Historia corta de una mujer bajo la lluvia y el baile de amor en el parque olvidado
Había un parque en la ciudad que casi nadie recordaba.
Las malas hierbas invadían los caminos y los bancos de madera ya no crujían bajo el peso de los enamorados.
Pero ese no era el tipo de cosas que preocupaban a Lucía.
Ella no era como el resto.
Mientras los demás corrían para evitar las gotas de lluvia, Lucía abría su paraguas transparente, como si el cielo solo lloviera para ella.
No le importaba empaparse un poco, porque su vida, en realidad, ya era una sucesión de borradores inacabados.
Una tarde, mientras Lucía intentaba ganar la batalla contra las gotas que borraban su ilustración, Alejandro apareció.
No fue una llegada ruidosa, sino una presencia que se siente.
Se movía con la calma de alguien que ya no tiene prisa, pero con la mirada de quien está obsesionado con el detalle.
Llevaba el silencio consigo, como si entendiera que el ruido es solo una distracción del verdadero problema.
«¿Puedo mirar lo que se está yendo?», preguntó Alejandro.
No fue una pregunta sobre el dibujo.
Fue una pregunta sobre su alma.
Lucía levantó la mirada.
No sintió sorpresa, sino reconocimiento.
Estaba acostumbrada a los curiosos, a los que solo querían ver el dibujo.
Pero este hombre quería ver la razón de que ella dibujara algo que sabía que iba a desaparecer.
Había algo en él.
Algo que decía: «Quiero entenderte, no solo verte».
«Adelante», dijo ella, continuando con su dibujo, mientras las primeras gotas caían de su sombrero de lana.
Las gotas aumentaron, como si el cielo también quisiera participar en la conversación.
Pero Lucía no dejaba de dibujar, ni siquiera cuando su arte comenzaba a desvanecerse bajo la lluvia.
Alejandro la observaba en silencio, fascinado.
Y fue entonces cuando, sin pensarlo, extendió la mano.
«Si todo lo que construyes va a borrarse en cinco minutos… ¿por qué no hacemos algo que no necesite permanencia, Lucía? ¿Por qué no bailamos?»
Lucía lo miró, sorprendida.
Bailar bajo la lluvia no era algo que se le ocurriera hacer con un desconocido.
Pero tampoco era alguien que siguiera las normas de la lógica.
Entendió que el baile no era una invitación al romance, sino una prueba de coraje: ¿te atreves a ser feliz con algo fugaz?
Con una sonrisa traviesa, dejó caer sus pinceles, tomó su mano y comenzó el baile.
El agua corría por sus caras y la risa de ambos se mezclaba con el ruido de las gotas.
No importaba que nadie más los viera.
El parque, olvidado por la prisa de la ciudad, parecía sostener la respiración solo para ellos.
Entendieron que la magia no estaba en el lugar, sino en la elección de parar.
Pero el parque tenía un último truco, una verdad enterrada que no quería que olvidaran: el amor, incluso el más fugaz, no se borra con la lluvia; deja una huella en el suelo que nadie ve, pero que todos pisan.
Bajo la sombra del olmo más antiguo, el gran testigo de todas las promesas rotas y cumplidas de la ciudad, el suelo parecía respirar.
Y allí, en el rincón más oscuro, justo donde la prisa nunca llegaba, algo insistía en brillar.
Alejandro ya no sentía solo curiosidad.
Sintió una obligación.
Como si el parque le estuviera pidiendo que completara una historia. «Lucía, mira. El secreto no está en el baile, sino en lo que queda cuando el baile termina. ¿Crees que la vida nos está dando una señal?»
Lucía se agachó.
El tacto de la tierra era frío y honesto.
Bajo el barro y las hojas, encontraron un cofre oxidado.
No era un tesoro, era un archivo de la permanencia.
Lo abrieron con esfuerzo.
Y lo que encontraron dentro les cortó la respiración: cartas, antiguas y amarillentas, el rastro tangible de otros que, como ellos, se habían atrevido a amar.
«Son de los fundadores de la ciudad», susurró Lucía, dándose cuenta de que cada historia de amor es la base de un futuro.
Cartas de amor, promesas de un futuro que jamás llegó.
Pero había algo más.
Una pequeña llave dorada, brillante, que parecía totalmente nueva.
No oxidada, no antigua.
Brillante.
«¿Qué crees que abre?», preguntó Alejandro.
Lucía sonrió, con esa mirada que solo tienen las personas que ven más allá.
«Creo que abre la puerta para que dejemos de tener miedo de que esto sea fugaz, Alejandro. Abre nuestro futuro», dijo, mientras tomaba la llave y la guardaba en el bolsillo de su abrigo.
Desde aquel día, el parque ya no estuvo vacío.
Alejandro y Lucía lo llenaron de música, de risas, de arte y de historias.
Y aunque el parque parecía el mismo de siempre, algo había cambiado.
Parecía más vivo, como si cada rincón guardara un secreto a punto de ser descubierto.
Y tal vez, solo tal vez, las parejas que paseaban bajo la lluvia, sentían una chispa especial.
Como si, al bailar entre charcos, también encontraran la llave de su propia historia.
Moraleja del cuento «Historia corta de una mujer bajo la lluvia y el baile de amor en el parque olvidado»
La vida es como dibujar bajo la lluvia: tienes que hacerlo con pasión, aunque sepas que el arte se va a desvanecer.
La verdadera magia no es la permanencia, sino el coraje de ser auténtico en lo fugaz.
El amor verdadero no te da promesas eternas, sino una llave nueva para abrir la puerta de tu próximo paso.
Abraham Cuentacuentos.















