El dragón y el príncipe
Érase una vez un reino muy lejano, donde vivía un rey sabio y bondadoso, que tenía un hijo llamado Leo.
El príncipe Leo era valiente, generoso y curioso, pero también un poco rebelde e imprudente.
Le gustaba explorar el bosque que rodeaba el castillo, buscando aventuras y criaturas fantásticas.
Un día, mientras cabalgaba por el bosque, vio una cueva oscura y misteriosa.
Sin pensarlo dos veces, entró en ella, guiado por su linterna.
Dentro de la cueva, encontró un tesoro de monedas de oro y joyas, pero también una sorpresa: un enorme dragón dormido, que custodiaba el tesoro con su cuerpo escamoso.
El príncipe Leo se quedó maravillado ante la vista del dragón, y sintió una gran tentación de tocarlo.
Sin embargo, sabía que era muy peligroso despertar a una bestia tan poderosa.
Así que se acercó con mucho cuidado, y extendió la mano hacia una de las escamas del dragón.
Pero en ese momento, el dragón abrió los ojos, y soltó un rugido furioso.
El príncipe Leo se asustó tanto que salió corriendo de la cueva, dejando caer su linterna. El dragón lo persiguió con sus alas desplegadas, lanzando llamas por la boca.
El príncipe Leo logró llegar a su caballo, y escapó a toda velocidad del bosque.
Pero el dragón no se dio por vencido, y siguió volando tras él, hasta alcanzar el castillo.
Allí, el dragón empezó a atacar a los guardias y a los aldeanos, causando un gran caos y destrucción.
El rey salió al balcón, y vio con horror lo que estaba pasando.
Reconoció al dragón como el mismo que había intentado invadir el reino hace muchos años, cuando él era joven.
En aquel entonces, el rey había logrado derrotarlo con la ayuda de un mago poderoso, que le había dado una espada mágica capaz de atravesar las escamas del dragón.
El rey recordó dónde guardaba la espada mágica, y fue a buscarla.
Luego se dirigió al patio del castillo, donde el dragón estaba causando estragos.
El rey se enfrentó al dragón con valentía, pero pronto se dio cuenta de que ya no tenía la fuerza ni la agilidad de antes. El dragón lo golpeó con su cola, y lo hizo caer al suelo.
El príncipe Leo vio lo que le pasaba a su padre, y sintió una gran culpa y vergüenza por haber provocado todo aquello.
Se armó de coraje, y corrió hacia el dragón para ayudar a su padre.
Tomó la espada mágica que había caído junto al rey, y se la clavó al dragón en el pecho.
El dragón soltó un alarido de dolor, y cayó al suelo.
El príncipe Leo pensó que lo había matado, pero entonces el dragón habló con una voz grave y profunda:
- Por favor… no me mates… yo solo quería proteger mi tesoro… no soy malvado… solo estaba asustado…
El príncipe Leo se quedó sorprendido al oír al dragón hablar.
Nunca había pensado que los dragones pudieran tener sentimientos o razones para actuar como lo hacían. Se sintió confundido y compasivo.
- ¿Por qué atacaste mi reino? – le preguntó.
- Porque tú entraste en mi cueva sin permiso – respondió el dragón -. Yo llevo siglos viviendo aquí, en paz y soledad. Nadie me molestaba hasta que tú llegaste. Pensé que querías robarme mi tesoro, que es lo único que tengo en este mundo.
- Lo siento… yo solo quería verlo… me pareció muy bonito… – se disculpó el príncipe Leo.
- ¿De verdad? – preguntó el dragón con curiosidad.
- Sí, de verdad – afirmó el príncipe Leo.
- Entonces… ¿no eres como los demás humanos? ¿No me odias ni me temes? – inquirió el dragón.
- No, no te odio ni te temo – dijo el príncipe Leo -. Ahora que te conozco, creo que eres un ser maravilloso y fascinante. Me gustaría ser tu amigo.
El dragón se quedó sin palabras.
Nunca había tenido un amigo en su vida.
Siempre había sido rechazado y perseguido por los humanos, que lo consideraban una amenaza y un monstruo.
Pero aquel joven príncipe era diferente. Era amable y sincero, y le ofrecía su amistad.
- ¿De verdad quieres ser mi amigo? – preguntó el dragón con incredulidad.
- Sí, de verdad – repitió el príncipe Leo.
- Entonces… yo también quiero ser tu amigo – dijo el dragón con una sonrisa.
El príncipe Leo se alegró mucho, y le dio un abrazo al dragón. Luego le quitó la espada del pecho, y le curó la herida con un pañuelo. El dragón le agradeció el gesto, y le dijo que se llamaba Draco.
El rey, que había estado observando la escena desde el suelo, se levantó con dificultad.
Se acercó a su hijo y al dragón, y les pidió perdón por haberlos atacado.
Reconoció que había juzgado mal al dragón, y que había actuado por miedo y orgullo.
Les dijo que estaba orgulloso de su hijo, por haber sido capaz de ver más allá de las apariencias, y por haber hecho un nuevo amigo.
El príncipe Leo le presentó a su padre a Draco, y le contó cómo había entrado en su cueva por curiosidad.
El rey le pidió disculpas a Draco por haber invadido su hogar, y le ofreció una compensación por las molestias causadas.
Le dijo que podía quedarse en el castillo si quería, o volver a su cueva si prefería. Le aseguró que nadie lo molestaría ni lo atacaría nunca más.
Draco aceptó la oferta del rey, y decidió quedarse en el castillo.
Allí se hizo amigo de todos los habitantes del reino, que lo trataron con respeto y cariño.
El príncipe Leo y Draco se volvieron inseparables, y vivieron muchas aventuras juntos.
Y así fue como el dragón y el príncipe se convirtieron en los mejores amigos del mundo, y cómo el reino vivió en paz y armonía con los dragones.
Moraleja del cuento «El dragón y el príncipe»
Moraleja: No hay que juzgar a nadie por su aspecto o su origen, sino por sus acciones y sus sentimientos.
La amistad puede nacer entre los seres más diferentes, si hay respeto y comprensión.
Abraham Cuentacuentos.