El camino a los brazos de Orfeo
En el tranquilo y florido valle de Eliante, bajo la suave luz de la luna creciente, el viento soplaba lento, tejiendo melodías entre los árboles.
Vivía allí Selene, una tejedora de sueños que bordaba mantos de estrellas para envolver las noches de los viajeros fatigados.
Selene, de cabellos plateados como los rayos lunares y ojos profundos y sosegados, encontraba en el silencio de la noche la inspiración para su arte.
Su rostro sereno y sus manos delicadas hablaban de años dedicados a la contemplación y a la paciencia.
Esa noche, mientras seleccionaba los hilos de plata, escuchó unos pasos ligeros acercándose a su puerta.
—Buenas noches, Selene. Soy Darien, el viajero del norte —dijo el recién llegado, cuya presencia inspiraba la calma de los mares en calma.
—Bienvenido seas, Darien. ¿Qué te trae por estos lares a estas horas tan tardías? —preguntó Selene con una voz que parecía una caricia.
—Busco el camino a los brazos de Orfeo. Me dijeron que me podrías ayudar a encontrarlo —explicó él, con un susurro como si compartiera un secreto.
—El camino a los brazos de Orfeo es largo y solo aquellos que saben escuchar la música del alma podrán encontrarlo —respondió ella con sabiduría. Le ofreció a Darien un lugar junto al fuego donde reposar y compartir un té de hierbas tranquilizantes.
Mientras la infusión liberaba su aroma en el aire, la conversación fluyó natural y serena, llena de historias de tierras lejanas y seres encantados.
Darien habló de los bosques donde los árboles susurraban secretos de sabiduría eterna y Selene contó de los mares cuyas aguas mecerían los sueños de los mortales.
—El camino que buscas se inicia en el Bosque del Susurro. Allí encontrarás al Guardián del Umbral, que te hará tres preguntas para probar tu voluntad —informó Selene.
Darien escuchaba atentamente, mentalmente preparándose para las pruebas. Tras la charla, Selene le entregó un pequeño talismán de plata y un manto tejido con los hilos de estrellas.
Darien le agradeció con una profunda reverencia y albergó una nueva determinación en su pecho.
Con el primer destello del alba, Darien partió hacia el Bosque del Susurro.
La luz suave del amanecer filtrándose entre los árboles creaba un tapiz cambiante de sombras y colores.
No tardó mucho en llegar ante el robusto Guardián del Umbral, cuya voz retumbaba como un eco lejano.
—Dime, viajero, ¿qué buscas en la profundidad de la selva? —preguntó el Guardián con solemnidad.
—Busco el sendero que me lleve a los brazos de Orfeo —respondió Darien con resolución.
—¿Por qué motivo deseas llegar hasta allí? —inquirió el Guardián, entrecerrando sus ojos de madera antigua.
—Para conocer la verdadera melodía de mi ser —continuó Darien, firme en su respuesta.
—Y por último, ¿qué ofrecerás a cambio de atravesar el umbral? —concluyó el Guardián.
Desde el fondo de su corazón, Darien contestó: —Mi gratitud y la promesa de compartir la melodía con aquellos que la necesiten.
El Guardián del Umbral asintió y el camino se abrió ante Darien, quien siguió el sendero con el espíritu elevado.
Cada paso lo llevaba más hacia su interior, hasta que las notas de una música inaudible empezaron a acompañarlo.
Eran tenues al principio, pero a medida que avanzaba, la melodía se hacía más clara.
En su viaje, Darien encontró a otros seres, cada uno guardando sus propias pruebas y lecciones.
Habló con el río cuyas aguas fluían con sabiduría, y con el pájaro que cantaba canciones de libertad.
Una tarde, al borde del camino, se topó con una anciana ciega que teñía telas con los colores del atardecer.
Ella le pidió que le contara una historia a cambio de una manta que abrigaría su alma.
Darien le habló de Selene y su arte, de cómo sus mantos de estrellas abrazaban los sueños de los mortales.
A medida que narraba, el corazón de la anciana se llenó de gozo y sus manos danzaban al teñir la tela con tonos aún más vibrantes.
—Toma esta manta, joven viajero, pues tu historia ha alimentado la belleza de mi creación —dijo ella entregándole un abrigo luminoso.
Darien aceptó el regalo con un agradecimiento sincero y continuó su camino, envuelto en la manta que reflejaba los colores del cielo.
El tiempo pasó y, finalmente, llegó al pie de una colina en cuya cima resplandecía la luz de Orfeo, un árbol gigantesco cuyas hojas susurraban canciones de vida eterna.
Era un árbol tan antiguo que su tronco guardaba el secreto del tiempo mismo.
Tras una larga y ardua subida, Darien se encontró bajo las ramas del árbol de Orfeo.
Cerró los ojos, respiró profundo y al exhalar, sintió cómo un suave abrazo lo envolvía.
La música que tantas veces había intentado escuchar dentro de sí, ahora fluía clara y hermosa, entrelazándose con el susurro de la naturaleza.
Darien había encontrado la melodía de su alma, un canto sereno y a la vez vibrante, que lo acompañaría por el resto de su vida.
Se comprometió a enseñar y compartir aquella música con cada persona que cruzara su camino.
A su regreso, Darien visitó nuevamente a Selene, la tejedora de sueños, y le narró su aventura, reviviendo cada paso y cada melodía encontrada.
Juntos comprendieron que el viaje verdadero había sido hacia el centro de su ser.
El valle de Eliante retomó su serenidad habitual, con el susurro de un cuento más guardado en su memoria.
Darien y Selene, ahora amigos y confidencias del alma, seguían cada uno en su arte, más ricos y plenos que nunca.
Moraleja del cuento El camino a los brazos de Orfeo
El verdadero viaje comienza en el corazón de uno mismo, donde la música del alma espera ser escuchada con paciencia y amor.
Compartir la propia melodía es un regalo que enriquece tanto al que da como al que recibe, y es en la serenidad de la entrega donde se descubre la plenitud.
Abraham Cuentacuentos.