El maldito disfraz de Halloween

El maldito disfraz de Halloween

El maldito disfraz de Halloween

Era la víspera de Halloween, cuando el cielo se vestía de nubes oscuras y el aire se impregnaba de una mezcla de emoción y nerviosismo. La pequeña ciudad de Valle Sombrío, famosa por su obsesión por la festividad, comenzaba a prepararse para una noche en la que ningún chico se atrevería a quedarse en casa. Enklas, una adolescente de diecisiete años con una melena alborotada y ojos chispeantes de curiosidad, miraba por la ventana mientras su madre, Carmen, colgaba telarañas y calaveras de plástico por toda la sala.

– ¡Mamá! ¿Por qué siempre haces esto? ¡La casa parece un museo del horror! -exclamó Enklas, haciendo una mueca ante la escenografía espeluznante.

– ¡Es Halloween, querida! -respondió Carmen con una sonrisa traviesa-. La gente tiene que sentir el ambiente. Además, ¡es divertido! ¿Ya tienes tu disfraz preparado?

– Más o menos… -dijo Enklas, recordando el disfraz de fantasma que había encontrado en el desván, con manchas que contaban historias de otras noches de Halloween.

Después de una breve discusión, madre e hija acordaron que el disfraz necesitaba unos toques finales. Justo cuando Enklas se disponía a buscar una sábana blanca, fue interrumpida por un grito proveniente de la parte trasera de la casa. Asustada, corrió hacia la voz. Allí estaba su vecino, Simón, un chico de dieciséis años, con el que se había hecho amigo en el instituto. Tenía una mirada inquieta y su rostro era un lienzo de terror.

– ¿Qué te pasa, Simón? -preguntó Enklas, acercándose con cautela.

– Encontré un disfraz antiguo en el desván de mi abuela… -murmuró, temblando-. Pero hay algo raro en él. ¿Te gustaría verlo?

Intrigada, Enklas asintió. Juntos se dirigieron al garaje de Simón, que olía a viejo y polvo, como si los recuerdos de generaciones pasadas flotaran en el aire. En el centro del lugar, sobre una mesa cubierta con una manta que parecía haber visto días mejores, yacía un espíritu vestido con una capa negra, rematada con bordados dorados y un casco que, según Simón, pertenecía a un antiguo hechicero.

– ¿Crees que debería probarlo? -preguntó él, con una mezcla de emoción y temor.

– ¡Sí! -respondió Enklas, casi con impaciencia-. Si no te queda bien, puedo ayudarte a buscar algo más.

No pasó mucho tiempo hasta que Simón se metió en el disfraz. A medida que ajustaba la capa a su alrededor, una brisa fría recorrió el garaje. Los dos amigos intercambiaron miradas, pero la curiosidad era más fuerte. Finalmente, Simón se miró en un viejo espejo que había estado en el garaje durante años.

– ¡Wow! ¡Me veo impresionante! -exclamó, girando como si estuviera en un desfile.

– Sí, pero… aunque pareces un hechicero, también pareces un poco… raro -respondió Enklas, frunciendo el ceño.

– Este disfraz… -susurró con un tono que hizo que Enklas se pusiera la piel de gallina-. ¡Parece que tiene vida propia!

La risa se congeló entre ellos, y el garaje se llenó de un silencio inquietante, solo interrumpido por el viento que aullaba afuera. Con un tono más serio, Enklas sugirió:

– Tal vez deberíamos quitártelo. No se ve muy seguro… -lo miró con preocupación.

– Al parecer, no puedo quitarlo -dijo Simón, luchando por deshacer los nudos-. Siento que algo oscuro se aferra a mí. Necesitamos la ayuda de alguien.

Con la noche de Halloween acercándose, decidieron que era hora de buscar a la persona más sabia que conocían: la abuela de Simón. Ella era conocida en el barrio como una experta en historias antiguas y supersticiones. La casa de la abuela, un encantador y algo desmoronado edificio, se alzaba al final de la calle, manchada por el tiempo y la humedad, pero con una luz cálida que invitaba a pasar.

– Abuelita, ¿puedes venir, por favor? -gritó Simón cuando ella abrió la puerta, con una mirada de sorpresa mezclada con afecto.

La abuela, con su cabello blanco recogido en un moño, llevaba un delantal manchado y su mirada era la de alguien que había visto mucho en sus años. Una iluminación especial radiante fluía en su interior.

– ¿Qué os sucede, chicos? -preguntó ella, observando a Simón con preocupación, cuando notó el disfraz y su cambio de actitud.

– Lo encontramos en el desván, y parece que… -Enklas se detuvo un momento, luchando por encontrar las palabras adecuadas-. Está poseyendo a Simón.

La abuela frunció el ceño y examinó el disfraz, acariciándolo con sus manos arrugadas como si intentara leer su historia. Tras unos minutos, ella soltó un suspiro fuerte, que resonó como un eco en la casa.

– Este disfraz pertenecía a un antiguo hechicero que murió mientras intentaba encontrar la inmortalidad. Quien lo lleva puesto puede ser un vehículo de su esencia. Para liberarte, Simón, debes enfrentar tus miedos y… y

– ¿Y qué? -preguntó Enklas, ansiosa. La tensión era palpable.

– Necesitas decir un conjuro, algo que rompa la atadura. Tienen ocho horas para hacerlo o podría ser demasiado tarde

Con el reloj tic-tac más fuerte que nunca, una nueva sensación de urgencia despertó en ellos. Simón, sintiéndose todavía un poco extraño, asintió lentamente. La abuela miró por la ventana y, tras el brillo de la luna en medio de las nubes, comenzó a dictar la palabra mágica que los liberaría.

– Empieza a hablar desde el corazón. Lo que sientes es tu fuerza. Enklas, ayúdalo a recordar quién es.

Y así, Simón comenzó a recordar cada momento especial que habían vivido juntos. Enklas le tomó las manos, recordando sus travesuras del pasado, las risas, los paseos por el parque, todo eso que los unía. Con cada palabra que fluía, la figura de Simón comenzó a brillar con un resplandor propio.

– Amistad. Risas. Libertad. ¡Quiero ser yo mismo! -gritó Simón en una explosión de energía.

Y así, como si un rayo de luz atravesara las tinieblas, el disfraz se desvaneció en un fulgor dorado, y Simón quedó de pie, con el corazón latiendo al ritmo de su esencia. La abuela sonrió, satisfecha, y Enklas soltó un suspiro de alegría, mientras que el aire fresco de Halloween comenzaba a llenar la habitación.

Al salir de la casa de la abuela, Simón y Enklas fueron recibidos por un espectáculo de luces en el vecindario. Los chicos se disfrazaban y los caramelos volaban. Miraron con complicidad.

– Bueno, al menos ahora tengo una historia para contar -dijo Simón, riendo aliviado.

– Y tú pensabas que esta Halloween sería normal -le respondió Enklas, sonriendo ampliamente.

A medida que la noche avanzaba y la luna iluminaba el cielo, la diversión comenzó. Ellos se unieron a sus amigos y disfrutaron de risas, dulces y la libertad de celebrar juntos. Vieron a la abuela sonreír desde la ventana, y supieron que su experiencia los había unido aún más.

Con cada paso sobre las hojas crujientes y cada dulce inyectado de felicidad en sus manos, los dos amigos supieron que, independientemente de lo oscuro que pueda parecer el camino, siempre había luz y magia en la valentía de enfrentarse a lo desconocido.

Moraleja del cuento “El maldito disfraz de Halloween”

Enfrentar nuestros miedos y apoyarnos en los amigos es la clave para liberarnos de las sombras que nos quieren atrapar. La verdadera magia de Halloween no está en los disfraces, sino en la conexión y los momentos que compartimos en el camino.

Valora este cuento o artículo
📖 Aquí tienes mucho más para disfrutar de los cuentos ⬇️La casa de los recuerdos perdidos y HalloweenLa casa de los recuerdos perdidos y Halloween
La fiesta de los monstruos el día de HalloweenLa fiesta de los monstruos el día de Halloween

Cada día, te comparto cuentos nuevos en tu bandeja de entrada. Historias que te transportarán a mundos mágicos, aventuras emocionantes y viajes inolvidables, todo desde la comodidad de tu hogar.

Responsable: Abraham Velázquez Moraira. Propósito: Solo para enviarte mi newsletter y poder responder tus email. Derechos: Tienes derecho, entre otros, a acceder, rectificar, limitar y suprimir tus datos. Destinatarios: Tus datos quedarán guardados en la plataforma SendFox.

Publicaciones Similares