Cuento: Mi tesoro de invierno mágico

Dibujo de un hombre viejo con barbas blancas y una capucha azul en el frío invierno con un fondo nevando.

Mi tesoro de invierno mágico

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Érase una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas, había una niña llamada Ana que adoraba el invierno.

Esperaba con impaciencia la llegada de la nieve, los patines sobre hielo y los paseos en trineo.

Pero lo que más le gustaba era el momento de sentarse junto a la chimenea con un libro y una taza de chocolate caliente.

Un día, mientras jugaba en el bosque, Ana encontró un pequeño pájaro que parecía estar helado.

Sin pensarlo dos veces, lo tomó en sus manos y lo llevó a casa.

Con cuidado, lo envolvió en una manta y lo colocó cerca de la chimenea.

Al poco tiempo, el pajarito empezó a recuperarse y, como agradecimiento, le contó a Ana un secreto.

«Existe un lugar mágico en el corazón de la montaña», dijo el pajarito. «Allí vive el espíritu del invierno, quien puede hacer que el invierno sea aún más hermoso».

Ana se emocionó tanto que no podía esperar a encontrar ese lugar mágico.

Así que, al día siguiente, Ana se puso en camino, llevando consigo solo una pequeña mochila con lo esencial.

Caminó y caminó hasta que finalmente llegó al pie de la montaña.

La nieve cubría todo el camino y el viento soplaba tan fuerte que Ana tenía dificultades para avanzar.

Pero siguió adelante.

Después de mucho caminar, encontró una cueva.

Con cuidado, entró en ella y se encontró cara a cara con el espíritu del invierno.

Era un anciano con barba blanca y una capa azul. El espíritu la recibió con una sonrisa y le preguntó qué la había llevado hasta allí.

«Vine para pedirte que hagas el invierno aún más mágico», dijo Ana. «Quiero ver más nieve, más patinaje sobre hielo y más paseos en trineo».

El espíritu del invierno se rió. «Tienes que tener cuidado con lo que deseas, Ana. El invierno ya es mágico por sí solo. Pero, si lo deseas tanto, te daré una tarea. Si la completas, concederé tu deseo».

«¿Qué tengo que hacer?», preguntó Ana con emoción.

«Deberás recolectar flores de invierno en el bosque. Tendrás que encontrar la flor más hermosa y traérmela. Solo así podrás ver la magia del invierno».

Ana se puso en camino y buscó en el bosque durante horas.

La nieve la cubría hasta las rodillas y el frío hacía que sus dedos se entumecieran.

Pero Ana no se rindió. Finalmente, encontró la flor más hermosa que jamás había visto.

Era una rosa blanca con copos de nieve.

Ana corrió de regreso a la cueva del espíritu del invierno y le entregó la flor.

El espíritu del invierno tomó la flor y la colocó en una jarra de cristal.

Inmediatamente, el cristal comenzó a congelarse y la flor se cubrió de escarcha.

El niño, sorprendido, preguntó: «¿Qué ha pasado con la flor?».

El espíritu del invierno respondió: «El invierno es una temporada fría y dura, pero también puede ser hermosa y mágica. La flor aún es hermosa, solo que ahora está cubierta de nieve y hielo».

El niño sonrió al escuchar estas palabras y se dio cuenta de que el invierno era más que solo frío y oscuridad.

De repente, un viento helado sopló y el espíritu del invierno desapareció.

El niño se quedó solo en medio de un paisaje nevado.

Comenzó a caminar por el bosque, y a medida que avanzaba, notó cómo la nieve crujía bajo sus pies.

De repente, escuchó un ruido detrás de él y se dio la vuelta para ver qué era.

Era un pequeño conejo que temblaba de frío.

«Pobre conejito, ¿no tienes un lugar cálido para quedarte?», preguntó el niño.

El conejo sacudió la cabeza.

El niño, sin pensarlo dos veces, recogió al conejo y lo sostuvo cerca de su cuerpo para mantenerlo caliente.

Juntos, caminaron por el bosque y encontraron una cueva cubierta de nieve.

El niño entró en la cueva con el conejo y juntos construyeron una hoguera para calentarse.

Mientras se sentaban alrededor del fuego, el conejo agradecido dijo: «Gracias por ayudarme, eres un verdadero amigo».

El niño sonrió y respondió: «Eso es lo que hacen los amigos, ayudan a los demás cuando lo necesitan».

Pasaron los días y el niño y el conejo se hicieron amigos inseparables.

Juntos, disfrutaron de todas las maravillas que el invierno tenía para ofrecer: construyeron muñecos de nieve, patinaron sobre el hielo y se deslizaron por colinas nevadas.

El niño descubrió que el invierno podía ser divertido y emocionante, siempre y cuando tuvieras a alguien con quien compartirlo.

Finalmente, llegó la primavera y la nieve comenzó a derretirse.

El niño y el conejo sabían que pronto tendrían que separarse, pero prometieron ser amigos para siempre.

Cuando llegó el momento de que el niño se fuera, el conejo le dio un abrazo y le dijo: «Nunca olvidaré todo lo que hemos vivido juntos. Gracias por hacer que este haya sido mi tesoro de invierno y que nunca olvidaré».

El niño se sintió conmovido y respondió: «Tampoco lo olvidaré, siempre recordaré nuestro invierno juntos».

Y así, el niño se alejó de la cueva, mirando hacia atrás y agitando la mano mientras el conejo lo miraba partir.

Se dio cuenta de que el invierno no era solo frío y oscuridad, sino que también podía ser cálido y lleno de amor y amistad.

Moraleja sobre el cuento «Mi tesoro de invierno mágico «

El invierno puede parecer una temporada fría y dura, pero si tienes a alguien con quien compartir, el calor humano, la proximidad y el amor… Harán un invierno más acogedor.

Abraham Cuentacuentos.

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