El latido oculto tras las paredes del instituto
En un rincón sereno de la ciudad, se levantaba el Instituto Alborada, cuyas paredes habían acogido historias y susurros juveniles desde tiempos inmemoriales.
Entre sus pasillos, transitaba Valeria, una estudiante de cabellos castaños que brillaban como caramelo bajo el sol de la mañana.
Su andar, siempre tranquilo y pensativo, la distinguía entre la algarabía adolescente. Aun con su aire reservado, sus ojos, de un marrón claro y soñador, ocultaban una profundidad inusitada para su edad.
En contraste, estaba Marco, con sus rizos desenfrenados y una sonrisa que se dibujaba fácil y genuina en su rostro.
Él era el sol en comparación a la luna que era Valeria, esparciendo luz con cada una de sus inacabables bromas y comentarios ocurrentes.
Pero detrás de esa fachada de chico extrovertido, se escondía una sensibilidad única, capaz de componer música con las palabras y los silencios del mundo.
Uno de esos días, en que el aire llevaba consigo el aroma mezclado de tiza y libertad juvenil, sus caminos se cruzaron más allá de los saludos ocasionales.
Fue en la biblioteca, santuario del conocimiento y refugio de los corazones curiosos, donde Valeria, entre estantes repletos de sabiduría impresa, escuchó una melodía que la hizo detenerse.
Buscando su origen, encontró a Marco, ensimismado, dedos danzando sobre las teclas del viejo piano que, hasta aquel momento, había pasado inadvertido en un rincón.
«La música es como un puente entre las almas, ¿no lo crees?», comentó él mientras un rubor sutil coloreaba su rostro al notar su presencia. Valeria, sorprendida y encantada, asintió.
«Es una conversación donde las palabras sobran,» respondió ella, y así comenzó un diálogo sin palabras, pero lleno de comprensión.
Desde aquel encuentro, se tejieron entre ellos hilos invisibles en los intercambios de miradas y sonrisas cómplices.
Compartían lecturas y canciones, y sus corazones jóvenes se descubrían en la empatía de gustos y sueños.
Marco, que fantaseaba con ser escritor, encontró en Valeria una musa silente de sus futuras novelas, mientras que Valeria en Marco, el eco de una pasión recién nacida por las notas y el ritmo.
Cada jornada en el instituto se convirtió en una posibilidad de encuentro, cada momento un tesoro donde el mundo alrededor se desvanecía.
Pero no todo era luz en aquellos días; el final del año escolar amenazaba con separarlos, con promesas de universidades en ciudades distantes y futuro incierto.
«¿Qué será de nosotros?», preguntó Valeria una tarde bajo el abrazo de un atardecer carmesí. Marco, mirando al horizonte, le tomó la mano y con serenidad dijo: «Como las estrellas, quizás distantes, pero siempre parte del mismo cielo.» Sus palabras, aunque portadoras de consuelo, dejaron un nudo de temor en el corazón de Valeria.
El tiempo, indiferente a los sentimientos humanos, avanzaba y el final del año llegó.
La ceremonia de graduación parecía el preludio de un adiós.
Sin embargo, en medio de aplausos y diplomas, Marco tenía preparado un obsequio para Valeria, su declaración más vulnerable y sincera.
Ante la mirada expectante de profesores y compañeros, Marco subió al escenario.
«Hay un latido oculto en los rincones de nuestro querido instituto,» comenzó él, «uno que pulsa con la fuerza de lo no dicho, de los sueños guardados y los amores silenciosos. Y hoy, quiero revelar ese latido que le da vida a mi propia existencia.»
Y así, con la valentía que otorga la certeza de lo que se ama, Marco leyó un poema dedicado a Valeria, en el que cada verso destilaba la esencia de su conexión.
La multitud se sumió en un silencio emocionado, una atmósfera cargada de lágrimas a punto de derramarse y corazones latentes.
Valeria, conmovida hasta el alma, se acercó a él cuando terminó y sin palabras, le entregó un abrazo que decía más que mil poemas.
«No importa a dónde nos lleven los días futuros, siempre encontraremos el camino de regreso, uno hacia el otro,» susurró ella, y en su oído, Marco selló la promesa con un «siempre».
El instituto, testigo de aquel amor naciente, observó cómo dos de sus alumnos emprendían rumbos distintos al terminar el año, llevando consigo la certeza de un lazo que el espacio y tiempo no podrían deshacer.
Cuando llegaba el verano, las cartas volaban de una ciudad a otra, llenas de anécdotas y sueños compartidos.
Y cuando el destino lo permitía, los reencuentros eran celebraciones de sonrisas, besos y melodías que continuaban la historia que empezó entre libros y pianos.
Así, Valeria y Marco demostraron que el amor verdadero, aunque a veces callado, late con la fuerza de lo eterno.
Moraleja del cuento Cuentos de amor: El latido oculto tras las paredes del instituto
El amor, como la música y las palabras, no conoce de distancias ni de tiempos.
Late en los rincones más insospechados y une destinos con un hilo invisible pero persistente.
Aunque la vida a veces nos lleve por caminos separados, los corazones conectados encontrarán siempre la manera de latir al unísono, más allá de las paredes que parecen separarlos.
Abraham Cuentacuentos.