Historia bajo la lluvia y el baile de amor en el parque olvidado
Había un parque en la ciudad que casi nadie recordaba. Las malas hierbas invadían los caminos y los bancos de madera ya no crujían bajo el peso de los enamorados. Pero ese no era el tipo de cosas que preocupaban a Lucía. Ella no era como el resto. Mientras los demás corrían para evitar las gotas de lluvia, Lucía abría su paraguas transparente, como si el cielo solo lloviera para ella. No le importaba empaparse un poco, porque su vida, en realidad, ya era una sucesión de borradores inacabados.
Una tarde, mientras trazaba los últimos detalles de una ilustración sobre el pavimento mojado, Alejandro apareció como un susurro entre la niebla.
No era el tipo de persona que pasaba desapercibido, pero tampoco era de los que se presentaban con estridencias.
Se le veía reflexivo, como si fuera capaz de leer los pensamientos de quienes lo rodeaban.
«¿Te importa si miro?», preguntó Alejandro, rompiendo el silencio con una voz suave.
Lucía levantó la mirada, sorprendida, pero no incómoda.
Estaba acostumbrada a las miradas curiosas, pero esta vez fue diferente. Había algo en él. Algo que decía: «Quiero entenderte».
«Adelante», dijo ella, continuando con su dibujo, mientras las primeras gotas caían de su sombrero de lana.
Las gotas aumentaron, como si el cielo también quisiera participar en la conversación.
Pero Lucía no dejaba de dibujar, ni siquiera cuando su arte comenzaba a desvanecerse bajo la lluvia.
Alejandro la observaba en silencio, fascinado.
Y fue entonces cuando, sin pensarlo, extendió la mano.
«Si todo va a borrarse… ¿por qué no bailamos?».
Lucía lo miró, sorprendida. Bailar bajo la lluvia no era algo que se le ocurriera hacer con un desconocido. Pero tampoco era alguien que siguiera las normas. Con una sonrisa traviesa, dejó caer sus pinceles, tomó su mano y comenzó el baile.
El agua corría por sus caras y la risa de ambos se mezclaba con el ruido de las gotas.
No importaba que nadie más los viera.
El parque, olvidado por tantos, parecía haber despertado solo para ellos.
Pero lo que no sabían era que ese lugar tenía un secreto, uno que estaba a punto de revelarse.
En el rincón más oscuro del parque, bajo un enorme olmo que parecía llevar siglos allí, algo brillaba entre la tierra mojada. Alejandro, con la curiosidad a flor de piel, la arrastró hacia allí. «¿Qué crees que es?», preguntó él.
Lucía, intrigada, se agachó y apartó la tierra con sus manos.
Bajo el barro y las hojas caídas, un cofre oxidado emergió, como si llevara años esperando ser encontrado.
Lo abrieron con esfuerzo, y lo que encontraron dentro les cortó la respiración: cartas, antiguas y amarillentas, escritas a mano.
«Son de los fundadores de la ciudad», susurró Lucía, como si hubiera reconocido las letras. Cartas de amor, promesas de un futuro que jamás llegó. Pero había algo más. Una pequeña llave dorada, brillante y nueva.
«¿Qué crees que abre?», preguntó Alejandro.
Lucía sonrió, con esa mirada que solo tienen las personas que ven más allá. «Creo que abre nuestro futuro», dijo, mientras tomaba la llave y la guardaba en el bolsillo de su abrigo.
Desde aquel día, el parque ya no estuvo vacío.
Alejandro y Lucía lo llenaron de música, de risas, de arte y de historias.
Y aunque el parque parecía el mismo de siempre, algo había cambiado. Parecía más vivo, como si cada rincón guardara un secreto a punto de ser descubierto.
Y tal vez, solo tal vez, las parejas que paseaban bajo la lluvia, sentían una chispa especial. Como si, al bailar entre charcos, también encontraran la llave de su propia historia.
Moraleja del cuento «Historia bajo la lluvia y el baile de amor en el parque olvidado»
Esta historia corta de una mujer bajo la lluvia nos recuerda que los secretos más valiosos no se encuentran en grandes tesoros, sino en los momentos inesperados que compartimos con quienes se atreven a bailar bajo la lluvia con nosotros.
Abraham Cuentacuentos.