Cuento otoñal infantil: «El misterio del espantapájaros que cobraba vida en las noches de otoño»

Dirigido a niños y niñas de 7 a 11 años, ideal también para leer en voz alta a partir de 6 años. Narra la dulce aventura de Mateo y Clara tras un espantapájaros viviente que, junto al guardián del otoño, les enseña a proteger el bosque ofreciendo recuerdos y relatos.

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Revisado y mejorado el 03/11/2025

Ilustración en acuarela de un bosque en otoño con árboles dorados, calabazas y luz cálida al amanecer, inspirada en el cuento infantil El misterio del espantapájaros que cobraba vida.

El misterio del espantapájaros que cobraba vida en las noches de otoño

Aquel otoño llegó despacio, como si no quisiera irse nunca.

Los árboles del pueblo se vistieron de fuego, y el aire traía ese olor húmedo que anuncia los días cortos y las tardes de merienda.

Las hojas caían sin prisa, alfombrando los caminos como si el bosque quisiera guardar un secreto.

Un encuentro inesperado entre hojas y calabazas

En una de esas calles donde siempre había eco de risas, vivía Mateo.

Tenía el pelo color trigo y los ojos tan limpios que parecían reflejar el cielo.

Le fascinaba el otoño: el crujido bajo los pies, el aire frío en las mejillas, el silencio que llegaba justo antes de que el viento soplara fuerte.

Pero, sobre todo, le gustaba ese algo que no sabía nombrar… ese misterio que parecía esconderse detrás de cada sombra.

Una tarde, mientras se alejaba un poco más de lo habitual, Mateo se topó con algo que lo dejó quieto.

En medio del campo de calabazas, un espantapájaros lo miraba.

O eso creyó él.

La chaqueta, de cuadros grandes, le colgaba como si el cuerpo de paja no pudiera sostenerla.

El sombrero estaba tan gastado que apenas le tapaba el rostro, y la sonrisa —pintada con torpeza— parecía tener vida propia.

Mateo dio un paso.

Luego otro.

—¿Quién te habrá puesto aquí, amigo? —susurró, como si temiera despertarlo.

No la obtuvo, claro, pero aquella figura lo dejó inquieto.

Esa misma tarde corrió a casa de Clara, su mejor amiga.

Clara era valiente, de cabello castaño en ondas y mirada despierta.

Compartía con Mateo la pasión por los misterios.

—¡Tienes que verlo! —le dijo él, sin apenas respirar—. Es el espantapájaros más raro del mundo.

Al día siguiente, bajo un cielo encendido en tonos de fuego, los dos amigos regresaron al campo.

Una brisa suave movía la ropa del espantapájaros.

Por un instante, bajo la luz del atardecer, pareció cobrar vida.

—Da un poco de miedo… —susurró Clara.

—O de curiosidad —respondió Mateo con una sonrisa nerviosa.

Cuando el sol desapareció tras los montes y la noche cubrió el pueblo, algo sucedió.

El espantapájaros se movió.

Sus brazos de paja se estiraron con un crujido, la cabeza giró lentamente hacia ellos.

Mateo contuvo la respiración.

—¡No puede ser! —susurró.

—Está… vivo —dijo Clara, con los ojos muy abiertos.

La figura bajó torpemente de su poste.

Dio unos pasos y se internó en el bosque.

Antes de perderse entre los árboles, se volvió… como invitándolos a seguirlo.

Y lo hicieron.

Avanzaron deprisa, con el corazón martilleando.

Las hojas secas crujían bajo sus botas.

No hablaban; bastaba una mirada para saber que los dos sentían lo mismo: miedo… y ganas de seguir.

El bosque se volvió más cerrado a cada paso.

Las sombras ya no eran solo sombras.

Algo las habitaba, o eso parecía.

El bosque y la cabaña del guardián

De pronto, el espantapájaros se detuvo.

Delante, una cabaña vieja.

La madera hinchada, el tejado vencido, las ventanas hechas añicos.

Señaló la puerta… y desapareció.

Los niños se miraron.

Nadie habló.

Entraron.

Dentro, el aire pesaba.

Olía a polvo, a humedad y a tiempo detenido.

Sobre una mesa había libros abiertos, hojas amarillas, frascos medio vacíos.

Y en medio, un volumen tan grande que parecía respirar por sí solo.

Mateo se acercó.

Apoyó la mano sobre la tapa.

No dijo nada, pero en su gesto cabía toda la curiosidad del mundo.

—Parece… un libro de magia.

Entonces, una voz profunda rompió el silencio.

—Buscaban un misterio, y lo han encontrado.

De entre las sombras surgió un anciano de barba blanca y ojos llenos de chispa.

—Soy Eliseo, guardián de los secretos del otoño —dijo con una sonrisa amable—. Ese espantapájaros que habéis seguido es mi creación.

Protege el bosque de quienes intentan alterar su equilibrio.

Mateo y Clara escuchaban sin parpadear.

Eliseo les contó cómo, muchos años atrás, un espíritu travieso quiso robar el libro de magia y sumió el bosque en el caos.

Desde entonces, el espantapájaros vigilaba el lugar.

La elección de los nuevos guardianes

—Pero mi tiempo está terminando —continuó Eliseo—. Y necesito a alguien que herede mi tarea.

Los niños se miraron.

La idea los desbordaba.

—¿Nosotros? —preguntó Clara.

Eliseo asintió.

—Si demostráis que entendéis lo que de verdad importa. Mañana, al amanecer, traed algo que consideréis de gran valor… pero que no tenga valor material.

Esa noche, Mateo y Clara apenas durmieron.

Pensaban, recordaban, sentían.

Al amanecer, el bosque todavía estaba envuelto en neblina.

Mateo y Clara regresaron a la cabaña en silencio, con las manos llenas de algo que no se podía pesar.

Mateo llevaba un dibujo: la cabaña, el campo de calabazas, y aquel espantapájaros que parecía mirar más allá de la vida.

Clara, su cuaderno de tapas gastadas, con las historias que había escrito para no olvidar nada.

Eliseo los esperaba en la puerta. Los miró largo rato, sin decir palabra. Luego asintió, despacio.

—Ya lo habéis comprendido —murmuró—. Lo que vale de verdad no se guarda en los bolsillos. Se guarda aquí —y se tocó el pecho.

Nadie dijo nada más.

No hacía falta.

Desde aquel día, Mateo y Clara se quedaron en el bosque.

Aprendieron a leer los cambios del viento, a entender los signos de la tierra, a cuidar los secretos que Eliseo les confió antes de desaparecer entre las hojas.

El espantapájaros siguió apareciendo cada otoño, erguido en su campo, vigilante.

Pero los niños del pueblo ya no le temían.

Sabían que, si lo miraban el tiempo suficiente, podían notar cómo movía la cabeza para saludarlos.

Los años pasaron.

Y cuando el aire del otoño vuelve a oler a madera y a lluvia, los mayores dicen que, si guardas silencio, puedes oír una risa doble que se aleja entre los árboles.

Una risa joven.

Una risa que sigue cuidando el bosque.

Moraleja del cuento «El misterio del espantapájaros que cobraba vida en las noches de otoño»

La magia de verdad no vive en los conjuros ni en los secretos, sino en atreverse cuando algo asusta, en cuidar lo que queremos y en esa amistad que te da fuerza incluso cuando tienes miedo.

Porque el mayor tesoro nunca es material: es aquello que guardamos en el corazón.

Abraham Cuentacuentos.

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Espero que estés disfrutando de mis cuentos.

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