El lobo y el cordero
En un valle rodeado por imponentes montañas y surcado por un rĂo cristalino, vivĂa una numerosa comunidad de animales que coexistĂan en armonĂa.
Los prados se extendĂan infinitos y los ĂĄrboles ofrecĂan sombra y frutos a todos por igual.
Entre la vegetaciĂłn densa y las flores de colores vivos, los habitantes disfrutaban de la tranquilidad de su hogar.
Entre todos los animales, destacaba un cordero llamado Lucas.
Su lana era blanca y suave como las nubes, sus ojos brillaban como dos luceros y su andar ligero denotaba una viveza sin igual.
Lucas era conocido por todos por su caråcter amigable y su habilidad para contar historias que capturaban la atención de grandes y pequeños.
Sin embargo, habĂa un rincĂłn oscuro en su corazĂłn: un temor latente a los lobos, criaturas de las que habĂa oĂdo historias que le quitaban el sueño.
En lo alto de una colina que dominaba el valle, habitaba un lobo llamado Javier.
De pelaje gris plateado y ojos profundos y enigmåticos, Javier era una figura imponente, no solo por su apariencia sino también por su inteligencia y astucia.
Pese a la reputaciĂłn que los lobos tenĂan, Javier era diferente. Su espĂritu era noble y no le interesaba causar daño a los mĂĄs dĂ©biles.
No obstante, su soledad era un yugo que cargaba en silencio, mientras observaba desde su colina a los animales del valle, anhelando un dĂa poder ser parte de esa comunidad.
Una tarde de verano, mientras el sol se iba ocultando detrås de las montañas, Lucas decidió explorar un poco mås allå de su territorio acostumbrado.
Guiado por su curiosidad innata, llegĂł cerca de la colina de Javier, sin darse cuenta del peligro en el que potencialmente se encontraba.
Fue entonces cuando oyĂł un crujido entre los arbustos y, al voltear, vio al lobo.
Los ojos de Lucas se abrieron de par en par, y su corazĂłn comenzĂł a latir desbocado.
Javier, quien observaba desde las sombras, notĂł el miedo en los ojos del cordero pero no tenĂa intenciĂłn de hacerle daño. DecidiĂł mostrarse despacio para no asustarlo mĂĄs. «No temas,» dijo Javier con voz profunda pero suave. «No vengo a hacerte daño.»
Lucas, aĂșn temeroso, tomĂł el valor suficiente para responder. «¿Entonces, quĂ© quieres de mĂ?»
Javier suspirĂł y se sentĂł sobre una roca cercana. «Estoy cansado de esta soledad,» confesĂł, mirando el horizonte. «Solo deseo compañĂa, alguien con quien hablar, alguien que no me vea como una amenaza.»
La sorpresa de Lucas fue mayĂșscula. JamĂĄs habĂa imaginado que un lobo pudiera sentirse asĂ. Poco a poco, su miedo comenzĂł a transformarse en compasiĂłn. «Si es asĂ, podemos hablar,» dijo aĂșn con cierta cautela.
Ambos se sentaron bajo el cielo estrellado y comenzaron a compartir historias. Javier hablĂł de sus andanzas solitarias, de la belleza del amanecer desde la cima de la colina y de la tristeza que sentĂa al no poder compartir esos momentos con nadie. Lucas, por su parte, relatĂł las aventuras del valle, las festividades y cĂłmo los animales trabajaban juntos para mantener la armonĂa.
A medida que la noche avanzaba, ambos se sentĂan mĂĄs conectados. El intercambio de experiencias creĂł un vĂnculo que jamĂĄs imaginaron posible. «Me has mostrado una parte de ti que no conocĂa,» dijo Lucas sinceramente. «Tal vez no todos los lobos sean malos despuĂ©s de todo.»
Javier sonriĂł, sintiendo una calidez en su corazĂłn que nunca antes habĂa experimentado. «Y tĂș me has dado esperanza de que la amistad entre diferentes es posible,» respondiĂł.
Desde aquella noche, Lucas y Javier comenzaron a verse con regularidad.
El cordero enseñó al lobo los caminos y secretos del valle, mientras que Javier le mostró los paisajes y misterios de las montañas.
Con el tiempo, los demĂĄs animales del valle empezaron a notar los frecuentes encuentros entre los dos, y su curiosidad pronto se convirtiĂł en aceptaciĂłn.
La amistad entre Lucas y Javier se convirtiĂł en una lecciĂłn viva de tolerancia y entendimiento.
Una mañana, mientras paseaban por el valle, un grupo de animales se acercó a ellos con una propuesta.
«Hemos estado observando vuestra amistad y creemos que es hora de que Javier se una a nuestra comunidad,» dijo una anciana tortuga llamada Carmen, que era muy respetada por todos.
Lucas asintió con entusiasmo. «Estoy seguro de que Javier serå un gran aporte para nosotros.»
El lobo se sintiĂł conmovido. «SerĂa un honor,» respondiĂł con humildad.
AsĂ, con el consenso de todos, Javier se mudĂł al valle donde fue recibido con los brazos abiertos.
Sus habilidades para la caza y la protecciĂłn pronto demostraron ser invaluables, y su corazĂłn encontrĂł el calor que tanto tiempo habĂa buscado.
Los dĂas de soledad quedaron atrĂĄs, reemplazados por risas, camaraderĂa y un hogar entre amigos.
Con el paso de los años, el vĂnculo entre Javier y la comunidad se hizo indestructible.
La desconfianza inicial de algunos animales se disipó, y los jóvenes crecieron aprendiendo que, a veces, las apariencias engañan y que la verdadera amistad puede surgir en los lugares mås inesperados.
Una noche de fiesta, bajo la luz de la luna llena, Javier tomĂł la palabra frente a todos. «Quiero agradeceros por haberme aceptado y darme una oportunidad de demostrar quiĂ©n soy en realidad. He encontrado un hogar aquĂ, y no hay mayor regalo para un lobo solitario.»
El aplauso fue unĂĄnime, y Lucas, con los ojos brillantes de alegrĂa, abrazĂł a su amigo. «TambiĂ©n me has enseñado mucho, Javier. A veces, el coraje de enfrentar nuestros miedos puede abrir puertas a mundos inimaginables.»
Y asĂ, en un rincĂłn escondido del mundo, un lobo y un cordero demostraron que la verdadera valentĂa radica en abrir el corazĂłn y tender la mano, incluso al que parece diferente.
Los dĂas en el valle siguieron fluyendo con la misma serenidad, y la amistad prosperĂł como una flor delicada y persistente.
Moraleja del cuento «El lobo y el cordero»
La verdadera amistad no conoce fronteras ni prejuicios, y puede surgir entre los seres mĂĄs distintos cuando se tiene el valor de mirar mĂĄs allĂĄ de las apariencias y confiar en el poder del corazĂłn.
Abraham Cuentacuentos.