Cuento: El dragón y el príncipe

Breve resumen de la historia:

En el reino de Eldoria, el joven príncipe Leo anhela vivir una gran aventura. Cuando descubre la existencia de un dragón en una cueva secreta, su valentía es puesta a prueba. Pero, lo que comienza como un enfrentamiento inesperado se convierte en una historia de amistad y comprensión. Recomendado para niños de 7 a 12…

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Cuento: El dragón y el príncipe

El dragón y el príncipe

El Dragón y el Príncipe

El viento soplaba con fuerza aquella tarde en el reino de Eldoria.

En lo alto del castillo, el príncipe Leo miraba el horizonte con inquietud.

Desde pequeño, había escuchado historias de caballeros valientes, de criaturas fantásticas y de tesoros escondidos en lugares que nadie se atrevía a explorar.

Sin embargo, su vida en palacio era tranquila, demasiado tranquila para su espíritu aventurero.

—Algún día viviré una gran aventura —susurró para sí mismo, aferrando la empuñadura de su espada de entrenamiento.

Pero lo que Leo no sabía era que ese día llegaría mucho antes de lo que imaginaba… y que pondría a prueba su valentía de formas que nunca había esperado.

Aquella misma noche, mientras cenaba con el rey Eduardo y la reina Isabel, uno de los exploradores del reino irrumpió en el gran salón.

—¡Majestad! —exclamó con la voz entrecortada—. Ha habido… un avistamiento.

El rey frunció el ceño.

—Habla claro, Osric.

El explorador tragó saliva antes de continuar.

—Un dragón, mi señor. En el bosque prohibido.

Un silencio pesado cayó sobre la sala.

Leo sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

—¿Estás seguro? —preguntó el rey con voz grave.

Osric asintió.

—Varios aldeanos lo han visto volar sobre los árboles. Nadie se ha atrevido a acercarse, pero dicen que su cueva está en las colinas del norte.

El rey se pasó una mano por la barba, pensativo.

—Si es el mismo de hace años… esto puede ser peligroso.

Leo escuchaba con atención.

—¿Qué dragón? —preguntó.

La reina Isabel suspiró.

—Hace mucho tiempo, un dragón atacó el reino. Tu padre, con la ayuda de un mago, lo ahuyentó con una espada mágica. Desde entonces, no hemos sabido nada más de él.

El príncipe sintió cómo la emoción crecía en su interior.

Un dragón. Una criatura de leyenda, justo en el bosque prohibido.

Aquella noche, mientras todos dormían, Leo tomó su linterna, su capa y su espada de entrenamiento.

Su corazón latía con fuerza mientras ensillaba a su caballo, Niebla.

—Solo echaré un vistazo —se dijo a sí mismo—. No haré nada imprudente.

Pero en el fondo, sabía que no sería tan sencillo.

Se adentró en el bosque, donde la luz de la luna apenas lograba atravesar las densas copas de los árboles. Cada sonido lo hacía girar la cabeza: el crujir de las ramas, el ulular de un búho, el lejano aullido de un lobo.

Después de lo que pareció una eternidad, llegó a la entrada de una cueva. El suelo estaba cubierto de huellas enormes, y un leve resplandor anaranjado iluminaba la oscuridad desde el interior.

Leo desmontó con cautela y avanzó. Sus pasos resonaban en la piedra húmeda.

Y entonces, lo vio.

En el fondo de la cueva, un tesoro reluciente se esparcía en montañas de oro y joyas. Pero sobre él, dormía una bestia gigantesca. Sus escamas brillaban con un tono dorado apagado, y su respiración pausada hacía vibrar las monedas bajo su pecho.

El príncipe sintió una mezcla de miedo y fascinación. Nunca había visto nada tan majestuoso.

Se acercó lentamente, sin hacer ruido, extendiendo la mano con curiosidad.

Pero en cuanto rozó una de las escamas del dragón, este abrió los ojos de golpe.

Leo apenas tuvo tiempo de dar un paso atrás antes de que la criatura rugiera con tal intensidad que las paredes de la cueva parecieron estremecerse.

Con un solo batir de alas, el dragón se incorporó y fijó su mirada en el intruso.

—¿Quién osa perturbar mi descanso? —tronó su voz grave.

El príncipe sintió cómo el pánico se apoderaba de él.

—Y-yo… solo…

Pero no tuvo oportunidad de terminar la frase. El dragón extendió sus alas y lanzó una llamarada que iluminó toda la cueva.

Leo salió corriendo.

Montó en su caballo y espoleó a Niebla con todas sus fuerzas.

—¡Vamos, chico, corre!

El dragón no tardó en salir de la cueva tras él, surcando el cielo con rapidez. Su sombra cubría el bosque, y su rugido hacía temblar los árboles.

El príncipe logró llegar al castillo justo cuando los primeros rayos de sol comenzaban a aparecer en el horizonte.

Pero el dragón no se detuvo.

Aterrizó en la plaza con un estruendo, espantando a los aldeanos. Su fuego devoró una de las torres, y los guardias corrieron a proteger el castillo.

El rey Eduardo salió de inmediato, espada en mano.

—No puede ser… —murmuró al ver al dragón.

Leo, con el corazón aún acelerado, lo miró con desesperación.

—¡Padre, debemos hacer algo!

El rey apretó los dientes.

—Ve a buscar la espada mágica.

Leo corrió a la armería, pero en su interior sentía que algo no estaba bien.

¿Por qué el dragón estaba atacando el castillo? ¿Era solo furia… o había algo más?

Cuando volvió al patio, el dragón se preparaba para lanzar otra llamarada.

—¡Espera! —gritó Leo, corriendo hacia él.

El dragón detuvo su ataque y fijó sus ojos en el joven príncipe.

—¡No queremos pelear! —insistió Leo—. Solo dime… ¿por qué nos atacas?

La criatura resopló, pero por primera vez, su mirada no reflejaba solo furia.

—Porque tú entraste en mi hogar —respondió el dragón con un tono más bajo—. Porque los humanos solo ven en mí una bestia. Porque todo lo que tengo es ese tesoro… y pensaste que podías tomarlo sin permiso.

Leo sintió una punzada de culpa.

—Yo… lo siento.

El dragón parpadeó.

—¿No me temes?

—No. Y tampoco quiero lastimarte.

El rey observó la escena con sorpresa. Leo, un joven impulsivo y rebelde, estaba enfrentando al dragón… con palabras, no con acero.

El silencio se hizo entre los tres.

Finalmente, el dragón habló.

—Mi nombre es Draco. Y si realmente no temes a los dragones… demuéstramelo.

Leo extendió la mano.

Draco lo miró por un largo momento… y luego inclinó la cabeza, aceptando el gesto.

El rey bajó su espada.

Desde aquel día, Draco dejó de ser un enemigo. Se convirtió en el primer dragón en convivir con los humanos de Eldoria.

Y Leo, el príncipe que alguna vez buscó una aventura, encontró algo mucho más valioso: un amigo.

Moraleja del cuento «El dragón y el príncipe»

La verdadera valentía no está en la fuerza ni en la batalla, sino en la capacidad de comprender a los demás.

A veces, lo que creemos un enemigo solo necesita ser escuchado, y la amistad puede encontrarse en los lugares más inesperados.

Abraham Cuentacuentos.

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Espero que estés disfrutando de mis cuentos.