La búsqueda de la estrella más hermosa
En un pequeño pueblo siempre cubierto por un manto de nieve invernal, vivía un niño llamado Lucas.
Su cabello oscuro contrastaba con el resplandor blanco del entorno, y sus ojos castaños brillaban con la luz de un soñador incansable.
Lucas compartía su vida con su abuelo, don Tomás, un hombre de cabellos grises y una sonrisa que parecía contener toda la calidez del mundo.
Juntos habitaban una humilde cabaña al borde de un bosque frondoso, rodeados de árboles que parecían susurrar cuentos antiguos con cada ráfaga de viento.
Aunque carecían de grandes riquezas materiales, la casa estaba llena de amor, risas y las historias que don Tomás contaba cada noche frente al fuego.
Lucas era un niño curioso que siempre buscaba aventuras, imaginando mundos fantásticos más allá de las montañas nevadas que rodeaban el pueblo.
Una fría noche de diciembre, mientras el cielo se llenaba de estrellas, Lucas miró por la ventana de su pequeña habitación.
Entre las luces centelleantes, pensó en un regalo especial para su abuelo: quería encontrar la estrella más hermosa del cielo y llevarla a casa, como símbolo del amor y la gratitud que sentía por él.
Sin dudarlo, Lucas se puso su abrigo, guantes y bufanda, tomó su linterna y un gastado mapa estelar que había encontrado en la biblioteca del pueblo, y salió al bosque.
La nieve crujía bajo sus pies mientras el viento frío acariciaba su rostro.
Los altos abetos parecían escoltarlo mientras se adentraba en la penumbra.
De repente, un susurro suave rompió el silencio.
—¿Quién está ahí? —preguntó Lucas, deteniéndose.
De entre las ramas nevadas apareció una pequeña figura luminosa.
Era Luna, el hada de los sueños, con su delicado vestido brillante y sus alas que parecían hechas de polvo de estrellas.
—Soy Luna —dijo con voz melodiosa—. He escuchado tu deseo, pequeño Lucas.
Asombrado, Lucas explicó su intención de encontrar la estrella más hermosa para alegrar a su abuelo.
Luna, con una sonrisa, le dijo:
—Tu corazón es noble, y por eso te ayudaré. Pero para encontrar esa estrella, necesitas el mapa de las estrellas de la sabiduría, que se encuentra custodiado por el espíritu de la montaña.
Animado por las palabras del hada, Lucas agradeció su consejo y siguió las indicaciones hacia la montaña cubierta de niebla.
En el camino, se encontró con desafíos y personajes mágicos que pondrían a prueba su valentía y su ingenio.
Pero el viaje apenas comenzaba.
El sendero hacia la montaña era difícil y cada paso requería determinación.
A medida que Lucas avanzaba, los árboles se volvían más altos y sus ramas parecían enredarse en un abrazo protector, dejando pasar apenas la luz de la luna.
El crujido de la nieve bajo sus botas era acompañado por el eco de su propia respiración.
Al llegar a un claro oscuro, un ruido peculiar llamó su atención.
Detrás de un montón de ramas, encontró a un pequeño duende con cabello despeinado y orejas puntiagudas, quien parecía atrapado en su propia trampa.
—¡Ayuda, por favor! —exclamó el duende con voz aguda.
Lucas no dudó y liberó al diminuto ser. El duende, que se presentó como Tristán, le agradeció con un gesto exagerado y una reverencia que casi lo hizo caer.
—Por haberme salvado, te guiaré por el laberinto que conduce al espíritu de la montaña. Pero ten cuidado, está lleno de acertijos y trampas.
Juntos, Lucas y Tristán se adentraron en el laberinto.
Los muros de hielo reflejaban sus figuras, multiplicándolas en todas direcciones, mientras extrañas luces danzaban en la lejanía.
Cada enigma que encontraban era más complicado que el anterior.
En un momento, se toparon con una pared que sólo se abrió cuando Lucas usó las palabras exactas que había aprendido de los cuentos de su abuelo: «La bondad siempre ilumina el camino».
Finalmente, llegaron a la entrada de una caverna.
Allí, la presencia imponente del espíritu de la montaña se manifestó.
Su forma parecía esculpida en hielo puro, y sus ojos brillaban con la sabiduría de mil inviernos.
—Lucas —dijo el espíritu con voz profunda—, sé de tu búsqueda y admiro tu valentía. Pero para recibir el mapa de las estrellas de la sabiduría, deberás responder un acertijo que desafiará tu mente y corazón.
El espíritu planteó su desafío:
—»Tengo raíces que no se ven y coro que no canta. Siempre estoy y nunca soy. ¿Qué soy?»
Lucas frunció el ceño, reflexionando mientras Tristán murmuraba sugerencias que no parecían encajar. Entonces, recordó cómo su abuelo le hablaba de la fortaleza de las montañas.
—Eres una montaña —respondió Lucas con confianza—. Tus raíces están ocultas en la tierra, y aunque te rodea el viento, no cantas. Siempre estás presente y, sin embargo, no eres algo tangible.
El espíritu de la montaña asintió con aprobación, y de su forma helada surgió un pergamino dorado que flotó hacia Lucas.
—Toma este mapa, joven aventurero. Úsalo sabiamente, y no olvides que el camino es tan importante como el destino.
Con el mapa en manos temblorosas por la emoción, Lucas se despidió del espíritu y siguió adelante, ahora más cerca de su meta.
Su corazón latía rápido mientras se adentraba en lo desconocido, guiado por las líneas doradas del pergamino que lo llevarían hasta la estrella más hermosa del cielo.
Pronto, el brillo de algo maravilloso lo detendría en seco.
Siguiendo las indicaciones del mapa, Lucas llegó a un lugar donde la nieve parecía transformar el suelo en un espejo que reflejaba el cielo nocturno.
Todo el paisaje estaba bañado en una luz suave y mágica.
Frente a él, un sendero de estrellas parecía surgir de la nada, iluminando el camino hacia un árbol inmenso y cristalino que se alzaba en la distancia.
El árbol resplandecía con un brillo plateado, y en lo alto de una de sus ramas más altas, la estrella más hermosa del cielo parpadeaba, como si esperara la llegada de Lucas.
Subir hasta ella no sería fácil; las ramas eran finas y resbaladizas, y un suave viento parecía susurrar advertencias.
En ese momento, Luna apareció de nuevo, flotando con una sonrisa alentadora.
—Lucas, has llegado hasta aquí por tu valentía y tu bondad —dijo—. Pero para alcanzar la estrella, necesitas recordar que el amor y la paciencia son las claves de todo gran esfuerzo.
Lucas asintió y comenzó a trepar.
Cada paso era cuidadoso, y cada rama que alcanzaba lo acercaba más a la estrella.
Tristán, desde abajo, lo animaba con entusiasmo, aunque no se atrevía a escalar.
Luna iluminaba el camino con su luz, y Lucas sentía cómo su corazón se llenaba de determinación al pensar en la sonrisa de su abuelo.
Finalmente, alcanzó la rama donde la estrella descansaba.
Era más pequeña de lo que había imaginado, pero su luz era cálida y reconfortante, como un abrazo invisible.
Lucas extendió la mano con cuidado y la tomó, sintiendo un ligero cosquilleo en los dedos.
Luego, con delicadeza, la colocó en una bolsita de terciopelo azul que había traído consigo.
Cuando descendió, el paisaje alrededor pareció cobrar vida.
Las estrellas en el cielo titilaban con más fuerza, y la nieve parecía brillar aún más.
Luna sonrió satisfecha y se inclinó en señal de despedida.
—Has completado tu misión, Lucas. Ahora lleva la estrella a tu hogar y comparte su luz con quienes amas.
Con el corazón lleno de alegría, Lucas regresó a la cabaña.
Al entrar, encontró a su abuelo esperándolo frente al fuego, envuelto en una manta.
Sus ojos se iluminaron al ver a su nieto.
—¡Lucas! ¿Dónde has estado? —preguntó don Tomás, preocupado pero aliviado.
Lucas sacó la bolsita de terciopelo y, con una sonrisa, mostró la estrella.
La colocó en un pequeño pedestal en la repisa de la chimenea, y la habitación se llenó de un resplandor cálido y sereno.
—Es para ti, abuelo —dijo Lucas—. La estrella más hermosa del cielo, para que siempre ilumine nuestra casa.
Don Tomás, con lágrimas en los ojos, abrazó a Lucas con fuerza.
—Gracias, hijo mío. Este es el regalo más especial que he recibido. Pero, sobre todo, lo que más valoro es tenerte a mi lado.
Aquella noche de Navidad, la cabaña de Lucas y don Tomás brilló con la luz de la estrella, pero también con el amor y la alegría que compartían.
Los días siguientes, ambos decidieron llevar la magia de esa luz al pueblo, ayudando a quienes más lo necesitaban y llenando los corazones de todos con esperanza y bondad.
Moraleja del cuento: Cuento de Navidad: «La búsqueda de la estrella más hermosa»
La estrella más hermosa no está en el cielo, sino en los corazones de quienes actúan con amor, valentía y generosidad.
Esa es la verdadera magia de la Navidad.
Abraham Cuentacuentos.
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