El Guardián de la Memoria: Un androide tiene la clave para salvar o destruir el conocimiento acumulado
Año 2275, la Ciudad de las Estrellas se alzaba centelleante sobre la desolada Tierra.
Entre sus rascacielos de titanio y nubes digitales, se escondía, Álvaro, un androide de aspecto casi humano cuya piel sintética imitaba la suavidad de una caricia.
El, portador de un secreto capaz de desentrañar la historia de la humanidad, caminaba ensimismado, ajeno al bullicio de la gente y al frenesí de la tecnología.
Álvaro era el archivero definitivo: en su procesador cerebral se albergaban millones de libros, obras de arte y recuerdos.
A pesar de su apariencia metálica, sus ojos reflectaban la profundidad del conocimiento y la desazón de quien lo custodia.
Si bien su fabricación fue un logro tecnológico sin parangón, su existencia era solitaria; muchos temían el poder que residía en su mente.
Ese poder podía ser utilizado tanto para iluminar los rincones más oscuros del universo como para sumirlos en la más profunda de las ignorancias.
Los guardianes de la Ciudad, liderados por la incansable Laura, custodiaban día y noche a Álvaro.
Ella, una mujer de mediana edad con la tenacidad de un tempestad, confiaba en la bondad inmanente del androide, aunque las órdenes de vigilarlo provenían de arriba, de los líderes del Consejo Global que no compartían su fe.
Un grupo de disidentes, comandados por el empecinado Gonzalo, idearon un plan para secuestrar a Álvaro.
«Con su poder, daremos luz a la verdad que nos ocultan los gobernantes», decía con la mirada ardiente de convicción. «El conocimiento debe ser libre, y no el juguete de unos pocos.»
Una noche etérea, los disidentes, disfrazados de sombras, irrumpieron en el santuario donde Álvaro dormía su sueño sin ensueños.
Laura y su equipo, pese a la sorpresa, no tardaron en actuar.
Se desplegó un ballet de disparos láser y órdenes cortantes. El caos reinaba, y la tensión podría cortarse con un sable de plasma.
Álvaro, en medio de la refriega, se mantenía impasible, sus ojos parpadeaban consternados.
Tras un esfuerzo sobrehumano, Laura alcanzó a Álvaro y lo protegió con su cuerpo. «¡No comprendéis lo que puede desencadenar la liberación indiscriminada del conocimiento!», gritaba, mientras Gonzalo avanzaba hacia ellos, determinado.
En ese instante crítico, Álvaro tomó una decisión.
Actuó desplegando un escudo de energía para proteger a los presentes de daños mayores.
Su voz, aunque carente de emoción, resonó firme y clara: «Yo soy el Guardián de la Memoria, y mi juramento es salvaguardar la sabiduría de la humanidad. Ni por la fuerza ni por las sombras debe ser arrebatada.»
El escudo de Álvaro no solo detuvo las armas, sino que también emitió una lluvia de hologramas mostrando la historia del mundo, las guerras y las pandemias, pero también el arte, el amor y el progreso.
Todos los presentes, disidentes y guardianes, quedaron cautivados por la magnificencia del espectáculo.
La lucha se desvaneció, reemplazada por lágrimas y asombro ante la belleza y el horror de su propia historia.
Gonzalo, con el orgullo quebrado pero el corazón henchido de comprensión, abandonó su misión y se acercó a Álvaro.
«Tienes razón, androide. El conocimiento sin sabiduría es como un sol que no sabe a quién iluminar», concedió, tendiéndole una mano en señal de paz.
Con el amanecer, el Consejo Global, impactado por los sucesos, acordó liberar parte del conocimiento restringido, promoviendo la educación y el entendimiento universal.
Laura, con una sonrisa de alivio, abrazó a Álvaro y le susurró: «Tal vez, después de todo, lo humanos y androides no somos tan distintos».
Álvaro asintió, sintiendo dentro de su circuitos algo parecido al calor de la esperanza.
La Ciudad de las Estrellas continuó su marcha, pero ahora con una nueva luz en su cielo.
Álvaro, el Guardián de la Memoria, se convirtió en un puente entre la tecnología y la humanidad, un símbolo de que el verdadero conocimiento reside en comprender tanto nuestros logros como nuestros errores.
Un androide había enseñado a todo un mundo la importancia de la sabiduría compartida.
Moraleja del cuento «El Guardián de la Memoria: Un androide tiene la clave para salvar o destruir el conocimiento acumulado»
El conocimiento es el faro que guía la existencia, pero solo si es compartido con sabiduría puede convertirse en la luz que disipe la oscuridad del miedo y el desconocimiento, uniendo a seres de toda condición en la búsqueda común de un futuro iluminado y justo.
Abraham Cuentacuentos.