El Gorila y el Tambor Perdido: Ritmos que Curan la Selva

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El Gorila y el Tambor Perdido: Ritmos que Curan la Selva

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En lo profundo de los bosques nebulosos, donde las orquídeas silvestres se enredan con los musgos antiguos, y las lianas dibujan arcos en el santuario verde, vivía un gorila llamado Bantu. Este no era un gorila común, pues conocía el secreto de las melodías que curaban los pesares de la selva. Su estatura imponente era suave, como un guardián delicado, y sus ojos brillaban con la sabiduría de las lunas vividas. Sin embargo, un día, el tambor místico con el que Bantu invocaba los ritmos sanadores desapareció.

La ausencia del tambor fue un golpe para todos. Los animales se sumieron en una quietud inusual, y las plantas parecían marchitar su verdor. Bantu se sentía desolado, como si le hubieran arrancado una parte de su alma. Convencido de su misión, decidió emprender una búsqueda incansable para encontrar el tambor perdido, un viaje que lo llevaría por senderos inexplorados.

En su aventura, se topó con Elías, un mono capuchino de espíritu inquieto y ojos juguetones. «Bantu, viejo amigo, ¿qué te trae por estos lares?», preguntó entusiasmado. El gorila, con un suspiro, respondió: «Mi tambor, mi compañero de vida, se ha perdido. Es vital encontrarlo para restaurar la armonía de la selva». El mono, que amaba los desafíos y adoraba los ritmos vibrantes, no dudó en unirse a la noble causa.

Continuaron la búsqueda juntos y pronto conocieron a María, una jaguar ágil y sigilosa. María, con ojos curiosos, escuchó la historia de Bantu y se conmovió. «Nuestros destinos están ahora entrelazados», dijo con una voz fuerte pero cariñosa. «Voy a ayudaros a encontrar el tambor».

Tres amigos, cada uno de un mundo distinto, se aventuraron en la espesa vegetación. La noche caía cuando Elías divisó unas extrañas huellas. «¡Mirad! Esas marcas en la tierra no son normales. Podrían conducirnos al tambor», exclamó señalando al suelo. Bantu, con su conocimiento ancestral, identificó las huellas como las de los humanos: «Parecen ser de cazadores… debemos proceder con cautela», advirtió con un tono grave.

Los rastros los llevaron a un claro iluminado por la luna llena, donde encontraron a un grupo de personas alrededor de una fogata. Pero no eran cazadores comunes; eran miembros de una tribu local que, según las historias de los ancestros de Bantu, compartían un vínculo único con la selva.

Amalía, la sabia curandera de la tribu, estaba sentada cerca del fuego emitiendo un cántico. Con una mirada penetrante, se dirigió a los visitantes: «Hemos sentido la disonancia en los ritmos de la tierra desde la desaparición de su tambor, Bantu». La tribu había encontrado el tambor perdiendo su camino, pero desconocían su importancia.

Con una mezcla de alivio y asombro, Bantu recuperó su tambor. Pero antes de partir, Amalía le pidió que compartiera su música. El gorila tomó su lugar en el corazón del círculo, y ante la mirada atenta de todos, comenzó a tocar. El sonido del tambor se esparció, y con cada golpe, la naturaleza parecía sanar y vibrar en una sinfonía perfecta.

De vuelta a la selva, tras haber aprendido valiosas lecciones sobre la unidad y la reciprocidad, Bantu, Elías y María continuaron sus vidas, siempre dispuestos a proteger su hogar y a los seres que en él habitaban. La leyenda del gorila y el tambor perdido pasó a ser una historia de esperanza y de la inseparable conexión entre todas las criaturas de la selva.

Moraleja del cuento «El Gorila y el Tambor Perdido: Ritmos que Curan la Selva»

Las melodías de la vida, aunque en ocasiones se pierdan en la discordia, siempre hallarán el camino de regreso al corazón de aquellos que escuchan y preservan los ritmos de la naturaleza. En la unión y el respeto mutuo, radica la verdadera cura de nuestra existencia colectiva.

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