susurros en la oscuridad
En el lejano pueblo de Valldale, donde las montañas acarician las estrellas y el viento canta melodías de antiguas leyendas, vivían seres de corazón puro y rostros sonrientes.
Entre ellos se destacaba Elara, una tejedora de historias cuya voz tenía el don de abrazar el alma como brisa matutina.
Elara, de cabellos como hilos de plata y ojos color del horizonte, tejía sus relatos en el retiro de su humilde morada situada al borde del bosque susurrante.
La casa se erguía cálida y acogedora, envuelta en enredaderas que susurraban secretos a quienes supieran escuchar.
Una tarde, cuando el sol se rendía ante la caricia del crepúsculo, un fino hilo de voz llegó hasta Elara, una petición susurrada por el viento: “Cuéntame tu historia, la que calma las tormentas y detiene el tiempo”.
Era Filian, un anciano alquimista, cuyas manos habían mezclado hierbas y raíces más veces de las que el río había besado el mar.
Con una leve sonrisa, Elara accedió, invitando a Filian a sentarse junto al fuego que crujía suavemente, alimentado por ramas de lavanda que impregnaban el aire de un relajante aroma.
“Había una vez”, comenzó ella, su voz un susurro sereno, “un lago cuyas aguas reflejaban el alma de quien se asomara en ellas.”
Filian escuchaba atentamente, cada palabra se sedimentaba en su corazón, cada pausa un espacio para respirar la magia del relato.
El aria de Elara envolvía el ambiente, conduciendo a quien la oyera por senderos de ensueño y sosiego.
Mientras el cuento se desplegaba, personajes tomaban forma en la penumbra danzante de la habitación.
La historia de Caleth, el pescador que buscaba la melodía perfecta en el corazón del lago; Laía, la florista cuyo jardín era un tapiz de fragancias e intenciones, y Dorven, el pintor cuyas manos bailaban entre colores y sombras, dando vida a cada rincón de Valldale.
“Cierta mañana”, continuaba Elara, “Caleth encontró una nota atada a la red de su barca. En ella, una letra elegante hablaba de una melodía que solo podía ser revelada cuando el alba y el ocaso compartieran el cielo, un breve instante de armonía perfecta.”
“Laía, por su parte, despertó ese día con la certeza de que una flor desconocida estaba esperando ser descubierta, un brote que germinaría solo bajo la luz de una estrella fugaz, semilla de sueños en flor.”
“Dorven, envuelto en sus pensamientos, se encontró frente a un lienzo en blanco, aguardando la inspiración prometida por una sombra que, cruzándose con la primera luz del día, pintaría los contornos de una historia por contar”, suspiró la narradora, como dibujando con palabras cada pincelada imaginaria.
Con cada revelación, Filian se hundía más en el océano del relato, flotando en una barca de papel en la que las olas eran arrullos y las brisas, dulces caricias.
Sus pensamientos, un caleidoscopio de imágenes tejidas por la hechicera de cuentos que era Elara.
Los días en Valldale transcurrían, coloreados por la búsqueda incansable de estos seres tocados por el encanto.
Caleth surcaba las aguas del lago, escuchando cada suspiro y cada revuelo de pez, esperando el momento en que el cielo uniría sus tonos de día y noche.
Laía caminaba entre sus flores, sus dedos rozando pétalos y tallos, dialogando en lenguaje silente con la naturaleza.
Con los ojos puestos en el firmamento nocturno, aguardaba el destello prometido.
Dorven, en su estudio bañado por la luz cambiante de los días, atisbaba las sombras danzarinas que adornaban sus paredes, sus pinceles listos para capturar ese efímero abrazo de luz y oscuridad.
“Entonces, en el punto donde confluyen todas las historias, el tiempo entregó su secreto”, continuó Elara, su voz un bálsamo para las almas inquietas, “El alba y el ocaso tiñeron el cielo de matices imposibles. En ese instante, una estrella se desprendió del manto nocturno, y una sombra proyectó en la pared de Dorven el contorno de una flor.”
Justo cuando Caleth, alzando la vista, capturó con su oído la armoniosa melodía teñida de aurora y crepúsculo, Laía descubrió en su jardín, al fulgor de la estrella fugaz, una flor de pétalos suaves e iridiscentes, tan efímera como el momento que la vio nacer.
Dorven, entre tanto, con pinceles volando por el lienzo, dio forma a la imagen proyectada en un cuadro que capturó la esencia de su búsqueda.
Elara hizo una pausa, la llama del fuego dibujando sombras complacientes sobre las paredes de la estancia. Un silencio reconfortante se instaló, cortesía de la magia del relato que tocaba a su fin.
“Y así, Caleth, Laía y Dorven se encontraron a sí mismos en las piezas de un todo, en la sinfonía, en el color y en la vida que brotaba de la tierra”, murmuró finalmente.
Filian, cuyos ojos reflejaban el resplandor del fuego y de la historia encarnada, asintió lentamente con un entendimiento profundo.
“El destino teje su tela con hilos de sueños e instantes compartidos”, dijo, y Elara sonrió ante la sabiduría de su amigo.
El antiguo alquimista se levantó, y en un gesto tan sutil como el batir de las alas de una mariposa, depositó un suave beso en la frente de la tejedora de relatos.
“Gracias por tu cuento, Elara”, susurró, su voz ahora un eco de la paz que había bebido.
Y con aquel susurro, el encanto se cerró, dejando en el aire la promesa de sueños serenos y una noche poblada de estrellas centelleantes.
Valldale, en la oscuridad mágica de su cotidianidad, dormía tranquilo, cada corazón colmado de historias que inspiraban y calmaban.
Moraleja del cuento Susurros en la oscuridad
En el tejido de la vida, cada hilo cuenta una historia, y en la magia de la palabra compartida, encontramos la melodía que acompasa el sueño y el alma.
Recordemos, pues, que los susurros más delicados a menudo portan los mensajes más poderosos, y que en el silencio de la noche, los sueños más suaves y puros cobran vida, llenándonos de esperanza y tranquilidad.
Abraham Cuentacuentos.
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