Cuento: El angustioso destino del mono Coco

Cuento: El angustioso destino del mono Coco 1

El angustioso destino del mono Coco y que fue arrebatado de su selva

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En lo más recóndito de la selva amazónica, donde los árboles se entrelazan formando un techo verde que apenas deja pasar los rayos del sol, vivía Coco, un mono capuchino de pelaje brillante y ojos tan expresivos que parecía entender el lenguaje humano.

Coco era el alma de su grupo, siempre ágil y vivaz, saltando de rama en rama, haciendo piruetas que parecían desafiar a la gravedad y provocando la risa de sus compañeros.

Pero la armonía de la selva se vio interrumpida un día por el rugir de máquinas y el avance voraz de los humanos.

Cazadores furtivos, motivados por la codicia, atraparon a Coco con sus redes traicioneras, desgarrando el tejido de su familia y su hogar.

Asustado y confundido, Coco fue encerrado en una jaula tan pequeña que apenas podía moverse, siendo arrastrado fuera de su paraíso natal.

La jaula de Coco terminó en un mercado ilegal, donde animales de toda especie eran vendidos como meros objetos.

Los ojos de Coco, antes llenos de luz y malicia, se tornaron opacos, reflejo de su espíritu quebrado.

Pero no todo estaba perdido, pues entre el bullicio de la gente, una niña llamada Lucía lo miró directamente a los ojos. Algo en la mirada del mono la conmovió profundamente.

Lucía había acompañado a su tío al mercado sin saber cuál era su oscuro oficio.

Al descubrir la verdad, la indignación tomó el lugar de la sorpresa.

«¡Tío, esto está mal! ¡No puedes vender seres vivos como si fueran juguetes!», exclamó con voz trémula pero decidida.

El tío, sorprendido por la repentina empatía de la niña, intentó justificarse mientras Lucía, con lagrimas en los ojos, observaba a Coco, quien parecía rogarle con la mirada que le devolviera su libertad.

Lucía sabía que tenía que actuar. Esa noche, cuando todos dormían, tomó una decisión que cambiaría su vida para siempre. Engañando la vigilancia de su tío, liberó a Coco y a otros animales atrapados en el mercado, iniciando un angustioso escape hacia la selva.

La jaula se abrió y Coco, atónito, saltó al suelo, sintiendo la tierra bajo sus pequeños dedos por primera vez en semanas.

El regreso al hogar no fue fácil. La niña y Coco tuvieron que evadir a los hombres de la ley y a los mismos cazadores que habían puesto precio a sus cabezas.

Cada latido del corazón de Coco era un recordatorio del miedo que había vivido y de la esperanza que Lucía le había devuelto. La selva estaba cerca, pero también lo estaban sus perseguidores.

En una noche sin luna, mientras las sombras danzaban entre los árboles, una trampa colgante capturó a Lucía, dejándola suspendida en el aire.

Coco, pese al miedo que lo paralizaba, recordó las risas de sus hermanos monos y el calor de su madre. Ese amor que brotaba de sus recuerdos le dio la valentía para trepar por la cuerda y morder la red que retenía a su salvadora.

Por fin, después de lo que parecieron eras, Coco reconoció los sonidos y olores de su hogar.

La vegetación se abría ante ellos, revelando un claro iluminado por la luna llena.

Con el corazón desbordante de emoción, Lucía abrió sus brazos y con lágrimas de felicidad le dijo a Coco: «Vuelve a tu casa, amigo mío. Eres libre una vez más».

Coco saltó de los brazos de Lucía y no tardó en reunirse con sus compañeros, quienes lo recibieron con abrazos y algarabía.

A lo lejos, su mirada se cruzó una última vez con la de la niña, y en ese instante, una promesa no pronunciada pero eterna se formó entre ellos.

Lucía regresó a su aldea con la determinación de cambiar las cosas.

Contó su historia a quien quisiera escucharla, abogando por los derechos de los animales y luchando contra el tráfico ilegal. Su valentía inspiró a otros, y pronto, una ola de conciencia ambiental comenzó a crecer.

Mientras tanto, Coco volvió a ser el espíritu juguetón de la selva, pero siempre portó una mirada más sabia, un recuerdo de los oscuros días que superó y de la humana que le demostró que la compasión no tiene especie.

Su historia era narrada por las aves y el viento, convirtiéndose en leyenda.

Los cazadores y traficantes, por otro lado, vieron sus planes frustrados por la creciente vigilancia y la nueva legislación en defensa de la fauna silvestre.

La selva, poco a poco, recuperó su paz y los animales, su libertad para vivir sin el temor de ser arrebatados de su hábitat.

Años después, una anciana Lucía se sentó bajo la misma luna llena que una vez alumbró el camino hacia la libertad de Coco.

Su corazón, poblado de arrugas como su piel, aún conservaba el calor de aquella noche salvadora. Y en la brisa, juró escuchar el agradecido aullido de un mono capuchino.

Moraleja del cuento «El angustioso destino del mono Coco»

La historia de Coco y Lucía nos enseña que la compasión y la valentía pueden desatar grandes cambios.

El respeto por todas las formas de vida es esencial para la convivencia armónica en nuestro mundo.

Cada animal merece vivir en su hábitat, libre de las cadenas de la crueldad y la indiferencia humana.

Recordemos siempre que nuestra humanidad se refleja en cómo tratamos a los más vulnerables y que, con acciones positivas, podemos ser la voz de aquellos que no la tienen.

Abraham Cuentacuentos.

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